Una lucha encarnizada, cuerpo a cuerpo entre yo mismo y yo mismo da para mucho, pero sintetizaré al máximo esta pelea que ya dura 45 años.
Los golpes son constantes, sin tregua directos a dónde más duele, infringiendo el máximo castigo posible para derrotar a un contrincante que se aferra a sí mismo, que se conoce demasiado, pero que todavía ignora muchas de las artes de la batalla que ofrece la vida.
Los púgiles se estudian durante el combate, pero se respetan, hay un miedo que flota en el cuadrilátero de la vida, el dolor de cada golpe recibido deja huella, pero no tumba al adversario, si no el espectáculo se acabaría, y no se trata de eso.
A veces uno de los dos baja la guardia, como si hubiese sonado la campana que anunciara una tregua o una pausa, y uno de los dos aprovecha para romper ese descanso e infringir unos impactos para resarcirse y recordarle que la lucha no ha acabado.
El aprendizaje no puede detenerse, si no el castigo cada vez duele más, así que a veces existe una tensa calma, un baile en el que ambas partes se estudian, se vigilan y no se atacan, simplemente se bailan midiendo la distancia entre ambos sabiéndose que al menor descuido, se puede recibir un revés que te deje KO, así que la tensión nunca se disipa del todo.
Nuestro entorno anima a quién más le interesa según su afinidad o interés, dando consejos para hacerse con el control de esa eterna pelea, para que lo invertido les sea devuelto de una manera u otra, así que los consejos a veces despistan o no son los correctos, recibiendo el guantazo pertinente de mi rival.
Salir vencedor, airoso de esta batalla es el mejor premio, una recompensa que anhelo, pero que soy consciente que me he de ganar, mi oponente quiere lo mismo y solo vencerá el que mejor preparado esté para afrontar Mi Camino de Vida.
El cuadrilátero está manchado, salpicado de errores, que he ido cometiendo a lo largo de esta pelea, así que cada vez que toco la lona, me acuerdo de ellos y como un resorte me vuelvo a levantar para que esos recuerdos no me martiricen demasiado y sobre todo para no volverlos a cometer.
Quizá un día termine el espectáculo, a lo mejor hasta salgo vencedor, pero de momento seguiré entrenándome, vigilando a mi alrededor para mantenerme en forma y poder conservarme activo en esta contienda que tengo conmigo mismo.