Revista Cine
+ DE 1001 FILMS: 1113 - Eternal sunshine of the spotless mind
Publicado el 04 septiembre 2011 por AlfonsoAbres el buzón y encuentras una tarjeta que dice: Ha sido eliminado de los recuerdos de..., y a continuación el nombre de un familiar o amigo. Esa es la idea que puso en práctica el artista Pierre Bismuth y que subyugó a Michel Gondry, quien enseguida encargó a Charlie Kaufman que tejiese un guión alrededor de ella. Gondry, que se había ganado el respeto de la industria audiovisual con sus revolucionarios trabajos en el mundo del videoclip musical, entre los que destacaban los realizados para la islandesa Björk, The Rolling Stones, The Chemical Brothers o The White Stripes, había debutado en el cine con un largometraje firmado por Kaufman, una comedia simplona acerca de la evolución de las especies y los triángulos amorosos titulada Human nature (2001), pequeño traspiés en la carrera del escritor después de su sonado debut al lado de Spike Jonze, otro afamado director del corto musical, en Being John Malkovich (Cómo ser John Malkovich, 1999), tropiezo que fue solucionado con las adaptaciones de Chuck Barris para George Clooney -otro debutante tras la cámara- en Confessions of a dangerous mind (Confesiones de una mente peligrosa, 2002) y Susan Orlean para, de nuevo, Spike Jonze en Adaptation (Adaptation. El ladrón de orquídeas, 2002). El resultado de aquel encargo, Eternal sunshine of the spotless mind (¡Olvídate de mí!, 2004 -la traducción al castellano es de las mayores aberraciones cometidas en la historia de la humanidad-), tomó su título de un verso del largo poema Eloísa a Abelardo publicado en el siglo XVIII por el inglés Alexander Pope -poema, por cierto, ya citado en Being John Malkovich- y se convirtió en un film de corte futurista -ojo, el futuro fue ayer mismo, es hoy-, científico, romántico, poliédrico, un derroche visual brillantemente interpretado por Jim Carrey -de acuerdo en que había sido Ace Ventura o el Grinch, entre otros esperpentos y atroces personajes, antes del tímido enamoradizo que le encargaban aquí: su reputación de actor capaz venía de aciertos plenos como el permanentemente observado Truman o el excéntrico comediante Andy Kaufman- y Kate Winslet, sin duda la actriz más talentosa de su generación y unas cuantas más, una inolvidable reflexión acerca de la memoria y los deseos con un texto perturbador, merecedor de un Oscar -aparecería firmado por el director y el guionista junto al ideólogo, Bismuth: no es tal ilusión el borrado de los malos momentos, aparte de por sabia decisión de la naturaleza, parece cada día más probable y cercano-, uno de esos títulos a los que los años conceden el sello de obra maestra.
Es Joel Barish (Jim Carrey) un joven nada impulsivo, algo deprimido, que vive sin pareja en La Gran Manzana y que el día de San Valentín de 2004 decide no ir a trabajar y acercarse en tren a la cercana playa de Montauk. Allí conocerá a Clementine Kruczynski (Kate Winslet), mujer que aprovecha todas las oportunidades que le brinda la vida, de humor difícil y con el pelo teñido de “ruina azul”. Tras un arranque idílico advertimos que la relación ha sido imposible y que Joel, que ha descubierto que Clementine le ha sacado de su cabeza gracias a un innovador proceso científico de la empresa Lacuna Inc. desarrollado por el doctor Mierzwiak (Tom Wilkinson), decide hacer lo propio. Así, después de crear el mapa con las fotografías, regalos, cartas y demás recuerdos que la atan a ella, y le atormentan, se somete a la ultima fase del borrado, pero algo falla: él se resiste a olvidarlo todo y quizá refugiándose con ella en otro lugar de su memoria (la casa familiar, los años de la infancia, una humillación adolescente...) puedan comenzar de nuevo. Pero aunque las huellas desaparezcan por completo tal vez vuelvan a encontrarse de nuevo, estén condenados a entenderse eternamente.
Visualmente mágica, compleja e inquietante -caras que desaparecen; calles que se vacían de edificios y personas; cocinas de proporciones gigantescas para personajes diminutos; viajes en el tiempo, en nuestro, su, propio tiempo...), cronológicamente desordenada -signo de su época cinematográfica: de Tarantino a González Inárritu, de Gaspar Noé a Christopher Nolan, pasando por el Brian de Palma de la muy recomendable Femme fatale (2002), la historia no se cuenta lineal; vuelta de tuerca a Two for the road (Dos en la carretera, 1967), de Stanley Donen- pero fácilmente armable si observamos que las pistas sobre la estructura temporal las dan el tono de los cabellos de Clementine, colores como de cubo de Rubik, o las fechas que oímos de pasada, desconcertándonos por unos instantes, Eternal sunshine... entronca directamente con los eternos 28 minutos de La jetée (1962), de Chris Marker y el relato de los implantes de Philip K. Dick titulado Podemos recordarlo todo por usted, lo que le confiere un halo fantástico y descorazonador.
El paseo nocturno sobre el río helado en su primera cita, la infantil luna de miel, lo dejan bien claro: nos apoyamos sobre la fragilidad, la del suelo que pisamos, las de nuestros recuerdos y miedos, la de la vida, caminamos sobre un mundo de tragedias y debilidades y rechazamos cualquier desorden que no provenga de nosotros mismos, como les ocurre en la cinta de Michel Gondry a la pareja protagonista, a los secundarios: el doctor Mierzwiak, propietario de Lacuna Inc., la clínica del vaciado (el nombre proviene del término lacūna que podemos traducir del latín como laguna, carencia, defecto, olvido), de las pequeñas lesiones cerebrales (existe el término médico infarto lacunar para referirse a una de las más comunes necrosis cerebral isquémica) sometió al experimento -la sociedad no se escandaliza: recordemos que el futuro es alienante y ahora, ayer- a su secretaria, Mary (Kirsten Dunst) -lástima de historia no más desarrollada: ese aborto que cuentan los making off-, novia del técnico Stan (Mark Ruffalo), quien descuida el allanamiento de morada y mente de Joel y ocultará el secreto lujurioso de su ayudante Patrick (Elijah Wood), responsable directo de la creación del rechazo a la eliminación total de Clementine en la cabeza, y corazón, de Joel Barish, de enviar a la nada los días que pasó a su lado.
Sirva como advertencia final, que si un día recibes una nota diciéndote que has sido eliminado de los recuerdos de algún allegado, no te precipites e intentes pagarle con la misma moneda. Si no conoces Eternal sunshine of the spotless mind le echas un vistazo. Y si la conoces, la vuelves a ver, mejor en la compañía de quién te ha sacado de su vida, y espera. Sí, espera, sin saber que te deparará el futuro, si se llamará Godot, Clementine o Joel. Espera, nada más. Y nada menos.
Eternal sunshine of the spotless mind
(¡Olvídate de mí!, 2004)
En el libro 1001 películas que hay que ver antes de morir (Editorial Grijalbo) no se detallan títulos de M. Gondry.