Revista Expatriados
Fue en ese puesto donde descubrió que ser demasiado brillante en un régimen totalitario puede ser un problema. En 1966, con motivo del vigésimo aniversario de la fundación de la universidad, Hwang publicó la tesis “Razones para el desarrollo de la sociedad”. La ortodoxia marxista defendía que una vez se hubiera establecido un sistema económico socialista, el proceso de transición del capitalismo al socialismo estaría terminado. A partir de ese momento, la dictadura del proletariado iría suavizándose y el Estado se desvanecería gradualmente. Ese período de transición desembocaría en la sociedad comunista sin clases. Hwang arguyó que la transición en el caso coreano sólo podría concluir cuando el norte y el sur se hubieran reunificado y que hasta ese momento la dictadura del proletariado seguiría siendo necesaria. La tesis contenía alguna idea peligrosa como la importancia del papel del intelectual, cuyas actividades no tenían que juzgarse sobre la base de sus orígenes de clase sino de sus aportaciones al desarrollo de la sociedad.
De pronto Hwang se vio atacado con el peor epíteto que se le puede aplicar a alguien en un sistema comunista: le tacharon de revisionista y de debilitar la lucha de clases y la dictadura del proletariado. Hwang, con el acerado instinto de un buen cortesano, entendió que lo que se dilucidaba allí era una lucha por el poder y a él le había tocado en medio. Básicamente lo que estaba ocurriendo es que Kim Jong-Il había empezado a hacerle la pelota más descarada a su padre, con vistas a la sucesión y parte del proceso implicaba echar basurilla sobre su tío Kim Young-Ju. No había nada personal contra Hwang, pero como dice un proverbio asiático, cuando dos elefantes se pelean, sufre la hierba.
Hwang sobrevivió con gran habilidad. Era lo suficientemente lacayuno como para aceptar que había cometido un grave error filosófico y hacer propósito de enmienda. Kim Il-Sung, por su parte, le tenía cierto afecto, respetaba su brillantez intelectual y, además, recibió de Hwang una propuesta que no pudo rechazar: convertir las cuatro banalidades que había dicho en un sistema filosófico.
Hwang consideraba que el marxismo enfatizaba sólo los principios objetivos y no valoraba adecuadamente el papel de las personas. Hwang le dijo a Kim que había comprendido la esencia filosófica de su idea Juche y que quería convertirla en un sistema filosófico. Lo que debió de salivar de placer Kim Il-Sung. De repente resultaba que cuatro chorraditas dichas al azar venían a colmar un grave vacío de la teoría marxista.
En 1970 Hwang fue designado miembro de pleno derecho del Comité Central del Partido y en 1972 le nombraron Presidente del Comité Permanente. Desde 1979 fue también presidente del Instituto de Investigación de la Idea Juche. Lo malo de los sistemas comunistas es que, a menos que seas el líder máximo, en cualquier momento tu cabeza puede rodar. La de Hwang rodó, pero poco, en 1983, cuando le depusieron de su cargo de Presidente del Comité Permanente. Hwang apunta a que no gustaba el interés que se le notaba por las reformas en China. Para mí, que Kim Jong-Il estaba preparando su sucesión y estaba apartando a todos los que le pudieran hacer sombra. Hwang era demasiado brillante para su propio bien.
La última vez que le dejaron jugar un papel un poco relevante fue cuando a mediados de los ochenta le mandaron a la URSS para que pidiese el apoyo soviético a la celebración conjunta de los Juegos Olímpicos por Seúl y Pyongyang. Hay quien dice que aquel viaje le mostró a Hwang que más allá de toda la propaganda oficial, la realidad es que Corea del Norte no pintaba una mierda en la escena internacional.
Los años siguientes Hwang languideció. Siguió ocupándose del juguetito del Instituto de Investigación de la Idea Juche, pero estaba claro que ya tocaba poco poder y la Juche había terminado convertida en un fistro filosófico a la mayor gloria de Kim Il-Sung. Un poco frustrante para un filósofo paniaguado.
Resulta difícil discernir los verdaderos motivos por los que rompió con el régimen. Hwang diría más tarde que no podía soportar la manera en que Kim Jong-Il ignoraba el sufrimiento del pueblo y el culto a su personalidad. Sí, tener conciencia, pertenecer a la élite y vivir bajo el régimen de Kim Jong-Il no parece muy compatible. Sin dudar del todo que a Hwang se le hubiesen abierto los ojos, creo que el verse ninguneado, también jugó un papel.
Parece que el detonante de su defección fue una participación suya en una conferencia en Moscú en 1996, en la que presentó el pensamiento Juche y reivindicó sus contribuciones al mismo. En la conferencia dijo algunas inconveniencias: rechazó el recurso a la guerra (ya sé que eso es lo habitual en otras latitudes, pero Corea del Norte es un poco rarita); afirmó que la Juche era una evolución del marxismo-leninismo y no una genialidad que se le había ocurrido a Dios, digo a Kim Il-Sung; elogió las reformas económicas chinas. Esa intervención le condenó aún más al ostracismo y hay quien afirma que le colocó al borde de la purga.
He leído argumentos idealistas sobre las razones de su huida a Corea del Sur al año siguiente: estaba desencantado con el régimen y deseaba hacer algo por sus compatriotas. De acuerdo, seguro que había mucho de eso. Pero me parece más convincente el argumento de que el ambiente en torno a él olía a purga. Hwang sabía que si se fugaba sus allegados sufrirían las consecuencias. Tomar la decisión de huir resulta más sencillo cuando sabes que sí o sí te van a purgar y en Corea del Norte las purgas siempre son en compañía. Tus familiares no se libran. Su mujer se anticipó a lo que pudiera hacer el régimen y se suicidó. Una hija murió al caerse misteriosamente de un camión y es que la ley de gravedad es muy mala. Sus otros hijos y sus nietos fueron enviados a un campo de concentración, que sabiendo cómo son en Corea, casi mejor que te apliquen la ley de gravedad.
En 1997 el Gobierno le envió a Tokio a pedir ayuda al gobierno japonés. No consiguió nada. En el viaje de regreso, al pasar por Pekín, pidió asilo en la Embajada de Corea del Sur. Según confesó luego, era una decisión que ya tenía tomada. Necesitaba ser capaz de expresarse libremente por el bien de su pueblo, por eso y porque la cabeza le olía ya a pólvora.
En una carta que escribió para explicar su acción y denunciar al régimen, dijo algo que me encanta: “… en un momento en el que los obreros y los campesinos están muriéndose de hambre, ¿Cómo podemos considerar cuerdos a quienes dicen en alto que han construido una sociedad ideal para ellos?” Lástima que Mao ya no viviese para oírlo.
Desde el exilio dedicó lo que le quedaba de vida a denunciar al régimen de Pyongyang, denunciando cómo Kim Jong-Il había traicionado la ideología Juche y había implantado el feudalismo en lugar del socialismo. Yo pienso que “tiranía” se le aplica mejor al régimen norcoreano que feudalismo. En todo caso, a pesar de sus críticas, Hwang siempre se resistió a renunciar de su criatura favorita, la Juche. Para él, no era que la Juche hubiese fallado, sino que los dirigentes la habían traicionado. Sí, debe ser difícil admitir que tu niña bonita resultó ser al final el monstruo de Frankenstein.
En abril de 2010 los servicios de inteligencia surcoreanos detuvieron a dos agentes norcoreanos que se habían infiltrado en el país para asesinarlo. Hwang comentó con indiferencia: “La muerte simplemente es la muerte. No hay diferencia entre morir de viejo y ser asesinado por Kim Jong-Il.” Seis meses después, el 10 de octubre de 2010, pudo constatar por sí mismo si había alguna diferencia. Murió mientras se bañaba.