Revista Educación
La llamada educación del esfuerzo está diseñada para que las nuevas generaciones sean los motores que empujen un futuro planteado como una proyección del presente. Un presente fundamentado en la idea de que el progreso tiene que pasar por la competitividad: algo absurdo pues hace que que los esfuerzos de unos tengan que oponerse a los de otros, esto me recuerda mucho al viejo juego en el que dos grupos tiran de extremos opuestos de una cuerda a ver quién gana.
Es de elemental sabiduría que la cooperación produce mayores beneficios que la competición, basta echar una mirada a la naturaleza para comprobarlo. ¿Te imaginas, querido lector, a nuestras células compitiendo entre sí para alcanzar mayor salud …? Si esto es tan evidente, ¿por qué defendemos una sociedad competitiva…? La respuesta está en el hecho de que aprendemos a utilizar nuestra inteligencia dentro de determinadas cajas: las creencias. El mecanismo por el cual lo hacemos es la educación, entendida en sentido amplio: colegios, familia, medios de comunicación … En todo el sistema educativo no se contempla el enseñar cómo y desde dónde pensamos, de forma que no somos conscientes de los límites que ponemos a nuestra inteligencia. Este simple hecho explica el porqué hemos sido capaces de llegar a una crisis económica como la actual: los expertos con poder mediático pensaban casi todos dentro de una misma caja; ¿de qué nos sirve una inteligencia encerrada? Si queremos una inteligencia libre hemos de aprender a ver cada uno desde qué creencias estamos pensando y opinando, sin juicios de valores, con espíritu científico. Si además deseamos un auténtico progreso, hemos de dejar que esa inteligencia sea nutrida por la sabiduría de nuestros corazones. Con una inteligencia así no es necesaria una educación del esfuerzo, porque no habrá ningún futuro que empujar, habrá un futuro por crear, un camino, que como dice el poeta, se hará al andar.