15 días antes de las elecciones de 1996, las primeras que ganó Aznar, las de la "amarga victoria" ya saben, la ventaja del PP sobre el PSOE era de 16 puntos. Finalmente ganó el PP por solo 300.000 votos de diferencia. Por tanto si descontamos Madrid, comunidad en la que el PP le sacó al PSOE 600.000 votos, resulta que en el conjunto de las otras 49 provincias el PP perdió esas elecciones por 300.000 votos.
Todo apunta a que estas elecciones generales se las llevará de calle el PP. Es posible que finalmente sea así, pero lo dudo mucho. Todo depende de la abstención que se produzca entre el electorado del PSOE. Y a medida de que se acerque la posibilidad de que el PP gane e incluso de que gane con un margen amplio, ese electorado va a ir valorando otras cosas además de su cabreo con el actual Gobierno y con quienes dirigen ahora "su" partido. El PP lo sabe, y por ello sus campañas buscan no molestar, no "despertar" al electorado de izquierdas supuestamente dormido, y en todo caso facilitarle elementos para que aumente su irritación contra el PSOE.
Las encuestas de estos días calculan que un tercio de los votantes socialistas se quedarán en casa; me parecen demasiados, veremos. Hay ganas de dar un correctivo serio a los actuales gobernantes, pero el riesgo de lo que puede venir ya lo vamos viendo anticipado en las Comunidades autónomas en las que el PP ha entrado a saco. Mucha gente empieza a tener miedo a que gobierne de nuevo la derecha franquista no tanto por su acción política (poco podrán hacer en materia de recorte de derechos civiles, muy interiorizados por la sociedad), como por la demolición de los servicios públicos que ya está en marcha.
Un dato contra las encuestas es que Izquierda Hundida (llamarla Unida es un sarcasmo) no arranca, cuando en los noventa con este mismo sistema electoral que a nadie nos gusta y al que ellos atribuyen todos sus males, tenía veintitantos diputados. No hay fugas hacia otros partidos desde el socialista, o son mínimas.
Otro dato es que en ningún caso la muestra de las encuestas publicadas hasta ahora supera las seis mil llamadas telefónicas. Eso es una porquería de universo desde el punto de vista demoscópico, y me extraña que alguien con el prestigio de Julián Santamaría se haya prestado a firmar un bodrio así para el diario La Vanguardia.
Hoy mismo la Generalitat de Catalunya acaba de publicar una encuesta según la cual los catalanes somos partidarios de los recortes sociales a cambio de que no suban los impuestos. Se colige que el señor Artur Mas y su banda consideran que los catalanes somos gilipollas y que vamos a creernos semejante mamarrachada, pagada por cierto con dinero público. Las encuestas se han convertido pues en la palangana de burdel con la cual el que las encarga enjabona y lava cualquier cosa para darle el cariz que le interesa.
Así que la encuesta de verdad se hará el 20-N en las urnas.
Y respecto a la "confianza en el PSOE", que decía alguno hoy en el blog de Manolo Saco: desde hace 132 años los trabajadores y las clases populares españolas no tienen (no tenemos) otro instrumento distinto de acción política que merezca ese nombre. Todos los demás han aparecido y desaparecido, o sobreviven en la marginalidad parlamentaria y popular. Es por ello precisamente que a muchos nos irrita la promoción de una generación de líderes-basura tipo Zapatero, Pajines, Chacones y demás, y la sumisión de estos indocumentados a las políticas neoliberales. Pero no se engañen los que andan tirando cohetes, porque más allá de esa gente citada -por suerte ya abrasada políticamente- hay millones de personas para las que los conceptos recogidos en el Programa Máximo de 1879 siguen y seguirán vigentes, y para quienes el PSOE continuará siendo su partido depositario mientras otros aparecen y desaparecen a menudo con más pena que gloria.
Una vieja broma de militantes socialistas dice que con este partido no acaban ni sus propios dirigentes. La Historia demuestra que es así, por más que moleste a algunos sean o no de derechas.
En la fotografía que ilustra el post, manifestación en Lleida en defensa de la sanidad pública ("La sanidad, ni tocarla").