Revista Cultura y Ocio

De lo que no se puede hablar… lo mejor es hablar

Por Rhenriquez
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Rosenberg-Isaac – Portrait of Sonia

“Parler sans avoir rien à dire”
P. Eluard, L’amoureuse

La célebre sentencia de Wittgenstein en el Tractatus, “De lo que no se puede hablar lo mejor es callar”, se transformó en un auténtico eslogan que representó el reduccionismo logicista iniciado por Frege, y que pretendía limpiar la filosofía y la ciencia de las “impurezas metafísicas”, con las que, según el positivismo lógico, el lenguaje natural “contaminaba” el pensamiento. Dicho brevemente, el problema estaba, para dicho movimiento, en que el lenguaje natural permite hablar de cosas inexistentes como si fueran reales.

De acuerdo con este proyecto reduccionista, sólo los enunciados que pudieran ser verificados, observacional o experimentalmente, tenían significado, lo que equivale a decir que un enunciado tiene significado siempre que podamos afirmar que es verdadero o falso. Este principio se sintetizó en otro popular eslogan positivista, según el cual “el significado de una proposición es su método de verificación”. Una manera de decir que sólo la verificación empírica tenía validez para juzgar si un enunciado era verdadero y si transmitía algún tipo de conocimiento.

La polémica con los discursos que parecen decir algo acerca de objetos inexistentes, tiene una larga historia, pero fue Russell el que refutó a Meinong, cuando afirmó que negar la existencia de un ser no es una forma de hablar de su existencia, sino que negar su existencia es sostener que la clase a la que pertenece no tiene miembros. La existencia, como ya había dicho Frege, no es un tipo de predicado.

Freud, contemporáneo de Frege, vendría a decir, en cambio, que la negación es una forma de hablar de aquello que no somos capaces de hablar, por no tolerar pensar en ello: “No vaya usted a pensar que la mujer del sueño es mi madre”. El humor y la poesía, ya sabían de este ardid que utilizamos los humanos para hablar de aquello que no podemos o no queremos nombrar directamente. “Serenísimo recorre sus estados. Entre la gente que acude a vitorearle, ve a un individuo que se le parece extraordinariamente. Le hace acercarse y le pregunta: ¿Recuerda usted si su madre sirvió en Palacio alguna vez? No, alteza -responde el interrogado-; pero sí mi padre.” Así también Quevedo nos da un ejemplo cuando a la reina hace elegir: “Entre la rosa y el clavel ‘su majestad es coja’”.

Y es que el descubrimiento de Freud de lo inconsciente le abrió a la humanidad las puertas a un universo lógico desconocido hasta ese momento: un saber no sabido por el sujeto, la lógica de lo inconsciente. La formulación del inconsciente como objeto de conocimiento, en torno al cual habría de articularse el campo psicoanalítico, definía un método y una técnica, pero también una lógica que tenía como uno de sus principios que lo inconsciente no podía hacerse consciente. El inconsciente no se puede atrapar ni agotar en su sentido. No tiene que ver con el ser, sino que es una construcción.

Que el inconsciente está estructurado como lenguaje no quiere decir que la palabra pueda capturarlo o agotarlo, pues “así como la palabra nunca puede abarcar la cosa que nombra ni confundirse con ella, los productos efectos del trabajo inconsciente no son el inconsciente ni pueden confundirse con él” (Menassa). El lenguaje no se reduce a función de la palabra. Que algo esté estructurado como lenguaje significa que está articulado según las leyes del lenguaje; es decir, y principalmente, por las leyes de condensación y desplazamiento.

Lo que el método de interpretación-construcción nos dice, al ofrecernos las características de aquello que lo produce, es que lo inconsciente no está en ningún lugar, sino que está entredicho, se produce entre palabras.

En ese entredicho, en eso que se dicen las palabras entre sí, se ha de producir el sujeto. Por eso no es tan importante lo que “yo diga”, sino lo que las palabras se dicen entre sí. En todo caso, “yo” será su resultado. Pues un sujeto es siempre un significante para otro significante.

En La interpretación de los sueños, Freud ofrece una primera caracterización lógica de su descubrimiento: “El inconsciente no juzga, no calcula, sólo busca expresarse, transformarse”. Errático, el desplazamiento es su única posibilidad de expresión, pues si bien se produce entre palabras, “no está en las palabras, sino que en las palabras está lo que digo del deseo y eso ya es algo que digo del deseo, no es el deseo”.

El deseo no puede ser dicho, pero él tiene lugar en el agujero que produce la demanda. Poesía y psicoanálisis dan cuenta de esa irregularidad, de esa lógica que va más allá del principio de no contradicción, sin que el sujeto sepa nunca a quién habla.

Wittgenstein, como tantos otros filósofos, presumía de su desconocimiento de la historia de la filosofía y del pensamiento (no todo lo que se piensa es filosofía y no todo en filosofía es pensamiento). Pero en sus pretensiones de originalidad, se hizo muy antiguo. El control que ejercemos sobre nuestro lenguaje, el silencio que nos imponemos para no hablar de aquello de lo que no se puede hablar, el deseo inconsciente, lleva al sujeto al dolor y la enfermedad, pues reprimido lo inconsciente usará otros medios para expresarse.

Gracias a Freud, podemos ahora gozar de otra salud, otro pensamiento, para decir que de lo que no puede hablarse lo mejor es hablar. Pues aunque no podamos jamás atrapar nuestro deseo, él no acontece en otro lugar que no sea entre las frases que seamos capaces de decir. Como dice Menassa: “Entre palabras, por túneles secretos, hacia lo no sabido.”

Ruy Henríquez
Psicoanalista
618 596 582
[email protected]
www.ruyhenriquez.com

Publicado en Extensión Universitaria Nº 137

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