Revista Opinión

De Vilna a Moscú: Historia de una frontera

Publicado el 08 julio 2015 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

Lituania había sido un estado de considerables dimensiones a lo largo de la Edad Media e incluso durante la Edad Moderna cuando conformó, junto a Polonia, la República de las Dos Naciones. Hoy en día se recuerda esa época con gran orgullo entre la población lituana y sobre todo en sus libros de Historia, sobre todo si pensamos que a partir del siglo XVII el desarrollo del estado lituano va a ser nulo e incluso su independencia pasará de unas manos a otras.

Lituania historia

El año crítico que convirtió a este estado báltico en vasallo de los intereses de Moscú fue 1795, año en que la zarina Catalina II anexionó Lituania como una provincia más de su inmenso imperio. De este modo Lituania vivió durante dos siglos encadenada a otros intereses. De hecho, los siglos XVIII y XIX se recuerdan como los siglos de la vergüenza en la que la nación lituana vivió alejada de toda posibilidad de independencia.

Si bien el siglo XX y sobre todo el fin de la Primera Guerra Mundial trajo una nueva esperanza no sólo a Lituania, sino a toda una serie de territorios que exigían en la Europa de la posguerra su derecho a existir como estado-nación reconocido a nivel internacional. Así, la desaparición en 1918 de los imperios alemán, austro-húngaro, ruso y otomano dejó el espacio necesario para el nacimiento de toda una serie de estados y el reconocimiento del derecho de los pueblos a la auto-determinación. Este derecho fue defendido por el presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, en sus Catorce Puntos. En este contexto nacieron los estados bálticos de Estonia, Letonia y Lituania, que disfrutaban de su independencia después de varios siglos de dominio ruso.

Este periodo, conocido como la Primera República Independiente de Lituania, tuvo lugar entre 1918 y 1940, periodo en el que el estado desarrolló toda una serie de estrategias internacionales a fin de consolidarse como un estado libre. De este modo, tuvo que hacer frente a una Polonia en expansión que llegó a ocupar la capital, Vilnius, durante varios años. Asimismo, tuvo que lidiar con la creciente influencia de la URSS, que no ocultaba sus ansias expansionistas y con la vecina Alemania, sobre todo a partir de 1933, cuando el país se encontró rodeado de potencias en expansión contrarias a la libertad del pueblo lituano.

Los miedos de Lituania sobre una hipotética invasión se materializaron en el Pacto Ribbentrop-Mólotov en virtud del cual, nueve días antes de que se iniciara la Segunda Guerra Mundial, Alemania y la Unión Soviética acordaban el reparto del este de Europa. En 1940 Moscú pasó a controlar toda la franja este del Báltico, Lituania incluida, lo que puso fin a 22 años de independencia.

De este modo nacía la República Socialista Soviética de Lituania, la decimocuarta república de la URSS y que vivió bajo la influencia de Moscú entre 1940 y 1990, si bien hubo un pequeño periodo de tiempo, entre 1941 y 1944, en el que la Alemania de Hitler “liberó” Lituania del dominio ruso. De hecho, la mayoría de los lituanos recibieron a las tropas de Hitler como auténticos héroes. Sin embargo, la lógica del fin de la II Guerra Mundial, con la derrota de Alemania, llevó a Moscú a ocupar de nuevo la república báltica y esta vez lo hizo con todo el peso de su imperio.

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Lituania vivió casi 50 años en la órbita soviética, cambiando radicalmente su sistema económico, social, político y cultural. Para evitar cualquier tipo de levantamiento de corte nacional, desde Moscú se implantó una política de colonización. Se llegó a impulsar una auténtica campaña por el trasvase de población autóctona rusa a las repúblicas bálticas. Realmente no fue muy complicado, dado que las repúblicas del oeste tenían un mayor nivel de vida que el resto de repúblicas soviéticas. Así, durante medio siglo se silenció toda expresión de cultura lituana e incluso la propia lengua fue relegada al ámbito privado en favor de la oficialización del ruso.

El despertar de Lituania

A finales de los años 80 la URSS va a entrar en un proceso de descomposición producto de las políticas internas llevadas a cabo las décadas anteriores. En un intento de impulsar de nuevo a la Unión, Mijaíl Gorbachov va a desarrollar toda una serie de reformas económicas, conocidas como Perestroika, y va a extender mayores libertades individuales y políticas, que se conocieron como Glásnost.

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En este contexto, en las repúblicas bálticas se va a desarrollar un movimiento social conocido como Revolución Cantada, cuyo objetivo era defender la integridad nacional de los pueblos estonio, letón y lituano y su independencia. El nombre deriva de la reunión espontánea del pueblo en diversas plazas con el fin de cantar canciones populares y religiosas – sobre todo en el caso lituano – como arma contra el silencio impuesto desde Moscú. Las protestas siguieron en aumento durante los años finales de la década de 1980. El culmen de estas manifestaciones, en buena medida pacíficas, llegó de la mano de la Cadena Báltica.

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Esta campaña unió las tres repúblicas bálticas con una cadena humana de más de 650 kilómetros y contó con la participación de más de 1,5 millones de personas. La cadena cruzaba las tres capitales y su objetivo era llamar la atención de la opinión pública mundial sobre la situación por la que estaban pasando los tres pueblos bálticos.

A principios de la década de 1990 los acontecimientos se precipitaron. Junto a las progresivas protestas pro-independencia se sumó el triunfo del partido Sajūdis (Movimiento Reformista Lituano), que defendía la secesión del pequeño país báltico. Este partido, cuya composición incluía a comunistas reformistas e incluso a conservadores nacionales, logró 101 escaños de 141 en el Soviet Supremo Lituano.

Desde luego este hecho marcó un antes y un después y colocó a Lituania a la cabeza del proceso independentista de las repúblicas bálticas, de tal modo que el 11 de marzo de 1990 el país declaraba su independencia de forma unilateral. Sin embargo, la URSS no lo iba a poner tan fácil y no tardó en invadir la capital ocupando la antena de televisión de Vilna, acto en el que murieron 14 personas.

Si bien hasta Moscú debió darse cuenta de que el proceso independentista era imparable, tanto por el ferviente sentimiento nacionalista surgido en Estonia, Letonia y Lituania, como por la situación interna que estaba viviendo el enorme imperio soviético. De esta forma, en 1991, Lituania, al igual que sus vecinos del norte, recuperaba definitivamente la independencia, soberanía e identidad de la que la URSS les había privado en 1940.

Vila-Bruselas: ¿Un idilio con final feliz?

Lituania era, por fin, un estado soberano. Pero eso no borraba los diversos problemas a los que la república debía hacer frente. Por un lado, Lituania había vivido en un sistema comunista y se encontraba en la encrucijada de cambiar por completo el sistema político y económico que había regido el país durante cerca de medio siglo. Aunque con varias discusiones al principio, al final se acordó la reconversión del estado lituano en un estado liberal.

Así, logró tomar las medidas necesarias para incorporarse a la liberalización del estado y de su economía. Actualmente Lituania sigue estando fuertemente relacionada con la industria, aunque la inversión extranjera está ayudando bastante a la modificación de esta vía. Por otro lado, al igual que la vecina Letonia, sufre un alto índice de desempleo, sobre todo a raíz de la crisis que explotó en 2009. Estonia por tanto es la que encabeza el ranking económico en el área báltica, lo que sin duda alguna impulsa una cierta diferenciación con las otras dos repúblicas.

Pero además de los problemas que conllevaban la reconversión total del estado y del sistema, Lituania tenía que decidir si se incorporaba a las diferentes instituciones supranacionales más próximas, es decir, la emergente Unión Europea y la OTAN. En el imaginario estonio, letón y lituano siempre ha existido ese sentimiento europeísta. No un europeísmo necesariamente ligado a la adhesión a la UE, sino más bien ese sentimiento de pertenecer a un mundo cultural e histórico que nada tenía que ver con la historia rusa. La anexión a la URSS es vista como una etapa “antinatural” de la historia de las tres repúblicas que en el contexto de la Guerra Fría no tuvieron la menor oportunidad de salir del juego soviético. Si bien han defendido la ocupación de 1945 como de golpe de estado, invasión e injerencia imperialista, no se puede negar que los 45 años de permanencia en el seno de la URSS han marcado su historia.

Así, a su independencia en 1990, Estonia, Letonia y Lituania se hallaban en una especie de limbo entre su pasado más inmediato y un futuro incierto. Las tres repúblicas vieron su adhesión cuanto antes a las Comunidades Europeas como un derecho y un deber que les había sido arrebatado, si bien este acercamiento fue muy dispar: las exigencias de la UE para la adhesión de nuevos países se dirigían sobre todo a la necesidad de integrar estados democráticos pluripartidistas, donde el respeto a las minorías fuera innegociable, y con una economía liberal competitiva. La primera de las exigencias fue fácil de cumplir ya que Lituania no tardó en adoptar las vías que la convertían en una democracia sólida, si bien las otras dos exigencias se convirtieron en un escollo para la adhesión no sólo de Lituania, sino también de Letonia y Estonia, que no entraron a formar parte de la Unión hasta el año 2004.

En el ámbito económico, Estonia superaba con creces todas las demandas de Bruselas y Letonia le seguía el paso, sin embargo Lituania sufrió varios obstáculos que la colocaron a la cola del desarrollo económico. Los escándalos por corrupción se hicieron patentes y la inflación se disparó, alcanzando el 1000%. Además, se destruyeron miles de puestos de trabajo y el sistema bancario del país se hundió entre 1995 y 1996. A todo ello se le sumó la crisis económica rusa de 1998, la cual provocó una profunda recesión en el estado lituano. No obstante, con la entrada del siglo XXI Lituania se fue recuperando e incluso el FMI elogió los esfuerzos del país y la convirtieron en una de las economías de mayor crecimiento a escala mundial.

Aunque la adhesión ha tenido sus más y sus menos, sobre todo a partir de la crisis desatada en 2008, se puede decir que la unión de Lituania y el resto de repúblicas bálticas ha tenido un balance positivo. Se ha logrado una estabilización de su situación, tanto política como económica y se ha respetado la libertad de estos tres pueblos. Lo cierto es que es bastante complicado entender una Unión Europea completa sin la adhesión de la región báltica a su comunidad.

La minoría rusa y la UE

En la Cumbre de Copenhague de 1993, el Consejo Europeo estableció los requisitos necesarios para la adhesión a la Unión Europea. Uno de ellos, que ya se ha mencionado, es que el candidato cuente con instituciones estables que salvaguarden la democracia, los derechos humanos, el estado de derecho y la protección de las minorías. Este último requisito provocó algunos problemas con la solicitud de adhesión de Lituania y de los otros estados bálticos.

La minoría rusa existe tanto en Lituania como en Letonia y Estonia, si bien el nivel de población de origen ruso es muy dispar. Letonia, por ejemplo, tiene una minoría muy amplia, ya que la población rusa alcanza casi un 30% de la población total, mientras que en Lituania no abarcan más del 8%. La existencia de estas minorías se debe en buena medida a las relaciones que existieron entre el Báltico y Rusia. Así, durante las épocas de dominio ruso, hubo dos etapas de asimilación a la cultura rusa: en la década de 1980 y durante todo el gobierno soviético.

Durante la ocupación, la llegada de población rusa fue enorme. La mayor parte de los emigrantes se desplazaron a Lituania atraídos por su mejor nivel de vida; pero también llegaron a las costas del Báltico militares retirados o prisioneros que tras cumplir su condena decidieron quedarse en suelo lituano. El resultado de todo este proceso fue que cuando Lituania adquirió la independencia en su territorio quedó una minoría de habla rusa, que aunque no muy numerosa, sí podría acarrear problemas en sus relaciones con Rusia, con la UE e incluso con la OTAN si no se abordaba de la manera correcta. Y es que esta población podía tener la capacidad potencial de desestabilizar la situación de Lituania, Letonia y Estonia a ojos de las grandes instituciones.

El miedo a vivir de nuevo bajo el yugo ruso afectó al desarrollo de Lituania durante la década de 1990 – actualmente, tras la crisis en Ucrania ese miedo vuelve a estar más vivo que nunca –. Para ello, Vilna trató de buscar los mecanismos necesarios de seguridad para evitar caer en la órbita de Moscú. Entre esos proyectos de defensa se incluyó la necesidad de unirse a las comunidades europeas como salvaguarda de su seguridad.

Si bien el proceso de inclusión de Lituania, así como de Letonia y Estonia no fue nada sencillo. Si los gobernantes de las pequeñas repúblicas buscaban su unión a las comunidades europeas, su población, en líneas generales, no estaba muy a favor de la rápida adhesión, quizás porque su unión suponía ceder parte de su recién recuperada soberanía. Pero también hay que entender que su adhesión a Europa – así como a la OTAN – les ofrecía una seguridad frente al vecino del este que ninguna otra institución podía ofrecerles. La dificultad para la inclusión se debía a las exigencias de Bruselas en temas sensibles como las minorías – rusas, sobre todo – que eran un tema bastante sensible para los pueblos bálticos.

En el Informe Periódico sobre Lituania, la Comisión confirmó que el país cumplía los requisitos de Copenhague, sobre todo en lo referente a la protección de las minorías. Esto se debe a que la integración de la minoría rusa en el estado lituano no presentó grandes problemas. De hecho, en 1991, con la entrada en vigor de la Ley de Nacionalidad, se concedió de forma automática la nacionalidad a todos los residentes del país sin tener en cuenta el tiempo de residencia en Lituania, el origen étnico y ni tan siquiera su conocimiento del lituano.

De este modo, en 1997, el 90% de las personas que formaban parte de las minorías en Lituania ya poseían la nacionalidad. Entre sus derechos estaban la capacidad de supervisar sus asuntos culturales y educativos y la creación de un Departamento de Minorías Nacionales, una institución que vela por la protección de estos grupos sociales y de su integración en la sociedad lituana de la mejor forma posible.

Por tanto, los problemas que tensaron las relaciones de Estonia, y sobre todo Letonia, con Rusia por estas minorías y con la UE y la OTAN por el respeto de sus derechos no llegaron a darse en Lituania, que lo abordó con una perspectiva diferente, si bien es verdad que el volumen de población rusa con la que lidió Vilna no es comparable al de Riga o Tallin.

De cómo la crisis de Ucrania afectó a Lituania

Las relaciones entre Rusia y Lituania siempre han sido tensas, pero a raíz de la crisis de Ucrania, que empezó en 2013, Lituania, y el resto de la antigua Europa soviética, se han puesto en guardia.

En noviembre de 2013, a raíz de la decisión del presidente ucraniano, Viktor Yanukovych, de frenar los acuerdos para la futura adhesión a la Unión Europea, se produjo todo un movimiento pro-europeo conocido como Euromaidan. Yanukovych se había convertido en el principal aliado de los intereses de Moscú en el este de Europa y, sobre todo, en el Mar Negro. La caída del presidente en febrero de 2014 no fue más que una excusa para que el Presidente de la Federación Rusa, Vladímir Putin, ordenara la anexión inmediata de Crimea tras un referéndum en el que ganó el “Sí” a la unión con Rusia por un 96,77%, una votación que más tarde la ONU declaró inválida.

De esta forma, la anexión de Crimea por parte de Rusia tuvo varias consecuencias: en primer lugar se había producido una agresión directa a un estado soberano, un hecho que Europa no veía desde hacía casi dos décadas y en segundo lugar este hecho erigió a Rusia como una amenaza de enormes dimensiones para la seguridad de toda Europa del este, en especial aquellos países que tenían población rusa, como era el caso de la provincia de Crimea, y como a día de hoy ocurre en Estonia, Letonia y Lituania.

En el preciso momento en que Putin firmaba la hoja de ruta para la ocupación de Crimea, Lituania y sus vecinos miraban hacia Estados Unidos y la OTAN en busca de una protección que por sí solos no podían mantener. Los mecanismos de seguridad se activaban y desde entonces se ha producido un lento pero inexorable rearme en la frontera con Rusia. Está claro que los países bálticos temen que el episodio ocurrido en Ucrania se repita en sus propias regiones.

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El este de Europa ha iniciado un rearme por el temor a Rusia, acentuado en Estonia, Letonia, Polonia y sobre todo Lituania y Ucrania, debido sin duda a la anexión de Crimea y la guerra abierta en las provincias prorrusas del este. Bien es cierto que el resto de Europa, a excepción de Suecia y Noruega, que también temen un aumento de la influencia de Rusia en el Báltico, han rebajado el gasto militar en buena medida.

Por tanto Lituania vive una situación de excepción. Aunque no mantiene un alto número de población rusa entre sus fronteras, lo cierto es que el estado lituano es la principal vía de acceso para el enclave ruso de Kaliningrado, lo que preocupa sobremanera a Vilna. El aumento del gasto militar en Lituania responde por tanto a una necesidad de seguridad frente a un país vecino con el que las relaciones en los últimos 20 años no han sido fluidas, pero tampoco desafiantes como ha ocurrido desde 2014.

Rusia, Lituania y la región báltica

Está claro que Lituania vive una de las situaciones más críticas desde su independencia. A pesar de que la población lituana siempre ha recelado de Moscú, no podían imaginarse que en tan sólo un año ese recelo se convirtiera en el fantasma de la amenaza que no hace no tanto dirigió sus destinos.

Sin duda alguna las medidas de Rusia han levantado viejas heridas en toda la región del Báltico, un espacio geográfico que tradicionalmente Rusia había utilizado para aumentar su influencia en todo el norte de Europa. Desde Finlandia a Polonia existe un temor a que Rusia trate de recuperar una influencia que perdió con el fin de la Guerra Fría y el desmantelamiento de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. A fin de cuentas Moscú sólo cuenta con dos enclaves en el Báltico, Kaliningrado y San Petersburgo, pero no hay que subestimar la importancia de estas dos bases marítimas.

Sea como fuere, lo cierto es que Lituania y sus vecinos van a tener que convivir en una nueva situación de amenaza permanente por el papel de potencia militar que le está otorgando Putin al país de los zares. Sólo el tiempo dirá si Putin ha caído en vagos delirios de grandeza que ya sufrieron otros dirigentes de Moscú o sus estrategias expansionistas dan realmente algún resultado.

Tampoco podemos olvidar que Lituania fue el primer país en sacudirse el yugo del imperio más grande del mundo y que su pueblo ha demostrado una resistencia elogiable frente a las adversidades. Y eso, Moscú, no debería pasarlo por alto.


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