Revista Diario
Se llamaba Julia y su mirada perspicaz se perdía detrás del ocaso. El silencio de la playa era abrumador y el viento arrastraba cúmulos de arena en el aire para enredarse en los pelos de ella. En ese momento traté de excusarme frente a tal espectáculo, pero en el momento de hablar se me metió arena en la boca y empecé a toser. Julia reía descaradamente mientras yo trataba de extraer de la lengua los restos triturados de costras de mar. En ese instante intenté sacar la mentira, romper los códigos y decirle mi verdadero nombre cuando Julia de repente estampó sus labios sellando los míos. La culpa era mía. No tendría que haberme reportado pero Oscar, aunque otros lo conocen como Miguel Frías, me dijo algo, que en un principio me pareció una boludez de un fanático y sin embargo no pude evitar pensar en ello: –La revolución no se toma vacaciones –y fue como si apuntara con su verdad en mi sien. Lo único que ahora sé es que será la última vez que estemos juntos, los dos y el mar. Y realmente quisiera que este tiempo se detenga, que el instante sea eterno en este lugar, ser como aquella gaviota que vuela a contraviento y no logra avanzar. Por un minuto pensé lo sencillo que había sido tomar las armas de los guardias, y dejar luego un comunicado en el baño de damas de la estación. No siempre las tareas eran tan fáciles y muchos compañeros tenían cierta desconfianza hacia mi sexo. Fue como una especie de bautismo y aunque no dudé un minuto, mientras le sacaba el revólver al policía, me atrapó el miedo. Una extraña mezcla de orgullo y de miedo. Aunque en realidad no tendría que sentirme deplorable porque de lo contrario, de no haber estado haciendo lo que tengo que hacer, nunca nos hubiéramos conocido en la facultad de Medicina aquella tarde, donde la asamblea, cuando el cruce de miradas y como de un aventurado viaje sorpresivo me superaron. Era la pausa que necesitábamos frente a tanta expectativas, tantas esperanzas. El sueño está cerca, quien lo hubiera dicho apenas tres años atrás cuando la lucha armada parecía que nunca terminaría. Qué rara escena de sensación de descanso y meditación frente a frente. Siento pasar los mejores momentos de mi vida en un abrir y cerrar de ojos, (estaba refrescando y compartimos los cuerpos). Pero el temblor no se iba, y vaya a saber por qué me acordé de la vez que casi me dejan adentro o peor, la interminable noche de terror y sangre que pasé mientras mi cuerpo vibraba, ardía de dolor por un hijo de puta. Era la prueba de fuego, nunca estuve tan cerca de la muerte y de dar el brazo a torcer... si supieras en este momento que cálidos siento tus brazos, y quizás tiemble de emoción... ¿por qué el sol tiene qué caer? ¿Por qué mañana parece tan pronto y cómo decirte que no más de ti y de mi? Estaba haciendo frío en la playa y teníamos que partir. Tomé su mano y arrojamos juntos un bollito de papel atado a una piedra al mar: –Allí van nuestros deseos –le dije –el de todos... Ya tenía que dentro de poco partir a Cuba para entrenar, se infló mi pecho al notar que me eligieron pero en el momento cuando recibí la noticia casi traiciono la causa... no debo... no puedo. En la playa no éramos solo dos y no queda más que mentir... decir lo del viaje de estudios. La vieja me creyó, o se hizo la tonta, que sé yo, pero ahora es distinto, no puedo luego volver a ser lo que soy, tengo que seguir en otro lugar al volver de Cuba. Cuba. El sueño de todo revolucionario. Pero cómo no violar mi identidad y decirle lo que hago, si yo sé que me va a entender, los dos pensamos lo mismo, buscamos lo mismo. –“Pero esté no va a ser nuestro último beso” –pensé, aunque no tuve el valor de decírselo... es que la revolución está cerca y la lucha no descansa... por nosotros...por nuestros hijos...y luego me perdía por una última vez en sus ojos, mientras seguía tratando de sacarse la arenilla de su boca. Se llamaba Osvaldo y me miraba vigorosa e inquietantemente mientras mis pies se perdían entre la espuma...