Revista Cultura y Ocio

¿Decepción? No, el cambio es imparable

Publicado el 21 diciembre 2015 por Benjamín Recacha García @brecacha

Hermano Lobo

La reacción en caliente es maldecir de nuevo porque en España tenemos lo que nos merecemos. Más de siete millones de personas han vuelto a votar por una organización criminal para que gobierne el país. Otros 5,5 millones lo han hecho por un partido que la última vez que gobernó renunció por completo a su ideario supuestamente socialista para obedecer el dictado de la élite financiera europea.

El cambio no ha sido posible. Podemos se ha quedado muy lejos de poder presentarse como alternativa de gobierno: 21 escaños por detrás de los 90 del PsoE, y a 54 de los 123 del PP (a falta de contabilizar el voto por correo y el de los residentes en el extranjero). Mucho peor le ha ido a Ciudadanos, el relevo elegido por el sistema para que nada cambiase: 40 diputados.

Sin embargo, después de seguir la jornada electoral con toda la intensidad, escuchando análisis, leyendo interpretaciones y digiriendo números, mi conclusión es que el cambio es ya imparable.

Seamos realistas: España es un país muy remolón. Los cuarenta años de franquismo y otros cuarenta de una democracia muy imperfecta forzosamente tenían que calar muy hondo.

En este país hay mucha gente miedosa, que, ante todo, teme perder su porción de miseria, aunque apenas le quede nada ya que conservar. Hay mucha gente recelosa a los cambios, escéptica y suspicaz. Gente que está acostumbrada a una forma de hacer y, por muy cuestionable que sea, es la forma de hacer que conocen, que no depara sorpresas, que no revoluciona nada, que no requiere adaptarse de nuevo.

Basta mirar el mapa electoral de esa España interior, la “España profunda”, la de Machado y Delibes, la que hiela el corazón de tan carente como está de santos inocentes, y el panorama es desolador. Para colmo, la combinación con la ley electoral en vigor acaba por revelarse demoledora.

Aun así, el PP ha perdido casi 3,7 millones de votos, que se dice pronto, y 63 escaños. Un desplome en toda regla. El PsoE, por su parte, se ha dejado por el camino 1,5 millones y 20 escaños, el peor resultado de su historia reciente.

Ambos lo venden como victoria, pero entre los dos apenas superan el 50% de los votos emitidos. Algo inimaginable cuatro años atrás.

Para un país remolón, aturdido y adormecido como España, se trata de una revolución en toda regla.

Pero no estoy siendo justo. Quienes ponen el grito en el cielo en las redes sociales tras conocer los resultados, tampoco. Hay una España que clama por el cambio, la del norte, encabezada por las mareas gallegas, Podemos en Euskadi y, sobre todo, en Catalunya, por esa mujer que me atrevo a aventurar que en un día no muy lejano será la primera presidenta del gobierno. Me refiero, claro, a Ada Colau, una mujer que entusiasma, que contagia su espíritu luchador y su maravillosa honestidad. Lo que este 20 de diciembre ha logrado En Comú Podem es histórico. En la provincia de Barcelona ha arrasado, y no era nada fácil.

Esto va a tener consecuencias inmediatas para el proceso independentista, en concreto, para la formación de gobierno en la Generalitat. Desde hace unas horas me cuesta más que nunca ver a la CUP invistiendo presidente al líder de un partido de derechas que pierde apoyos en cada cita electoral. El 15% de Convergència (Democràcia i Llibertat) es tremendo. Prometo escribir sobre ello más extensamente.

Otra mujer tan potente como Ada, que lleva años acumulando experiencia y demostrando dignidad política, es Mónica Oltra. La confluencia entre Compromís y Podemos ha revolucionado el panorama en Valencia, que ha pasado de ser uno de los principales feudos del PP más corrupto a abanderar la regeneración política.

También en Madrid ha habido un vuelco electoral que confirma que la España urbana y la rural viven el cambio a un ritmo muy diferente. Un cambio que empezó en las ciudades a finales de mayo y que esta noche ha avanzado un paso de gigante.

Casi 5,2 millones de votos ha sumado Podemos junto a las formaciones con las que acudía en confluencia. Si añadiéramos los más de 900.000 de Unidad Popular – IU, habrían adelantado al PsoE. Sigo creyendo que la unidad no sólo suma, sino que tiene un efecto multiplicador. Esperemos que algún día la izquierda aprenda de una vez que para ganar debe mirarse menos el ombligo y ser menos exquisita con sus dogmas ideológicos.

¿Y ahora, qué? Rajoy no va a poder formar gobierno. Nadie va a querer pactar con su fábrica de chorizos, pero no me cabe la menor duda de que, desde ya, las presiones para que cristalice “la gran coalición para salvar el país” van a ser brutales. Desde Merkel hasta la oligarquía empresarial y financiera, pasando por los dinosaurios exsocialistas (si es que alguna vez lo fueron) y los que continúan manejando el partido desde la sombra, y no tan a la sombra, sino más bien muy al sur, a pleno sol. Intuyo que Pedro Sánchez es un obstáculo; posiblemente, también Rajoy. Así que no descartaría ese gran pacto de Estado, con algunos cambios de cromos estéticos, aunque a la práctica signifique la “pasokización” del PsoE.

En cualquier caso, ello no haría más que aplazar un tiempo lo que hoy veo más claro que nunca: el triunfo de Podemos, ahora sí, en confluencia con toda la izquierda, en las siguientes elecciones generales. Lo de este 20 de diciembre ha sido un golpe definitivo a las caducas estructuras del Estado. Sólo un error garrafal de estrategia de Podemos podría evitarlo. La prisa por conseguir el poder, por ejemplo. La tentación de hacer presidente a Pedro Sánchez puede ser grande, simplemente para echar a Rajoy, pero, en mi opinión, sería una grave equivocación.

Susana Díaz y compañía jamás aceptarán las condiciones mínimas de Podemos para un acuerdo, y Podemos sólo puede ser firme en ese aspecto. La oposición durante una legislatura convulsa y quizás muy breve no es un mal lugar para quienes llegan con el objetivo de ponerlo todo patas arriba.

En ese sentido, me ha gustado escuchar la contundencia de Pablo Iglesias en su primera valoración sobre los resultados, que deja entrever que no va a ceder en los principales ejes programáticos del partido que lidera para posibilitar la investidura de nadie. No debemos obviar que, después de todo, se han quedado a sólo unos 300.000 votos del segundo puesto.

No hay prisa; sí, urgencias. Y precisamente por eso, hoy más que nunca cabe hacer bueno aquello de “vísteme despacio, que tengo prisa”. Aunque el peligro de empacho de votaciones esté ahí, no me parece en absoluto un mal panorama para la izquierda real nuevas elecciones en primavera.

Veremos qué pasa. El mercadillo acaba de abrir las puertas.


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