Celebrar sin estrés.
Nuestra navidad fue tranquila y simple. Sin complicaciones gastronómicas ni desmesuras decorativas. Disfrutamos de un día de sol en familia, haciéndole todos los honores a la filosofía de la lentitud. Nadie estuvo encerrada en la cocina hasta último momento porque el menú era el más criollo de los asados. Tampoco abrimos un despliegue de adornos brillantes. Eso sí, le dediqué una tarde de lluvia -tuvimos varias este diciembre- a troquelar estrellas y armar guirnaldas con papeles reciclados: restos de trabajos anteriores en opalina telada blanca y una bolsa de papel craft que llegó con alguno de los regalos anticipados. Sí, lo sé...tenemos poca gracia los desmesurados. Los adultos recibimos regalos por adelantado. Para desconsuelo de mi cuñada y mi señora madre, intercambiamos obsequios durante la semana previa para tener la oportunidad de hacer los cambios correspondientes en el caso de ser necesario. Los únicos que mantuvieron la expectativa hasta la noche del 24 de diciembre fueron Camilo y Paulina, que sostuvieron sin pestañear un segundo, una atenta vigilancia de todos los rincones del Rancho. Sin perderse ninguno de los ruidos del entorno porque cada uno podía significar la llegada de Papá Noel.
Decorar la mesa
La mesa de navidad estuvo vestida con un mantel blanco que no es más que un retazo de panamá que encontré entre los saldos de La Casa de las Telas en mi última visita. Por qué razón sufrir con cada manito sucia si podemos disfrutar de la cena sin pensar en cuál será el mejor quita-manchas para el vino tinto o el aceite con especias. Desafiando los designios de la sangre usé el mantel sin cubrirlo con plástico, que me traerá nostalgias de la infancia y conmovedores recuerdos de las navidades pasadas pero carece totalmente de glamour, seamos honestas. Además usé una serie de posa-platos de fibra rústicos y porta-velas de vidrio que funcionaron como floreros improvisados. Este es el momento en el que, tal vez, estás pensando que la ambientación estaba fríamente calculada más allá de su aparente simplicidad...Y es el momento en el que te decepciono: los porta-velas se transformaron en floreros sui generis porque me olvidé de las velas en casa. Así es... muy navideña pero con las mismas mañas. La memoria nunca fue una de mis fortalezas y organizar perfectas cajas para perfectos viajes familiares será un objetivo para el año próximo. Las flores blancas que se lucen en las imágenes son tan silvestres como parecen: crecen por cientos en los terrenos que circundan mi rancho. Lo único que hice fue salir con una tijera y volver cargada de flores.
Iluminar la navidad.
Obviamente no podían faltar las luces de navidad. Me gustan de forma desmesurada las guirnaldas de luces y las he usado en proyectos que nada tienen que ver con esta época del año. Ya confesé sin reparos que las uso donde sea y cuando sea. Sin embargo, tengo mis limitaciones estéticas en este terreno. Siempre elijo las luces de arroz con el cable menos llamativo que sea posible, aunque entre la gran variedad de propuestas comerciales -hay de todos los tamaños, colores y formas imaginables-mis preferidas siguen siendo las clásicas luces blancas. Con ellas adornamos la baranda de madera de la pérgola que reciclamos el diciembre pasado. Con la estructura de una lámpara en desuso, hice un símbolo de la paz para Camilo que sigue en modo hippie desde la fiesta de fin de curso del jardín, para la cual se disfrazó al mejor estilo Lennon. Nada más, toda nuestra decoración fue reciclada o hecha a mano. El mismo criterio lo aplicamos a los regalos para los niños. Ningún despropósito en cantidad porque ya tuvimos la experiencia de treinta regalos en una noche de navidad épica y no tiene nada que ver con nosotros o lo que buscamos para nuestro hijo. Mi deseo es que el placer de la navidad recupere sus orígenes tradicionales, sin espectáculos de fuegos artificiales ni postales de shopping. Y lo deseo para la mayor cantidad de personas posible, para que cultivemos una existencia exageradamente simple. Feliz navidad! Nos vemos el lunes.