Revista Cultura y Ocio
Entre los muchos revivals que la nueva (es un decir) temporada política nos está deparando (ley del aborto, mendicidad galopante, brasas nacionalistas...), la penúltima se produjo este fin de semana en el cónclave que el Partido Popular celebró en Valladolid. Allí, la señora De Cospedal se subió al estrado para proponer a sus correligionarios y, sobre todo, a las cámaras y los micrófonos, un novísimo ultimátum: «¡O nosotros o la Nada!», vino a decir la afamada filóloga, capaz de los más ocurrentes zurcidos verbales. No sé si ustedes oyeron, entre el fragor de la mar embravecida y bajo el lento caer de la nieve, la respuesta que se podía percibir rebotando de esquina en esquina a través de un país malherido y exhausto. «¡La nada, la nada!», repetían aquí y allá las masas silenciosas, por fin escarmentadas de lo que en verdad significa ese «nosotros» tan exclusivo y un tanto apocopado (lo que en realidad quiere decir es: «nosotros, los de siempre, los que después de tanta orgía de burbujas, ni capaces somos de devolver los Cascos»). La cosa se iba francamente enredando hasta extremos de no fácil digestión semántica. Pero he aquí que el claro colofón lo puso el Ágrafo Rajoy: rumiando aún la última polémica de la prensa deportiva, tomó el micrófono de clausurar unanimidades y, después de agarrar por la pechera la efigie de Rubalcaba y zarandearla a placer, profirió por lo bajo, a modo de exorcismo (de ahí que no haya constancia sonora), un definitivo: «Es igual, españoless, también somoss nosotross...»
Pues bien, la crónica de estos sucesos, que serían cómicos si no se tradujeran en un rastro real de tragedias cotidianas, ya estaba escrita, y al pie de la letra, en la portada de Hermano Lobo, firmada por Ramón, que se puede ver sobre estas líneas. No sé si se alcanza a discernir la fecha, sobre el título de la revista, pero se la deletreo: 2 de agosto de 1975. Anteayer. Quiero decir: dentro de nada hará ¡cuarenta años! (¿de que nos suena esa cifra?).
Y el caso es que, bucle la vida al fin, recuerdo bien la mañana de un caluroso verano aún franquista cuando, saliendo por la esquina del pasaje Doré a la calle de Atocha, me topé con esta cubierta colgada en el kiosco donde, en días de trabajos más o menos becarios (en concreto, para la revista Creta Agrícola), solía leer los titulares y, si había suerte, comprar algún periódico. Hoy aquel kiosco y la revista han desaparecido. Pero el chiste, maldita la gracia, sigue ahí. ¿Hasta cuándo?