Revista Cine
Ahora que, al desplazarse el eje de figura de la Tierra unos 8 centímetros, los días son más cortos -¿lo anticiparon quiénes dijeron que el ser humano nacido en el siglo XXI podría alcanzar con comodidad los 100 años de vida?-, me pregunto cuánto tardarán los avispados en echarle la culpa de la baja productividad, el desempleo y hasta de las oscilaciones bursátiles al seísmo chileno. Un microsegundo y cuarto de aceleración anual que hacen al don Hilarión de Tomás Bretón y su “hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad” un digno astrónomo y predictor que no sé cómo resolverán los vendedores de la precisión atómica en pulsera ante las reclamaciones de sus clientes o los muy disciplinados relojeros de la Puerta del Sol. ¡Menudo embrollo!
En cualquier caso, por si el fin de año se presentaba de repente, salí en busca de uvas. Y como a la zorra, perdón sita Bibiana, como al zorro, me las dieron verdes. Y de caros hollejos. Pero todo sea por las traiciones/tradiciones. Me senté frente al televisor a esperar las campanadas y ví tal sarta de disparates que no sabía si vivía en 2010 o en un futuro con regusto a pasado, o viceversa: gente, que reconocí y que había olvidado, entrando a una casa parecida a la de mis recuerdos, e igual de permanentemente vigilada; rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser, o su equivalente futbolístico: la esperanza de un pueblo desesperanzado en once pares de botas; apoyo psicológico y eurófico a los señores del ladrillo para que rehabiliten lo que habría de derruirse; un cura de parroquia toledana ofreciendo su cuerpo para un ménage a trois, sin sevicia, que uno es de cara dura pero de carnes blandas; empresarios sin perdón pidiendo chicos frescos y sanos para la mina... Por seguir en plan replicante: vi cosas que vosotros no creeríais. Y entonces recordé que David Crosby ya cantó en buena compañía aquello de que todos hemos estado aquí antes. Y que ese inglés nacido en La Habana y de habano en mano llamado Guillermo Cabrera Infante escribió aquello de “que sale el toro, cierre los ojos; que no los cierra, se los cierra el sueño”. Y donde el explicó el arte de ver una película de toros, dije yo de todos. Así que grité basta -es un decir-. Pero en el tiempo perdido entre localizar el orinal o asomarme al balcón, me tropecé con otro Guillermo, Guillermo que lleva a Toledo en el linaje, que hablaba de Cuba cayéndosele la baba y la fe de su razón. Tanta cuba acabó por marearme.
Al día siguiente, el problema fue que al despertar el aleph de ceros y unos me saludaba con su calendario y sus gadgets noticieros: lo que creí pesadilla, era realidad. Me lo confirmó el hecho de que la DGT, que nada dijo de un político defensor de una copa de menos sorprendido al volante con dos o tres de más, se planteé el que un joven de 17 años pueda conducir un turismo. Si no se puede terminar con tanto anciano, que con la crisis, maldito vocabulario griego, apenas viajan y la gripe resultó un fiasco, quizá sea bueno terminar con ellos antes, cuando son una juventud ingobernable, llena de tatuajes hoy que mañana serán verde sobre pellejos, juventud que no se van de la casa llena de comodidades de sus padres (doble dormitorio y satisfacción si hay divorcio o separación) a un quinto piso con humedades y sin ascensor. Me imaginé los arcenes llenos de cadáveres bien parecidos. Ni siquiera los films de Lynch son tan retorcidos. Me despejé con un par de cafés solos y concluí que para qué querer saber del cuarto rescate de AIG, cómo es eso de apostar a acertar si las acciones del vecino van a subir o a bajar o qué manipuladores (¿bancarios?) se encuentran detrás de la campaña del arreglémoslo entre todos, para qué, si mañana viene otro seísmo y nos plantamos en el siglo XXII en el tiempo que dura un puesto de trabajo. A ver si con el gran colisonador de hadrones a pleno rendimiento alcanzo a verlo.
Guillermo Cabrera Infante