Revista Arte

Del árbol del conocimiento a la maraña del saber

Por Raquelcascales @rcascales

Del árbol del conocimiento a la maraña del saber. Así resumió el profesor Juan Arana veinte siglos de sabiduría occidental. Dimos lugar al árbol más grande que jamás se podía haber imaginado, de él nacieron todas las ramas. Pero algunos leñadores decidieron separarse y plantar esquejes de manera autárquica. Ahora tenemos una gran selva.  
Con la especialización de todas las ciencias que ha tenido lugar en el s.XX se abandona el tronco filosófico del que surgieron las diferentes ramas. Por lo que el filosofo es el nostálgico del pasado y echa de menos esa sabiduría unificada. En este sentido el filosofo es el que, me parece, hoy mejor puede integrar los saberes. Hay una diferencia entre integrar y trabajar de manera interdisciplinar, entre unir desde dentro lo que es común y juntar de manera externa lo que en un momento determinado puede tener que ver. 

Del árbol del conocimiento a la maraña del saber

Vidriera de el Monasterio de El Puig (Castellón)

Sin embargo, me parece interesante aludir a dos crisis que tienen que ver especialmente con este tema. Por un lado, la crisis que tuvo lugar a finales de la Edad Media entre Filosofía y Teología y que supuso la primera ruptura del saber. Con el averroísmo latino se desarrollo la teoría de las dos verdades: la de la razón y la de la fe. Según esta teoría, Dios nos habría dado dos caminos y dos objetos. Con una nos moveríamos por el mundo y, con el otro, nos salvaríamos. 
La recomposición fue bastante traumática. Ockham, para impedir la división, debilita la filosofía: una razón separada de la fe lleva a conclusiones en contra de la fe por lo que se volvió muy crítico con la razón y la separó totalmente de la fe con tal de asegurarla. Pero esto, tal y como apunta Gilson, hace que la razón separada se reconstruya por si sola y en contra de la fe. Por no permitir hacer una filosofía acorde con la teología se dio lugar a una filosofía que genera su propia solución. 
Por otro lado, encontramos la crisis actual: la separación entre ciencias y, sin atreverme a especificar (letras, humanidades, filosofía), todo lo demás. Esta separación comienza en el s.XVII con Copérnico, coge sustancia con Kepler y Galileo, se sistematiza con Huygens y Descartes y se lo toman definitivamente en serio Newton y Leibniz.A partir del siglo XVIII, gracias a Kant, se le exige a la metafísica que asiente todas sus aserciones de la misma manera que parecía hacerlo la física o la matemática. Además la escisión total entre lo fenoménico y lo nouménico habría conllevado, por un lado, poner un límite a la explicación científica. Por otro, la explicación metafísica sería imposible. De esta manera tras él se exigió que la metafísica hiciera un ejercicio titánico que, en realidad, no se da en matemática ni en física, tal y como puso de manifiesto Kuhn en su libro The Structure of Scientific Revolutions.  
Sea como fuere, mientras que en Filosofía existían cada vez más escuelas contrapuestas, los científicos comenzaron a ponerse de acuerdo. Para los astrónomos, por ejemplo, la sensación de complicación (matemáticas de Epicuro de Rodas y los epiciclos planetarios) desaparece ante la sencillez copernicana. En aquella época ya todos sabían que eran hipótesis, pero no tenían otra explicación para salvar los fenómenos. La verdad parecía importar menos que el hecho de salvar los fenómenos. 

Del árbol del conocimiento a la maraña del saber

Ventanal de La Lonja dels mercaders (Valencia)

Sin embargo, más que la sencillez el éxito de la ciencia se debió a su aplicación a la naturaleza, a que uniéndose a la técnica consiguió explotar los recursos naturales y mejorar la calidad de vida de las personas. De esta manera también se convirtió en una forma de dominio, así ha sido entendido, al menos, en la postmodernidad. Hoy en día se considera ingenuamente que todo lo que no sea científico (ergo, cuantificable, verificable o falsable en sentido popperiano) no existe. Todo lo que sale de ese ámbito queda relegado más allá de los muros de la verdad: el reino de la opinión, de la subjetividad, de la fantasía. 
Pero, como he dicho, me parece que esa es una concepción ingenua extendida entre un público que no sabe cómo funciona la ciencia. La ciencia no ha sido pensada en serio. La tarea del científico se limita, en la mayoría de los casos, a su objeto y no a pensar sobre su propia ciencia. Creo que hoy en día eso está cambiando y, por alguna o muchas razones, quieren pensarla. Estamos en crisis, pero al menos ahora somos (todos) conscientes de que lo estamos y eso, me parece a mí, es el primer paso para buscar soluciones. Pero no es fácil. Aún cuando la voluntad es buena, nos hemos especializado tanto que es sumamente difícil entenderse. Ya sólo "el desarme terminológico" -otra vez Juan Arana- conlleva un gran esfuerzo.
El diálogo no solo es posible sino necesario, pero para que sea fructífero ambas partes deberán despojarse del orgullo y olvidar muchas rencillas con el fin de estar dispuestas a dejar lo que sea necesario con tal de acercarse a la luz de la verdad.
Este post participa en la I edición del Carnaval de Humanidades

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