Foto de portada por: jorgemejia
La red de bibliotecas públicas en España se ha fortalecido enormemente en la última década gracias al apoyo institucional, que las ha convertido en epicentro lector, amén de espacio de promoción social donde la cultura está al alcance de cualquier ciudadano. De hecho, han sido las únicas que han seguido creciendo –en 2010 representaban el 63% del total según el estudio Bibliotecas y crisis económica elaborado por la FGSR–.
La crisis –que sin duda es la palabra en español más repetida en los últimos cinco años– ha afectado a la venta de libros en general y de LIJ en particular, el nicho de mercado que más había crecido en los últimos años. Como el aluvión de novedades era y sigue siendo enorme, no hay bolsillo que pueda hacerse con todas ellas, y más aún si eres un niño o un adolescente. Para eso están –o estaban– las bibliotecas. En el caso español hemos llegado a dos paradojas.
La primera: El fomento de la biblioteca pública ha motivado que los usuarios, cuyo número no deja de crecer, hagan cada vez más uso de sus servicios frente a un progresivo estancamiento de los fondos de estas. En 2008 estalla la crisis financiera y la tendencia alcista de gasto en nuevas adquisiciones que se había mantenido hasta esa fecha se reduce… en 26 millones de euros. No seré yo quien se atreva a 'traducir' esta cifra a libros, cómics, entretenimientos audiovisuales o juegos.
La segunda: Entre 2008 y 2010, debido a la eclosión de la crisis, los ciudadanos comienzan a hacer un uso mayor de las bibliotecas públicas. 108 millones de españoles las visitan para leer, navegar en la Red, o preparar una oposición o el parcial de Historia del Pensamiento Político. Es un recurso más en la búsqueda de empleo o el reciclaje profesional –no hay más que dirigirse a la sección de lenguas extranjeras y observar que los manuales de inglés, alemán y francés han volado–. Casi dos millones de españoles se sacan su carnet de biblioteca en estos dos años, con lo que llegamos a los 18 millones de personas inscritas, cerca del cuarenta por ciento de la población.
Interculturalidad, conciliación laboral y acceso a la cultura
Queda claro que la biblioteca del siglo XXI es un espacio que traspasa el mero préstamo de libros. Es un espacio para la conciliación familiar ligada a la lectura con la apuesta por las bebetecas y para el acercamiento cultural en su dimensión social –interculturalidad, clases de español para extranjeros, biblioterapia, escritura creativa, asociacionismo, consumo responsable–… y para la integración social y el reconocimiento de nuevas realidades con la adquisición de libros en chino, polaco, árabe y rumano para así atender las demandas de una población inmigrante creciente –una vez vista una edición de Harry Potter en chino… es inolvidable–.
Mucho ha llovido desde que el espíritu liberal –en el sentido de 'progresista'– de las Cortes de Cádiz creara las bibliotecas 'populares' dirigidas al pueblo, a los más desfavorecidos y alejados de la cultura. A pesar de que en la España de 1860 solo un escuálido veinte por ciento de la población sabía leer y escribir, no se puede decir que las bibliotecas surgieran fruto de la presión social. Fueron los ecos de la Revolución francesa hablando de democratizar el acceso a la cultura. ¿El resultado? El número de bibliotecas se multiplicó, se corrió a la caza y captura de lectores, y se profesionalizó la figura del bibliotecario. El proceso se completó durante la II República. Acababa de nacer, como muy bien explica José A. Gómez Hernández en su artículo publicado en 1993 en la Revista General de Información y Documentación, la biblioteca pública tal y como la concebimos hoy: educación y difusión cultural fomentada y financiada por el Estado.
A pesar de estos inicios tan brillantes, la biblioteca –como nos pasa a todos alguna vez en la vida– sufrió su crisis existencial. Quedó relegada a ser sitio de castigo, refugio y punto de encuentro para empollones y frikis varios –esto es lo que le toca vivir a la pobre Mary en Qué bello es vivir cuando la cosa se pone chunga–, y a estar dirigida por una solterona estricta y amargada –personaje tras quien se esconde Batgirl, el álter ego de Barbara Gordon–.
Pero esto ya está más que superado. Aunque algunos, como los creativos de Pepsi, recurran a torpes eslóganes del estilo de 'las bibliotecas no molan' para ofrecer su bebida como solución a la aburrida vida de un estudiante. Como se rumorea en Twitter: 'a palabras élficas, oídos orcos'.