Viniendo de un país donde se considera que piensas a largo plazo si el lunes ya sabes lo que harás el fin de semana, me maravillo con los líderes singapureños que ya andan planificando cómo será su país dentro de cincuenta años. Recientemente el empresario Ho Kwon Ping dio una conferencia muy interesante sobre lo que podrían dar de sí políticamente los próximos cincuenta años en Singapur.
Vaya por delante que una de las preocupaciones del Partido de Acción Popular (PAP), que lleva gobernando desde la independencia en 1965, es cómo mantener ese dominio. La cuestión se ha vuelto un poco más urgente desde 2011. En las elecciones de ese año el PAP obtuvo los peores resultados de su historia (un 60% de los votos, proporción por la que firmarían muchos partidos políticos en otras latitudes). Ello llevó a sus líderes a un ejercicio de autoanálisis para preguntarse en qué habían fallado y cómo podían reconectar con la ciudadanía. Y cuando el PAP habla de reconectar con la ciudadanía, no quiere decir aplicar cuatro recetas cortoplacistas y demagógicas, sino verdaderamente prestar atención a las inquietudes de los ciudadanos.
Tras las elecciones de 2011, el PAP llegó a una serie de conclusiones. La primera es que el momento fundacional de Singapur ya ha pasado. La generación que construyó el país a base de sacrificios y que estaba orgullosa de haberlo llevado del Tercer Mundo al Primero, está saliendo de la escena y las nuevas generaciones quieren otras cosas. Por cierto que uno que está a punto de salir de la escena para siempre es el fundador del país, Lee Kuan Yew. Ya no cabe contar con su carisma ni con el inmenso respeto que concitaba.
Otra conclusión es que la sociedad se ha vuelto menos igualitaria y la ciudadanía lo lleva mal. Singapur se fundó sobre la idea de una cierta igualdad y equidad sociales, del trabajo duro recompensado y del mérito. Existe la percepción creciente de que algunos son más iguales que otros, que no todos los trabajos se recompensan por igual y que el mérito no asegura el éxito.
Una tercera conclusión es que la generación de los fundadores estaba dispuesta a sacrificar libertades políticas a cambio de bienestar económico y mejora en sus niveles de vida, pero esto no se aplica necesariamente a sus nietos. El singapureño tipo es cualquier cosa menos un revolucionario. Si los parisinos de 1789 hubieran sido singapureños, lo más que habría pasado es que en las paredes de la Bastilla habrían hecho unas cuantas pintadas. Las nuevas generaciones no van a acampar en Orchard Road en plan 15-M para pedir el cielo, pero sí que piden en la blogosfera una sociedad más abierta y, sobre todo, una mayor libertad de expresión. El PAP es consciente de ello y en el último lustro ha ido abriendo lentamente la mano y suavizando la censura. Aun así gente como Leslie Chew o Samantha Lo han descubierto a su pesar que esa apertura tiene sus límites.
El PAP está en estos momentos preparando la renovación generacional. Sabe que la sociedad y el mundo están cambiando muy deprisa y que, si quiere sobrevivir, tiene que pasar la antorcha a una nueva generación de líderes capaces. …
Y después de este preámbulo, me meto con lo que dijo Ho Kwon Ping.
El reto para el PAP no es sólo mantener su predominio, sino hacerlo sin perder su capacidad de autorrenovación y eludiendo esos dos grandes peligros que acechan a todo partido en el poder: la corrupción y las luchas intestinas.
Ho presenta tres escenarios para los próximos 50 años. El escenario “status quo”: el PAP sigue controlando entre el 85 y el 90% de los escaños en el Parlamento. Ho señala con cierto cinismo que lo importante no es tanto el porcentaje de votos que el PAP consiga como el control de Parlamento. Ho estima que este escenario es posible durante los próximos quince años, pero improbable más allá.
El segundo escenario es el que denomina “partido dominante”. El PAP controla entre los dos tercios y la mitad más uno del Parlamento. Es un escenario parecido al que existe hoy en día en Malasia con la coalición del Barisan Nasional que también lleva gobernando desde la independencia. Es el escenario más probable para los próximos 15 años y más allá es simplemente posible.
El tercer escenario es el del péndulo bipartidista. Podría venir por dos vías: o bien un partido de oposición o una coalición de partidos opositores se hace con el voto anti-PAP,o bien el propio PAP se escinde y lucha contra sí mismo. Mientras que estima que es improbable que este escenario se dé en los próximos quince años, es el escenario que considera más probable dentro de 50.
Todos los líderes del PAP asumen que tarde o temprano perderán unas elecciones. La cuestión es cuándo y qué errores podrían llevarles a esa situación. Ho considera tres situaciones que podrían llevar a esa situación. La primera sería una elección friki. Un ejemplo de que las elecciones friki existen lo tenemos en España en marzo de 2004. Un acontecimiento inesperado, los atentados del 11-M, provocaron un resultado electoral imprevisto. Lo que se dice un auténtico cisne negro. La segunda sería una escisión en el seno del PAP. Estoy de acuerdo con Ho en la dificultad de que esto ocurra. El PAP combina ideología y gestión, dando más importancia a lo segundo. Sus métodos de cooptación y de búsqueda de un cierto consenso en la cúpula garantizan su cohesión. Resulta difícil imaginarse a un grupo de diputados del PAP formando una corriente alternativa y escindiéndose. No obstante, nada hay permanente en este mundo. Aunque no en lo inmediato, a largo plazo es un escenario que podría ocurrir. El tercer escenario es uno en el que el PAP hubiera perdido su legitimidad y su popularidad de una manera tan abrumadora, que el sentido del voto se decantase ampliamente por la oposición. En estos momentos tampoco resulta un escenario verosímil. No hay más que ver cómo reaccionó el PAP a los resultados de las elecciones de 2011 y cómo en el tiempo transcurrido desde entonces ha sabido responder a las preocupaciones de los ciudadanos, para ver que no será mañana cuando pierda contacto con la calle hasta el extremo de causar un vuelco electoral. Ho piensa que este escenario podría llegar a ocurrir si los futuros líderes del PAP se vuelven complacientes con la corrupción. Precisamente, una de las fuentes de legitimidad del PAP es su record de gobierno limpio. Lo cual podría llevarnos a una reflexión curiosa y es que tal vez a la postre a los votantes les preocupen más la corrupción y la limpieza que el grado de democracia.
Ho cree que de los tres escenarios que producirían un vuelco electoral el más probable es el primero, el del “cisne negro”. Hay factores que militan en contra de los otros dos escenarios. La sociedad singapureña, con una tasa de fertilidad del 1,19%, está envejeciendo y una sociedad envejecida es poco dada a los riesgos. Prefiere lo malo conocido, que en este caso es el PAP, y la seguridad económica a una mayor democracia. Por otro lado, el funcionamiento del PAP dificulta la emergencia de corrientes. El que se mueve no sale en la foto y nadie es tan tonto que quiera quedarse fuera.
Aunque los factores que aduce para que no se produzcan los otros dos escenarios son aceptables, me parece que Ho hace una puesta facilona: habrá un acontecimiento de tal magnitud y tan inesperado que escapa a mi capacidad de pronóstico, pero sin duda se producirá y cambiará la situación. Yo me decanto más bien por lo que nos enseña la Historia: todo es transitorio y nada bueno, dura (tampoco lo malo, por suerte). Por muy bien que hayan funcionado la meritocracia y la cooptación hasta ahora, habrá un momento en que se pongan a los mandos del PAP líderes poco escrupulosos o demasiado ambiciosos y será el comienzo del fin. No sé de ninguna institución humana que haya sido capaz de mantener su eficacia y su limpieza década tras década.
Ho termina con algunas reflexiones sobre la gobernabilidad que son válidas tanto en Singapur como en cualquier sociedad posmoderna. La primera es que en el mundo de las redes sociales resulta imposible controlar la información. Los gobiernos están perdiendo su capacidad para la propaganda, para determinar cómo debe pensar la gente. Siempre habrá maneras de acceder a la información que se trata de censurar. La segunda es que vamos hacia sociedades polarizadas: abortistas contra pro-vida, oponentes y partidarios del matrimonio homosexual, laicistas y fundamentalistas religiosos. En estos debates que son los que ahora de verdad movilizan a las personas, ahora que las ideologías están en declive, no parecen posibles las posiciones centristas y moderadas. Una tercera es la pérdida de autoridad de los líderes políticos. De alguna manera el debate político se ha banalizado. Lo que un líder pueda pensar sobre la crisis de Ucrania tiene la misma importancia que sus historias de alcoba. Cuando a un líder le preocupa ser trending topic en tuiter, algo falla. Una cuarta reflexión es que, aunque sigamos hablando de la igualdad social, la realidad es que las desigualdades aumentan. Además ha surgido un tipo de nuevo rico al que le gusta hacer alarde de su riqueza y derrocharla en lujos. El viejo modelo de rico que tenía una cierta preocupación social y hacía filantropía, se bate en retirada. Yo añadiría que hasta hace poco, la ideología dominante afirmaba que el rico lo era porque se lo merecía y casi llegaba a acusar al pobre por su pobreza.
Por último, Ho apunta a una amenaza más sutil para Singapur: “la falta de una misión nacional que galvanice”, una falta de objetivo e ideales. Ho teme que, habiendo conseguido crear una sociedad rica y habiendo logrado pasar del Tercer Mundo al Primero, los singapureños caigan en la complacencia. Y es que el logro económico no basta para inspirar una sociedad.
No obstante, Ho termina su incursión en el futuro de una manera optimista, muy propia de las élites singapureñas: “Así pues concluyo la charla de hoy con una visión optimista de la política singapureña en los próximos 50 años, simplemente porque en la foto ampliada no veo la osificación de una élite política envejecida cada vez más fuera de onda con una juventud inquieta, como la que condujo a las Primaveras Árabes, ni veo temas esencialmente divisivos como en Hong Kong a propósito de su relación con China, ni el cansancio de la Vieja Europa incapaz de enfrentarse a temas grandes y difíciles [un clásico entre las élites singapureñas es considerar que Europa es una antigualla cada vez más irrelevante en el mundo moderno]. A los 50, Singapur es todavía una nación joven en busca de su futuro. No creo que tengamos más o menos retos por delante que los que tuvimos en los pasados 50 años. Simplemente serán distintos.”
.