Revista Cultura y Ocio
Es, para variar, un poco tarde para hablar del asunto. Y sin embargo voy a hacerlo, porque es imposible guardar silencio cuando uno se encuentra ante la muerte de una persona que, a lo largo de toda una vida, se ha comprometido siempre con la cultura y la educación, y que ha estado siempre al frente, para dar batalla, recibir los golpes que sean necesarios y, sobre todo, jamás quedarse callado. Con todo esto, no creo que los que estudiamos en la Universidad Católica seamos los únicos que llamamos "El Maestro" a Luis Jaime Cisneros.Recuerdo que, cuando cursaba los estudios generales en la universidad, él todavía aparecía por ahí, atravesando el patio para dictar clases de lingüística, sin permitir jamás que sus casi noventa años de aquel entonces fueran un argumento en contra. Y, sin embargo, nunca dejará de dolerme el nunca haberlo conocido (pese a que tengo amigos que lo fueron de él), o no haberme sentado a charlar con él sobre literatura, escuchar sus innumerables anécdotas alrededor de medio mundo y con la compañía más fascinante que quepa imaginar (desde Enresto Sabato hasta Jean-Paul Sartre). Son palabras pequeñas y escasas para hablar de un hombre que fue tan grande, es verdad. Ya lo he dicho: un luchador incansable, cuyo compromiso valió mucho más que la fatiga y los años, y que ha levantado la pluma hasta el último de sus días. No aparten de mí este cáliz, porque voy a dejarlo seco después de alzarlo al cielo en tu nombre, Maestro. A tu salud.