Revista Economía
Descubre Pompeya y la antigua Roma.
El 24 de Agosto del año 79, Pompeya quedó sepultada por la erupción del Vesubio. Las víctimas se contaron por millares. el desastre, el más conocido del mundo clásico, tuvo el efecto paradójico de legar un patrimonio histórico y arqueológico excepcional. Gracias a los restos encontrados en esta ciudad de la antigua Roma, podemos conocer mucho sobre su forma de vida, hasta detalles insospechados.
La descripción de Plinio el Joven
Una de las víctimas de la erupción fue Plinio el Viejo, naturalista, sabio y autor, entre otros textos, de Historia natural, una magna obra de la literatura latina sobre los conocimientos científicos de la Antigüedad. Plinio acudió a Herculano y a Estabia para prestar auxilio y también como sabio para observar mejor el fenómeno. La crónica de su muerte fue relatada por su sobrino Plinio el Joven, y ofrece magnificas descripciones de lo sucedido: "Era el noveno día antes de las calendas de septiembre, cerca de la hora séptima, cuando le advirtió mi madre que se descubría una nube de magnitud y formas extraordinarias. (...) Era difícil distinguir de qué montaña ascendía aquella nube; pronto se supo que del monte Vesubio. La nube se parecía mucho a un pino, porque, después de elevarse en forma de tronco, desplegaba en los aires sus ramas; creo que era arrastrada por una súbita corriente de aire y que, cuando esta cedía, la nube, vencida por su propio peso, se dilataba y extendía, apareciendo unas veces blanca, otras veces negruzca o de colores diferentes, según se encontrase más recargada de tierra o de cenizas".
Una vez en Estabia, la situación se agravó: "Deliberaron entonces si convenía permanecer en la casa o salir al campo, porque, en realidad, las casas amenazaban con desplomarse como consecuencia de los frecuentes e importantes terremotos; quebrantados sus cimientos, parecían oscilar de un lado a otro. Al aire libre, por otra parte, era temible la caída de piedra pómez, a pesar de su ligereza y porosidad. (..) Ya el día despuntaba por todas partes, pero aquí seguía siendo de noche, y noche más cerrada, más tenebrosa que todas las otras noches".
XIII horas: comienza la erupción
Los datos referentes a la erupción del 24 de agosto del año 79 son todavía capaces de ofrecer a los especialistas en fenómenos volcánicos una información muy válida. El Vesubio (1.270 metros de altura), ocupado por centenares de vides hasta una muy buena altura, estalló de imprevisto hacia la una del mediodía causando una nube con forma de pino compuesta de lava, cenizas y gases tóxicos que empezó a cubrir las laderas del volcán. Los vientos del norte arrastraron miles de toneladas de cenizas y fragmentos de lava hacia el sur, ocultando la luz, y precipitándose hasta las ciudades de Oplontis, Pompeya y Estabia. Herculano, ubicada en el camino entre el Vesubio y el mar, recibió un río de sedimentos y lava provocado por la erupción y una terrible lluvia torrencial. Una parte de sus ciudadanos consiguió huir hacia Nápoles y salvar sus vidas. En Pompeya, los que escaparon hacia el norte y el sur difícilmente evitaron la nube tóxica, mientras que aquellos que se marcharon hacia Nocera, al este, pudieron escapar. El lapilli que sepultó a Pompeya o Estabia, de unos cuatro metros de espesor, provocó numerosos incendios. En Herculano, en cambio, la ciudad quedó sepultada por diez metros de sedimentos que la sellaron herméticamente, sin combustión posible. Posteriores erupciones la enterrarían a treinta metros.
Los episodios dramáticos fueron numerosos. En Pompeya han podido identificarse restos de unas 2.000 víctimas, gracias especialmente a las técnicas de rellenado de los cuerpos en negativo dejados por el lapilli. Podríamos hablar de una auténtica arqueología forense, que no deja indiferente. El cuerpo del perro que quedó atado por su cadena y pereció sepultado en vida por la ceniza; los conjuntos de cuatro, cinco o trece cuerpos refugiados en sótanos o pórticos, en un esfuerzo inútil por salvarse; la madre que sostiene a su hijo en brazos y se protege de los gases con un gesto desesperado... Son también numerosos los ejemplos de personas que pretendieron llevarse sus pertenencias en un acto tan comprensible como fatídico: vajillas de plata y bolsas de monedas de oro reposan al lado de sus malogrados propietarios. La muerte no igualó del todo a ricos y pobres, ya que hasta el último momento se mantuvieron diferencias: en el cuartel de los gladiadores, dos de ellos murieron encadenados sin que nadie se preocupara de liberarlos, mientras que en una sala cercana se halló el cuerpo de una dama ataviada con sus mejores joyas -collar de esmeraldas, brazaletes- que escogió un mal día para visitar a alguna de las estrellas del momento.
De Herculano sabemos que buena parte de los habitantes trató de huir por mar, pero fue imposible acceder al puerto debido a las corrientes provocadas por el seísmo. Más de 150 cuerpos se han descubierto en los últimos años agazapados en bodegas portuarias, así como restos de barcas carbonizadas, testimonio del último esfuerzo por escapar de la tragedia.
De colonia de veteranos a villa de descanso
Pompeya podía considerarse una ciudad más de la tupida red urbana que caracterizaba a la Italia romana. Con alrededor de 12.000 habitantes era una colonia de mediano tamaño, la cual, gracias a su magnífica posición en el golfo de Nápoles y a las ricas tierras volcánicas que la rodeaban, disponía de notable riqueza. En su etapa final llegó a convertirse en una ciudad residencial: la relativa cercanía a Roma, y su ubicación junto a centros termales como Baia, la convirtieron en un lugar de descanso. No era comparable, por tanto, a urbes como la propia Roma, o a ciudades portuarias como Ostia, o incluso a la cercana Nápoles, que albergaban a numerosos y modestos habitáculos de tres y cuatro alturas. La ciudad de Pompeya respondía a un modelo de menor densidad (ocupaba en su etapa final aproximadamente unas 60 hectáreas, una extensión superior, por ejemplo, a las aproximadamente 40 hectáreas de la capital de la Hispania Tarraconense, Tarraco) que hubiera pasado desapercibida en la historia de la Antigüedad de no haber mediado los brutales hechos del año 79, cuando una erupción del volcán Vesubio selló la ciudad, y permitió a la arqueología afrontar el estudio de un conjunto urbano completo y único.
Una floreciente ciudad de la Campania
Pompeya no fue una fundación romana, sino que está documentada la presencia en el lugar de una comunidad indígena conocida como los oscos, un pueblo prerromano que habitaba la región de la Campania, al menos desde el siglo VI a. de C. Estos habían escogido como emplazamiento una pequeña elevación natural de material volcánico muy antiguo, cercana a la desembocadura del río Sarno y no muy alejada de la costa. Precisamente, parece ser que el estuario del Sarno actuaba como puerto natural, y ello facilitó la rápida vocación comercial de este establecimiento. Además, su ubicación coincidía con el paso de diversas vías naturales que lo conectaban con los cuatro puntos cardinales.
Los oscos desarrollaron sus primeros centros urbanos en un contexto muy particular. Desde el año 775 a. de C., la presencia griega en la península Itálica era una realidad, con la fundación de la colonia de Pitecusas en la isla de Ischia, en pleno golfo de Nápoles, y el posterior establecimiento de Cumas. A partir de ese momento, el gran desarrollo de la colonización griega en la Italia meridional dio lugar a un nuevo paisaje urbano, la llamada Magna Grecia, que permitió la consolidación de polis de gran entidad, con recursos incluso superiores a las de sus metrópolis en la Grecia continental y Asia Menor. Por otra parte, a inicios del siglo V a. de C., los etruscos (otro pueblo prerromano procedente de la Toscana) se expandieron hacia el sur. Tanto etruscos como griegos contribuyeron a impulsar el componente urbano de los oscos, y su presencia se detecta, por ejemplo, tanto en la dedicación de algunos templos como en algunos elementos del urbanismo más antiguo de Pompeya.
Posteriormente, a inicios del siglo IV a. de C., la ciudad sufrió una importante influencia samnita, un pueblo procedente de las regiones de Calabria y los Abruzos, aparentemente poco urbanizado pero que contribuyó a su crecimiento demográfico. A este período corresponden las murallas de más de tres kilómetros de perímetro que rodeaban la ciudad. Precisamente durante las largas y crueles guerras entre los samnitas y los romanos, procedentes de la región del Lacio, se produjo el primer contacto entre Roma y Pompeya. A diferencia de otras ciudades, la derrota samnita no supuso un gran percance para la ciudad, y sus élites supieron adaptarse al nuevo dominio romano colaborando con los vencedores. Por ello, no es de extrañar que Pompeya permaneciera al lado de Roma durante la Segunda Guerra Púnica, desoyendo las promesas de Aníbal. A partir del siglo II a. de C. la ciudad y en general toda la Campania entraron en un período de gran esplendor, al pasar la región a ser el gran proveedor de vino y aceite de Roma. Son de esta época algu
A los pies del Vesubio
Tras las guerras sociales, los territorios campanienses quedaron plenamente integrados en las prácticas jurídicas y políticas romanas, mientras que sus poblaciones recibieron la ciudadanía romana. Los establecimientos coloniales, además, como era el caso de la propia Pompeya, contribuyeron a intensificar los lazos entre campanienses y romanos, lo que dio lugar a un proceso de fusión cultural y étnica que en pocas generaciones permitió la eclosión de una sociedad homogénea, plenamente romanizada. Las actuaciones decididas de líderes como Sila, César, Augusto, y los diversos monarcas de la dinastía Claudia contribuyeron a consolidar una Italia romana que tenía precisamente en la Campania uno de sus territorios más prósperos. La adquisición de villas y residencias en esta región por parte de la oligarquía romana era un fenómeno común, no solo por la riqueza agrícola intrínseca de estas tierras ¿en especial las áreas volcánicas del golfo de Nápoles¿, sino por su gran interés residencial, en una zona bien comunicada por tierra y mar con Roma, de clima templado, y con centros termales de primer orden. La elección de la isla de Capri como lugar de residencia de Tiberio no fue una excepción.
En este paisaje, destacaba especialmente Nápoles (Neápolis, ¿la ciudad nueva¿), antigua colonia griega ahora plenamente integrada en el modo de vida romano. Pero existían también una serie de pequeñas ciudades costeras que participaban de esta ubicación privilegiada. Herculano se hallaba a tan solo siete kilómetros de Nápoles, y tenía también un puerto natural. Tras las guerras sociales se había convertido en un pequeño municipio, lugar de destino preferente de la aristocracia romana dada su magnífica ubicación costera, al pie del Vesubio. La lujosa Villa de los Papiros, con una biblioteca de más de 1.700 legajos especializados en textos epicúreos, y un conjunto de más de noventa esculturas en mármol y bronce, es un magnífico ejemplo del poder de las élites de Herculano, cuya riqueza y entidad no responden a una dinámica local, sino sin duda a la cercana Roma. Algunos investigadores contraponen el nivel refinado y culto de los habitantes de Herculano al carácter más comercial y mundano de las élites pompeyanas.
Estabia era la menor de las ciudades destruidas por la erupción del Vesubio, de la cual poco se sabe de su centro urbano. En cambio, en torno al perímetro de la ciudad se conocen más de veinte lujosas mansiones, dotadas de valiosas pinturas y mosaicos, indicios de que ricas familias ocupaban el lugar. Estabia tenía un notable puerto, un rico territorio agrícola y aguas termales. Destaca por ejemplo la villa de San Marco, con unas termas privadas bellamente decoradas, y con un jardín abierto hacia el mar, que permitía gozar de un magnífico panorama sobre el golfo de Nápoles.
Alrededor de Nápoles, Pompeya, Estabia y Herculano se extendían centenares de fincas rurales, donde se conjugaba la explotación agrícola e industrial con el disfrute de los placeres del otium romano, el alejamiento de la vida política urbana y la dedicación a tareas más contemplativas. La Campania no solo era centro de producción agrícola intensiva como el vino o el aceite, sino también de las actividades industriales que acompañaban estos productos, como la elaboración de ánforas y vajillas. Todos estos centros se vieron afectados por los sucesos del año 79, como la villa imperial de Torre Annunziata o la rica villa de Boscoreale.
La lujosa vida cotidiana
Cuando la ceniza y los pequeños fragmentos de lava fósil (lapilli) colmataron la malograda ciudad, sepultaron una urbe en plena actividad, que estaba viviendo un duro proceso de reconstrucción tras los efectos de un terremoto anterior, en el año 62. Se trataba de una ciudad viva, que mantenía una gran actividad hasta el día mismo de su destrucción, y no una ciudad en proceso de decadencia, como puede ser el caso de la mayor parte de ciudades antiguas bien conservadas. Las diferencias son notables, puesto que en el caso de Pompeya no hubo tiempo de llevarse las vajillas de bronce o plata, ni los suntuosos elementos decorativos, ni tan solo, en muchos casos, las pertenencias más personales. Muchos elementos mobiliarios (aperos, herramientas, armarios, camas, mesas, la despensa, etc..) quedaron en el lugar, reflejando la situación cotidiana de aquellos enseres. En cambio, en los casos de ciudades abandonadas lentamente, las piezas de valor no se solían dejar en el sitio, y no solo se reaprovechaban todos los enseres, sino incluso aquellos elementos arquitectónicos susceptibles de ser reutilizados, como sucedía habitualmente con las piezas y bloques de mármol, los pedestales, o incluso las piedras de mampostería. Por otra parte, el sellado del yacimiento por el lapilli permitió la conservación de grafitos, pinturas e inscripciones de tipo doméstico que en otros centros eran difíciles de conservar. Por ello, Pompeya y su entorno nos ofrecen una visión excepcional de la vida cotidiana del siglo I sin parangón.
Las mansiones de las familias más importantes se agrupaban en determinados barrios, que contrastaban con otros sectores más populares o industriales. La domus o casa urbana romana ¿de las que en Pompeya se conservan algunos de los mejores ejemplos¿ no solo era un espacio residencial, sino que también tenía una función social y como tal así debía percibirse. Por ejemplo, las más ricas familias pompeyanas vivían en las inmediaciones del foro, y sus mansiones tenían unas fachadas muy cuidadas, con una entrada y vestíbulo profusamente decorado y un atrio o patio-recibidor suntuoso. Este espacio inicial, que podía incluso verse desde el exterior cuando las puertas permanecían abiertas durante el día, se convertía en el verdadero espacio de autorrepresentación. Aquí recibía el propietario a sus clientes y amicus, es decir, aquellos personajes que mantenían con él una relación de dependencia. El obligado homenaje que los clientes debían ofrecer a su patrón cada mañana acudiendo a su mansión no puede sino entenderse como un acto de sometimiento público que reforzaba el papel del propietario. A veces, los invitados entraban también en el área del tablinum, un espacio multifuncional abierto al atrio, ricamente decorado, donde podían celebrarse comidas ocasionales. Más al interior quedaba el peristilo, un amplio jardín porticado al cual daban las habitaciones (unas de invierno, otras de verano), el baño, y en especial el triclinium, o comedor, donde los comensales reposaban en lechos. Las particulares condiciones de Pompeya han permitido identificar las especies plantadas en estos jardines, notables por su variedad. El área del peristilo también podía abrirse a los invitados y amicus, puesto que también era, en realidad, una nueva área de proyección social, y la ostentación en el número de habitaciones y su decoración era un nuevo elemento de prestigio. Precisamente, estos espacios ricamente decorados con frescos contrastaban con los espacios de servicio (como la cocina o áreas de trabajo doméstico), donde ni en las ricas casas pompeyanas presentaban decoraciones ni apenas mobiliario. No podían ser vistos y, por lo tanto, no era necesario su embellecimiento.
La mayor parte de casas de Pompeya desconocían el segundo piso, aunque el aumento de población empezó a hacerlo necesario en las etapas finales. En ese caso las habitaciones se trasladaban al piso superior, y a veces estas disponían de un acceso directo desde la calle y se convertían en cenacula, modestos apartamentos individuales ocupados por los ciudadanos más modestos.
La ciudad que escandalizaba a Roma
Pompeya también tenía ambientes menos recomendables. Destacaban por su cotidianidad los thermopolia, tabernas donde se servían bebidas y comidas calientes, con habitaciones que se alquilaban por horas. De un nivel similar eran los hospedajes, donde se alojaban visitantes ocasionales de poco poder económico. Algunas inscripciones encontradas en estos locales advierten a los viajeros de que en la posada no se permitían peleas.
Más famoso es el caso de los lupanares (de lupa, loba), locales especializados en el comercio de sexo, pero que podían convivir con los veneria, espacios privados de función similar relacionados con termas de agua caliente. Debemos recordar a este respecto las inscripciones halladas en una taberna donde las prostitutas recomendaban el voto para sus candidatos favoritos, u otras más poéticas: "Venimos aquí llenos de deseo, pero ahora deseamos irnos aunque esta joven retiene aquí nuestros pasos".
El lupanar más famoso de Pompeya contaba con diez pequeñas habitaciones distribuidas en dos pisos. En el inferior eran todas iguales y reducidísimas, mientras que en el superior había algunas un poco más amplias, para quien pudiese pagar la diferencia. En todas ellas, el lecho y el cabezal estaban construidos en obra, y se han conservado. En el pasillo, pinturas alegóricas o directamente eróticas caldeaban el ambiente. Además, se han conservado unos 120 grafitos, entre los cuales destacan los referidos a enfermedades venéreas: Destillatio me tenet, ("He contraído la gonorrea"). También conocemos los precios de esta actividad. Parece que el precio medio del servicio era de dos ases, aunque se podían llegar a pagar ocho y dieciséis ases. La mayor parte de prostitutas eran griegas o se hacían pasar por ellas, y debían llevar el pelo corto. La palabra puta deriva del latín putidus, es decir, "apestoso, podrido".
En Pompeya se han identificado 35 lupanares, un número importante si se compara, por ejemplo, con las 35 panaderías localizadas, los 9 talleres de tintorería o las 18 lavanderías. A través de los grafitos, muchas veces de difícil lectura debido a las faltas de ortografía, sabemos que las preferencias de los pompeyanos eran variadas, y que el sexo tenía una proyección pública notable. Destacan las ofertas de prostitución femenina, algunas muy económicas, como las de prostitutas que ofrecían sus servicios en el extrarradio de la ciudad, en las vías rodeadas de monumentos funerarios: Felix felat as[sibus] I, ("Felicia la chupa por un as"). Otras, más discretas, se ofrecían por dos ases, pero indicaban sus "buenas maneras". Algunas utilizaban nombres exóticos, y otras tenían un elevado caché, que denotaba un nivel de lujo y refinamiento en consonancia con sus servicios más elitistas, con conversación interesante y trato exquisito.
La prostitución homosexual también está documentada, en una sociedad como la romana en la que la homosexualidad gozaba de una tolerancia notable. Aquí contrastaba el refinamiento de algunas ofertas con la poca discreción de otras: Mentula V HS, ("[Se ofrece] verga por cinco sestercios"). En cualquier caso, no todas las inscripciones estaban referidas a la prostitución. Algunas son elogiosas, y no necesitan traducción: Narcissus fellator maximus. Otras parecen más propias de la fantasía y la broma: "Vesbino afeminado, Vitalione te ha sodomizado". Toda esta información parece demostrar que la vida sexual de los pompeyanos era bastante ajetreada, y no debe extrañar así el hallazgo de un grafito, escrito probablemente por un visitante hebreo, que en un acto lleno de impotencia escribió: "Sodoma, Gomorra". La libertad sexual practicada por los hombres de la ciudad no podía dejar de escandalizar a un extranjero. Probablemente para él, la erupción del Vesubio debió constituir un justo castigo divino.
Complicada relación política con la capital
Pompeya contaba con unas instituciones políticas locales similares a las de la propia Roma. La existencia de duunviros, cuatorviros y una curia local reproducía el modelo de cónsules y Senado romano a una escala mucho menor. Pompeya era sobre el papel una ciudad autónoma, que debía hacer frente a sus propias necesidades, lo que quedó claro tras el terremoto del 62 d. de C. Nada permite suponer la existencia de inversiones procedentes del Estado imperial en la reconstrucción de la ciudad.
Más allá de las magistraturas políticas, también determinados cargos religiosos tenían un papel político notable, puesto que política y religión eran dos realidades complementarias en sociedades tan rituales como la romana. La epigrafía pompeyana ha permitido identificar las principales familias aristocráticas que monopolizaban las magistraturas más importantes de la ciudad. El desempeño de estos cargos suponía el desembolso de importantes sumas de dinero tanto para el mantenimiento o construcción de nuevos edificios públicos, como para el pago de espectáculos o celebraciones religiosas que marcaban el calendario político de la ciudad. Estos actos evergéticos eran reconocidos posteriormente en inscripciones honoríficas convenientemente ubicadas en los lugares más concurridos, como por ejemplo el foro, o la salida de las termas, y contribuían a reforzar el papel de estas élites en el control social de la ciudad. Destaca, por ejemplo, el caso los Holconii, una rica familia local en cuyas tierras se producía un vino muy apreciado.
Los principales magistrados se escogían mediante procesos electorales, que, como no podía ser de otra manera en una sociedad fuertemente estamental como la romana, se basaban en el potencial económico y social del candidato. No existían partidos políticos ni programas diferenciados, sino el prestigio de cada personaje, basado en su origen familiar y en el círculo de amistades que lo acompañaban. Por eso, la propaganda electoral era directa y personal, y así lo testimonian las aproximadamente 2.800 inscripciones electorales conservadas en Pompeya, de las cuales más de la mitad proceden de las elecciones del 79 d. de C. En muchas de ellas, se indica el candidato y el personaje que lo recomienda, lo que sin duda era un reclamo importante para el voto.
Pompeya va bien
Una economía próspera
En la Antigüedad, la agricultura era el principal sector económico, y Pompeya refleja su riqueza agrícola a través de diversos indicios. En primer lugar, la omnipresencia del vino, con las diversas variedades y calidades documentadas en los sellos anfóricos, en algunas inscripciones, en referencias epigráficas y en documentos que nos hablan de asociaciones de vendimiadores y de comerciantes. También el aceite y el cereal, que completan la tríada mediterránea, fueron notables productos de Pompeya, aunque también destacaron aquí huertos y plantaciones de árboles frutales (avellanos, almendros, manzanos, ciruelos...). Desde el punto de vista industrial, se han documentado más de 40 hornos de pan, con sus molinos y amasaderas de tracción animal, que implicaban la compra diaria del pan por los ciudadanos. También está documentada una importante industria del garum (salsa a base de pescado muy apreciada por los romanos) y una importante actividad textil, vinculada especialmente a la lana. Se han encontrado al menos cuatro fullonicas, establecimientos dedicados al teñido y enfurtido de las piezas de lana.
También se han podido documentar en Pompeya préstamos y créditos. El hallazgo de más de 150 tablillas de cera en las que quedó inscrita la punta del estilete, conservadas gracias a su combustión, ha permitido acceder a una documentación única: los archivos del banquero (coactor) L. Caecilius Jucundus. Se trataba de un personaje que adelantaba el pago de bienes en nombre de un comprador, a cambio de una comisión sobre el precio, más los intereses según los plazos concedidos. No se trataba de grandes cantidades (una media de 8.000 sestercios), y a veces el plazo era muy corto. A partir del año 53, Jucundus se dedicó especialmente a otra actividad, el arriendo de impuestos públicos. El banquero pagaba por adelantado el arrendamiento que un privado contrataba con la colonia como arriendo de tierras públicas, de un batán o de derechos de un puesto en el mercado. Parece que aquí los beneficios eran superiores, por lo que se dedicó a ello abandonando el préstamo. Este sistema también resultaba beneficioso para la Administración local, que se garantizaba el cobro fiscal sin tener que preocuparse de los impagos. Documentos similares se han hallado en otras áreas, como en la villa suburbana de Murecina, donde un tríptico indica cómo el esclavo Hesychus, representante de un liberto imperial, prestó 10.000 sestercios a C. Novius, y este, como garantía, depositó doscientos sacos de cereal y legumbres en los graneros públicos de Pozzuoli. Otros dípticos firmados por los mismos personajes conservados parecen indicar que los intereses anuales equivalían a un diez por ciento, pero que, en caso de no devolver el capital en la fecha indicada, estos se elevaban a un 1,75 por ciento diario, es decir, 630 por ciento anual.
La cesta de la compra
El sector comercial está también muy bien documentado. La excavación del macellum, un mercado de comestibles, permitió identificar tiendas de venta de cordero y pescado, así como la presencia de vendedores ambulantes en diversos espacios de la ciudad, especialmente el sábado, día del mercado semanal. Mención aparte merecen otro tipo de tiendas permanentes (tabernae), de las que se ha identificado panaderías, zapaterías, barberías, etc. Incluso los propietarios de mansiones abrían habitaciones independientes hacia la calle, donde frecuentemente se comerciaba con el vino producido en sus fincas. Ni tan siquiera ellos dejaban de aprovechar los beneficios del pequeño comercio.
La documentación encontrada en Pompeya ha permitido conocer los precios de numerosos productos y calcular el coste de la vida. Así, por ejemplo, la ración diaria media de pan para una persona, unos quinientos gramos, costaba algo menos de un as; el vino diario, un as; un queso, otro as; un litro de aceite, más de tres ases, etc. Algunos arqueólogos han calculado que con unos ingresos medios de ocho ases por persona y día se podía mantener una familia modesta. Evidentemente, la posesión de esclavos encarecía el cálculo, así como cualquier otro lujo superfluo. De todas maneras, parece que las necesidades más básicas de la población estaban en general bien cubiertas.
Diversiones peligrosas
También conocemos de Pompeya el sistema que sostenía el frágil equilibrio social de las ciudades romanas, el famoso panem et circenses mencionado por Juvenal. La existencia de grupos sociales con pocos recursos precisaba del apoyo de reparticiones o dones para mantener su nivel de subsistencia. Ello obligó a las élites locales pompeyanas a desarrollar una política evergética que mantuviese un equilibrio social mínimo. Era necesario completar las reparticiones con espectáculos y juegos que no sólo distrajeran al público, sino que también lo convencieran. Como diría Floro, el pueblo necesitaba trigo para subsistir como individuo, pero espectáculos para ser contentado como grupo. A una escala sin duda inferior al caso de Roma, también en Pompeya suponían una pesada carga para las arcas locales, a las que debían hacer frente las ricas familias locales.
La ciudad disponía de tres escenarios privilegiados para este tipo de actuaciones: el teatro y el anfiteatro, y en menor grado un odeón, especializado en la recitación musical y poética. Precisamente el anfiteatro de Pompeya es el más antiguo conocido. Tenía una capacidad para unos 20.000 espectadores, superior al número de habitantes de la ciudad, que permitía acoger tanto a pompeyanos como a habitantes que residían en el ámbito de áreas rurales y ciudades vecinas, como ocurrió con los nucerinos en el 59.
La documentación recuperada en Pompeya nos ha permitido saber que los gladiadores tenían gran prestigio entre el público femenino. Diversos grafitos encontrados elogiaban sus aptitudes no estrictamente combativas. También conocemos su elevado precio, así como el resultado de los combates, que algunos espectadores recogieron por escrito. La muerte o el perdón del derrotado se alternaban cruelmente en las mismas sesiones.
También se celebraban en el anfiteatro las venationes o cacerías, aunque al parecer la repentina desaparición de la ciudad no permitió conocer con detalle algunos de los espectáculos más elaborados. En cualquier caso, los espectáculos ofrecidos eran numerosos, como lo muestra el denso calendario de espectáculos documentados y algunas inscripciones, como la del duunviro Aulus Clodius Flaccus, quien celebró sus tres duunviratos con juegos y espectáculos en el que participaban treinta parejas de atletas, cuarenta parejas de gladiadores y en las que hubo también cacerías con toros, jabalíes, osos, e incluso 10.000 sestercios para distribuir entre el público. No estaba nada mal para tratarse de una ciudad de provincias.