Un estudio científico publicado hace unos días revelaba, para sorpresa del personal, que un mismo individuo puede tener más de un genotipo, esto es, que sus células difieren en el contenido de ADN, hasta ahora considerado sinónimo de identidad; y que mutaciones genéticas idénticas se dan en personas no emparentadas.
Lo primero debilita seriamente el actual concepto de individuo; lo segundo, cuestiona profundamente el azar como procedimiento exclusivo de la evolución.
Por un lado, se pueden producir alteraciones del ADN no en el material genético de una persona, sino en el de alguna parte de su cuerpo, de manera que su identidad biológica, esa información que hoy se utiliza para determinar dónde acaba un individuo y empieza otro, no es tal identidad, sino que varía según la zona de la que se haya tomado la muestra.
La identidad es un promedio, un dato estadístico que mide los rasgos más comunes de la población celular.
Por otro lado, la investigación revela que una misma mutación genética tiene lugar en diferentes cuerpos sin parentesco, esto es, sin conexión biológica entre ellos. El principio general que existe sobre este asunto es que los cambios celulares se dan al azar y que, por tanto, fuera del parentesco, donde se produce una transmisión hereditaria de tales cambios, la naturaleza no debería atentar contra los gustos de la diosa Fortuna.
Según el genetista Scott Williams, director del estudio, las mutaciones detectadas “no parecen desarrolladas y mantenidas por un método azaroso”; más bien indican lo contrario, “un proceso decididamente no aleatorio, que da lugar a mutaciones particulares en tejidos concretos”.
Las mutaciones genéticas actúan con independencia de los individuos, se dan varias en uno y la misma en varios. Lo que hoy se conoce con este término, “individuo”, es un mosaico, un concepto que se usa en el ambiente clínico para definir a quienes tienen más de un genotipo; sólo que hasta ahora ser un individuo mosaico se consideraba una desviación de la norma.
Unos días antes de este informe, se daba a conocer otro estudio según el cual la estructura genómica de las neuronas de un mismo cerebro difieren entre sí más de lo que hasta ahora se creía. Los investigadores concluyeron que, primero, las células cerebrales tienen diferente contenido de ADN; segundo, que estos cambios son transformaciones ocurridas durante el desarrollo del individuo, no se heredan ni pasan a la descendencia.
Las variaciones espontáneas de ADN se conocían con anterioridad, pero habían sido relacionadas con trastornos cerebrales, como la esquizofrenia o el autismo. Ahora que parece que se trata de un fenómeno inherente a todo ser humano, hay que replantearse su papel de una manera más cordial y “sana”, por lo que las primeras especulaciones apuntan a su función de ayuda para adaptarse a nuevos entornos.
La diferencia entre las células cerebrales y las del resto del cuerpo es el permanente estado de interconexión entre unas neuronas y otras, por lo que una célula con variación genética está constantemente influyendo a muchísimas otras, al tiempo que ella misma es influida por el resto. Se desempaqueta información, se contrasta con otras informaciones recién adquiridas y se rehace a sí misma a partir de lo aprendido.
Tras reflexionar sobre ambas noticias, podríamos extraer como conclusión existencial que los genes van por su cuenta y pasan del individuo y sus complejos identitarios.
Cuestión de genes
Richard Dawkins, en El gen egoísta, habla de la evolución humana como el proceso creativo de unos genes que tienen por norma sobrevivir como haga falta. Pero en su contexto, el gen era sinónimo de individuo. A partir de ahora, la cosa es cuestión de promedios. Y si hay promedios, es que hay diversidad, y si hay diversidad es que la identidad no es inherente sino asignada. Y si es asignada es que arbitraria o, por ser más suaves, circunstancial.
Esto es algo que ya se sabe en términos de conciencia, creación arbitraria del yo y demás. El asunto, ahora, es que sin genotipo único, no hay individuo fijo en la materia al que agarrarse. O sea, que los seres vivos aparecen como simples vehículos, cascarones de materia bordada para que los genes se vistan como mejor les convenga.
Los genes son “unidades informativas heredables”, según Dawkins: consecuentemente vehículos, un nivel anterior, para que la información pase de un organismo a otro.
Sin embargo, antes de llegar a los genes, la corriente de información ya ha transitado por un camino muy largo en el mundo de la materia, como muestra el comportamiento de las partículas que componen las nubes cósmicas, las cuales se auto-organizan en estructuras en forma de hélices, semejantes al ADN, y que interactúan unas con otras para evolucionar hacia nuevas formas, adquiriendo cierto tipo de memoria reproductiva y evolutiva en su relación con el medio.
El físico Paul Davies fue uno de los primeros en proponer que la información pudiera ser en sí misma una realidad anterior a materia y energía, y no posterior. Con esta idea, podemos ver la evolución desde otra perspectiva: todo lo que hay es un continuo de información que organiza la materia y la hace evolucionar hacia formas más complejas a través de las cuales se manifiesta en mayor grado.
La conciencia como sistema integrado de información
Hubo un tiempo, en los orígenes de la vida en la Tierra, en que células independientes se unieron para formar un organismo superior; a cambio de ello, debieron especializarse en tareas concretas del ciclo vital y renunciar a altas cuotas de libertad. Con el tiempo, nacería una conciencia unificadora que otorgaría una identidad a la estructura.
El gran problema en este asunto es cómo las células eucariotas dejaron de vivir por su cuenta y riesgo, aceptaron formar un organismo y se especializaron en diferentes aspectos para así aportar algo al ser multicelular, al colectivo agrupado, renunciando a lo que hasta entonces era su principal misión, su propia reproducción y su pervivencia a través de la herencia genética.
Para comprenderlo, en un estudio publicado a finales de 2012, se investigó la relación entre amebas, que viven normalmente como individualidades pero que también debe unirse a otras para formar cuerpos pluricelulares para completar sus ciclos de vida. La conclusión fue que la cooperación depende del parentesco.
Si el grupo de amebas tenía su origen en una célula madre común, no había explotación de unas sobre otras. Pero en los casos en que las amebas tenían orígenes distintos entre sí, surgían células “egoístas” que se aprovechaban del trabajo de las que sí cooperaban en la formación de un cuerpo multicelular para reproducirse a sí mismas y propagarse, como si de un cáncer se tratara, amenazando por tanto la integridad del organismo.
Quizás podríamos imaginar el parentesco como la acumulación de diversas corrientes de información que se integran en un curso único que adquiere identidad propia al margen de los individuos. Esto es, no una simple suma de datos, sino algo más complejo que lo supera, un contraste que se reconociera parte del sistema al que entra, dando lugar a un nuevo nivel de desarrollo.
Una de las varias teorías relacionadas con la información es la propuesta por el neurocientífico Christof Koch, quien mantiene la hipótesis de que la conciencia es un principio universal que emerge en la materia a través de un sistema capaz de procesar información, y que el nivel de manifestación de esta conciencia está en relación a la complejidad del sistema de procesamiento de información a través del que emerge.
De la misma manera que de un sistema formado por un electrón surge energía eléctrica, de un sistema de neuronas surge la conciencia en su grado humano; así funciona el universo, estima Koch, que de esta manera se atreve a incluir el término “pansiquismo” en su discurso científico: según cómo se organice la materia, así será su capacidad para expresar la conciencia subyacente o, lo que vendría a ser lo mismo, gestionar la información disponible en el universo.
Niveles de evolución
.
La clave está en la capacidad de un sistema de información para componer sus partes como un todo coherente. Cuanto mejor integradas estén las partes, mejor será la “calidad” de la conciencia manifestada. Esto depende de cuántas conexiones existan entre los diferentes elementos y de la calidad de las mismas para intercambiar información.
Es decir, que el sistema adquiere su grado de conciencia cuando deja de ser la mera suma de sus partes y se transforma en una entidad individualizada. Esta es la idea básica de lo que se conoce como teoría integrada de la información, desarrollada por Giulio Tononi a partir de los avances en el ámbito de la computación: la conciencia es información integrada.
Tononi pone el ejemplo de un conjunto de fotodiodos, sensores que generan una señal eléctrica como respuesta a la entrada de luz. Si combinamos los fotodiodos entre sí, como ocurre en el caso de una cámara, obtendremos una imagen surgida del conjunto, pero la información de cada fotodiodo es independiente y ajena a la de los demás. No hay una interacción profunda, como en el cerebro, de la que surja una unidad superior integrada a partir del intercambio de información entre los millones de fotodiodos de la cámara.
Un planteamiento así nos lleva, inevitablemente, al terreno de la inteligencia artificial: ¿podría Internet llegar a ser una entidad autónoma consciente? Koch hace cálculos: si tenemos en cuenta que hay unos 10.000 millones de ordenadores conectados a la Red, y que cada ordenador tiene unos 2.000 millones de transistores en su CPU, la suma total de transistores es 10.000 veces superior a la de sinapsis que hay en un cerebro humano. Por información no queda. Sin embargo, la complejidad de las conexiones entre transistores es abismalmente inferior a la complejidad de las relaciones neuronales.
Los transistores se limitan a intercambiar paquetes de información. Y esto hace que, por muchos transistores que haya, cada uno siga siendo una parte que se suma a otras partes sin mayores opciones de integración y, por tanto, sin posibilidad de trascendencia al siguiente nivel.
Quizás cuando evolucione la computación cuántica…
Según Koch, todo ecosistema puede poseer una conciencia propia si el nivel de relaciones entre las entidades que lo conforman permite superar la condición de simple suma de elementos, condición que es la propia de la habitual interacción causal entre individuos; así, las relaciones dadas serían capaces de integrar unos componentes con otros hasta el punto de trascender su individualidades y generar una conciencia de nivel superior.
Próximos pasos
De acuerdo a la teoría de la información integrada, el cerebelo es un sistema básico de gestión de información, debido a la simplicidad de sus conexiones. En su polo opuesto, el neocórtex es la expresión de actividad sináptica más “integrada” que se conoce.
Y, entre medias, aunque la autoconciencia es el grado más avanzado al que ha llegado el cerebro humano, el cerebro mamífero parece otorgar grados menores de autoconsciencia, tal y como se concluye de las pruebas de reconocimiento en espejos. Pero Koch va más allá y piensa que algunas especies que no han pasado este test también podrían ser sospechosas de autoconciencia si se abre el campo de observación. Por ejemplo, los perros no se reconocen en un espejo, aunque se podría considerar la posibilidad de cierto nivel de autoconsciencia expresada no por la vista, sino por el olfato; que se reconocieran a sí mismos por su olor característico, una especie de imagen olfativa de sí mismos que les haría tener un grado elemental de individualidad.
En cualquier caso, ese sentido de la individualidad es el resultado de una progresiva integración de aspectos sueltos que terminan conformando un todo y dan paso a otro nivel de realidad. En el caso humano, la conciencia del individuo ha alcanzado su dimensión física, uniendo en un sistema integral a un puñado de cientos de millones de células asociadas en su afán de sobrevivir.
Pero la autoconciencia parece apuntar a otro grado de realidad que apenas ha comenzado, teniendo en cuenta la edad de la especie, y es la necesidad de integrar los aspectos psíquicos surgidos de esa mirada sobre sí misma. Ya no es el cuerpo lo que hay que reconocer en el espejo, sino la propia conciencia, gran parte de la cual vemos reflejada pero no reconocemos como propia, sino como exterior; una corriente de datos ajenos que se escapan al control.
Tal es lo que Jung denomina proceso de individuación y coincide con los conceptos esotéricos sobre evolución cósmica. Si todo lo aquí visto tiene algo de base, no depende del sujeto salvo para acelerarlo, pero no para evitarlo, pues la información, la conciencia, parece abrirse camino sin que haya materia que se le resista.
Quizás eso que denominamos físico no sea sino una forma de referirse a lo abarcado por la fracción de conciencia activa, esto es, la parcela de información que hemos podido integrar según nos vamos individualizando; puede que, según esa fracción aumente, lo físico abarque, proporcionalmente a ella, aspectos que hasta el momento permanecen “inconscientes”, información aún no integrada: noúmeno, para que no parezca que todo esto es cosa de teóricos modernos…
Quizás sólo entonces, cuando un ser humano haya logrado integrar todos sus elementos en un todo coherente y bien articulado, de manera que la información fluya por su sistema cual encofrado que aúna la psique, el individuo estará preparado para ser acoplado en un nivel superior de conciencia.