Tiempos de despartares y despertadores, tiempos de reincorporarse a la dura rutina, tiempo de abrir los oojos cuando lo dicte la maquinita de turno y no cuando lo crea conveniente la sabia naturaleza a través de nuestro organismo.
En definitiva que volvemos, o hemos vuelto a despertarnos a través del despertador, o similar, y es que, salvo honrosas excepciones nos vemos obligados a apoyarnos en tales máquinas infernales para abrir los ojos y ponernos a currar, o lo que corresponda.
Y al respecto, quien más quien menos tiene su metodología, su manera de reincorporarse al mundo de los despiertos. Unos les cuesta poco, a otros les cuesta más y a otros nos cuesta horrores. Y a este último segmento pertenece mi anatomía. Y a tales avatares me he adaptado, y tras varias tentativas he dado con la idónea, o al menos con la que más se adapta a mismidad.
Y como uno mismo, el método es también complejo. Un combinado de dos elementos permiten el despertar idóneo a este que escribe.
Vago que es uno debe ser consciente antes del súbito impacto de que se aproxima la fatal hora de despertarse. Y para ello programa el despertador (un radio despertador, pero en modo despertador) una hora antes de la hora pertinente. La primera reacción de mi inconsciente anatomía es parar el aparato diabólico, y así lo hago. Pero como las máquinas son perfectas cada 10 minutos vuelve a sonar la alarma, Y como mi organismo es vago hasta decir basta las mismas veces silencia el infernal ruido. Aunque algo dentro de él comienza a ser consciente que se acerca la fatal hora.
Y así es: una hora después el móvil se ilumina, vibra y comienza a sonar, esta vez a una distancia del dormilón al que va destinado su mensaje en forma esta vez de cancioncita que le es imposible a éste interrumpir la tonada sin levantarse del dulce y reconfortante tálamo.
Y como quiero acabar de haceros participes de ello, he aquí la canción que cada día me despierta y de la cual no oigo más que cinco segundos de ella
Y así de paso la oigo enterita, que bien vale la pena, ¿no?