La tentación era demasiado grande. Sofia Coppola no podía no hacerlo: completar un retrato y un relato incompletos, sumergirse de nuevo en las innegables miserias del declive masculino. Me admira cómo esta mujer es capaz de calarnos a base de historias mínimas que expresan mucho más de lo que significan. On the rocks (2020) --diecisiete años después de la consagración internacional de madurez que supuso Lost in translation (2003), hoy prácticamente convertido en un filme de culto millenial-- es una ampliación del personaje que interpretó Bill Murray junto a Scarlett Johansson, pero con dos añadidos que introducen altas dosis de comicidad a la historia: un padre ligoncete en pleno declive físico que intenta encajar en un mundillo inédito para él hasta entonces: la familia.
Producida por Apple TV, la película propone --como es habitual en la directora-- un divertimento menor que incorpora de serie una tenue moraleja/reconvención tras cada momento definitorio: en esta ocasión se trata de un retrato del amor en el peor momento de toda relación, cuando los hijos requieren prácticamente toda atención y esfuerzo de los adultos, lo que implica hibernar los objetivos y deseos propios (a riesgo de perderlos para siempre). On the rocks nos cuenta la historia de un matrimonio con dos hijas cuyos padres son esos personajes que se mueven cómodamente entre el tópico y la individuación a costa de unos gustos y puntos de vista muy personales, con esa ética entre nihilista e indie tan propia de las crónicas urbanas que ambientan los mejores guiones de esta mujer y que nos encanta a sus fans.
Felix --interpretado por Bill Murray-- es un gigolo que se ha movido con soltura y éxito en ambientes sofisticados; es culto, divertido y sociable y, por supuesto, siente una irresistible atracción por las mujeres bonitas. Sabe cómo halagarlas, seducirlas, darles conversación, hacerlas reír y, a veces, quedar en ridículo ante ellas. Lo que no sabe --o admite-- es que su tiempo ha pasado y debe afrontar el inevitable declive físico, ese que coindice con la evidencia de que sus gustos están pasados de moda. Y por si esto no fuera suficiente, aterriza en un ambiente que es exactamente lo opuesto a lo que ha conocido: el de unas nietas (a las que no sabe cómo tratar) y una hija en plena histeria porque cree que su marido la engaña. A partir de ese momento, el padre arrastra a su hija a las paranoias propias de su generación y que proporcionan los mejores momentos de la película: situaciones hilarantes, al límite de la corrección social, instructivas y, de paso, el fortalecimiento de un vínculo que nunca había sido demasiado fuerte. Nada que un público enseñado no pueda prever ni disfrutar, porque lo importante es el viaje y cómo se cuenta.
A Coppola se la ve cómoda en estas historias con protagonistas que se mueven en los márgenes de la vida, ya sea por circunstancias buscadas o imprevistas o porque su estado de sentimientos les impide encajar en las existencias en las que ellos mismos se han encerrado. Esta mujer ha conseguido dar con el tono y la anécdota precisos para expresar la desazón de unos jóvenes que han dejado de serlo y en parte se odian por haberse convertido en lo que, quizá durante una noche de juerga, juraron no ser nunca. Divertimento apreciable marca de la casa.