Revista Cocina

Dieta paleolítica II

Por Sentir @menjasa1

En el artículo anterior (dieta del paleolítico I) hablamos sobre el poder preventivo que los seguidores de la dieta paleolítica otorgan a este plan alimentario frente algunas enfermedades como la obesidad, la diabetes o la osteoporosis. También sobre los inconvenientes y riesgos de trasladar este antiguo modelo alimentario a nuestra sociedad actual. Pero nos quedó pendiente hacerle la valoración nutricional: ¿contiene la dieta paleolítica los nutrientes necesarios para el buen funcionamiento del organismo? ¿De qué nutrientes obtenían la energía nuestros ancestros? Responder estas preguntas es el motivo del presente artículo.

Lamentablemente, la primera pregunta no la podemos responder con seguridad ya que no conocemos con exactitud qué, cuándo y cuanto comían. Sabemos que en general, la alimentación del hombre del paleolítico se basaba en el consumo de carne de caza, pescado, y alimentos vegetales procedentes de la recolección, principalmente frutos secos, semillas, algunas frutas, verduras y raíces, pero no en qué frecuencia ni en qué cantidad los consumían. Aunque no podamos calcular si el consumo de vitaminas, minerales y otros nutrientes esenciales era suficiente para cubrir las necesidades del organismo, si nos fijamos en el contenido de nutrientes energéticos y lo comparamos con las recomendaciones que marca la OMS, observamos un elevado contenido de proteínas y un bajo aporte de hidratos de carbono complejos. Estamos pues delante de una dieta hiperproteinada. ¿Qué supone este desequilibrio?

Inconvenientes del consumo elevado de proteínas:

Las proteínas están formadas por cadenas de aminoácidos. Cuando hay un exceso de aminoácidos estos forman amoníaco, el cual es tóxico y perjudicial, acidifica la sangre y el organismo debe compensar esta acidez vertiéndole calcio, favoreciendo la desmineralización ósea y por lo tanto la osteoporosis.

Otro problema que genera el exceso de proteínas es su costosa eliminación. El hígado transformará el amoníaco en urea para poder expulsarla y la urea será filtrada en los riñones y eliminada a través de la orina. Una tarea excesivamente intensiva de eliminación puede provocar una sobrecarga del hígado y de los riñones y enfermedades hepáticas y renales.

Un bajo consumo de hidratos de carbono complejos, ¿cómo afecta al organismo?

Aunque puede parecer positivo reducir la ingesta de hidratos de carbono complejos (arroz, pasta, pan, patata y legumbres) para utilizar la grasa para la obtención de energía y así evitar su acumulación, esta práctica no es saludable.

Podriamos compararlo con la obtención de energía mediante el petróleo o mediante la energía solar. Mientras que el petróleo produce contaminantes ambientales que se acumulan en la atmosfera, la energía solar nos ofrece una alternativa limpia. En este caso, los hidratos de carbono funcionarían como lo hace el sol. Las sustancias resultantes de convertirlos en energía (agua y CO2) se pueden considerar limpias por ser inofensivas y muy fáciles de eliminar. En cambio, tal y como pasa con el petróleo, la utilización de grasa para obtener energía implica la formación de sustancias tóxicas o contaminantes (cuerpos cetónicos) de eliminación lenta, que se acumulan en la sangre cuando utilizamos la grasa como fuente energética principal.

Así pues, seria conveniente utilizar los hidratos de carbono como fuente principal de energía y dar a la grasa la función de reserva energética par a utilizarla en casos de picos de consumo, como por ejemplo durante el ejercicio prolongado, y así evitar la acumulación de cuerpos cetónicos que provocan acidificación de la sangre, mareos, cefalea, etc.

En el paleolítico, conseguir todos los días la variedad y cantidad de nutrientes necesarios para el funcionamiento idóneo del cuerpo era imposible, y los hombres subsistían con aquello que conseguían mediante la caza y la recolección. Actualmente podemos ofrecer una mejor alimentación a nuestro organismo gracias a la agricultura, a la ganadería y a la industria, que no debemos desaprovechar. Eso sí, no tenemos que olvidar la importancia de no abusar de los productos procesados y de dedicar más tiempo a la planificación, elección y preparación de nuestras comidas, así como a la práctica de ejercicio físico.


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