Está claro que nunca se puede decir de esta agua no beberé. ¿Cuántas veces nos hemos quejado por cosas que hacían y siguen haciendo nuestras madres y que ahora volvemos a repetir como copias calcadas? La maternidad cambia nuestros esquemas y lanza por los aires todas las ideas preconcebidas que teníamos antes. ¿O alguien es capaz de mantener eso de “mis hijos no verán la tele de pequeños” o “no comerán chuches hasta los cuatro años”?
En este post he reunido las diez cosas (pero podrían ser más, y cada día descubro alguna más para la lista) que jamás habría pensado que acabaría haciendo antes de tener a mi bebé (y ahora que es más mayor, ni te cuento).
1. Comer babas con galletas, babas con yogur, helado con babas… y mejor no sigo. Me refiero a todas esas cosas que tu hijo no se termina, o esos restos que se le caen y se le quedan enganchados en la ropita, y que, como no sabes dónde tirar, acabas comiendo como si nada. Es tener un hijo y dejar de ser escrupuloso para siempre. ¿A quién le escuché decir que las babas de un bebé son puras? Espero que tenga razón, porque durante el primer año de vida de mi hijo, tuve que terminar mucha de su comida. Ahora, con dos años, ya puedo decirle que no para que lo tire a la basura (bendito el momento en el que empiezan a entendernos).
2. Meter la mano en la boca del bebé para sacar un resto de comida que amenaza con quedarse atragantado o para tocarle las encías para ver si el origen de sus males son los dichosos dientes o no… y de paso, a cualquier hijo de vecino que se ponga por delante. ¿O soy la única primeriza que le ha preguntado a una conocida que le mire al niño los dientes a ver si ve que empiezan a asomar?
3. Sacar sin pudor el pecho por la calle, o donde te pille, con toda la naturalidad del mundo (como debe ser, por supuesto), en presencia de amigos, conocidos, maridos de tus amigas, amigos de tu pareja, amigos de tus padres… Algo que, ni siquiera embarazada, te veías capaz de hacer. Recuerdo que me imaginaba retirándome a mi habitación para dar el pecho. Por suerte la realidad me puso en mi sitio y, naturalidad al poder, dí el pecho allí donde podía y quería, ya fuera en la calle, en un restaurante, o en casa de unos amigos.
4. Cantar y desafinar sin vergüenza. Yo, que nunca cantaba delante de otra persona, me veo ahora tarareando las canciones más absurdas (y no solo infantiles, porque hay que tirar de todo el repertorio) en el autobús o mientras espero el turno en la carnicería. A mi hijo, con seis meses, le encantaba ‘La bamba’, así que me terminé inventando una coreografía rompedora para que se acabara el puré de la cena. Porque todas las madres cantamos como podemos y lo que sabemos. Y si no, que se lo pregunten a los padres frikerizos y al autor del manual de padres frikis, que también han tirado del repertorio de los dibujos infantiles y anuncios famosos de los 80 para calmar a sus chiquitines.
5. Repetir esas frases de tu madre que nunca creíste pronunciar, perlas como “mecachis la porreta”, “acábatelo todo o no hay postre”. O, lo que es peor de todo, canciones que tantas veces le critiqué cuando cantaba por casa, cosas como ‘Palmero sube a la palma’, de los Sabandeños, o ‘La Muralla’ de Ana Belén y Víctor Manuel. Casi nada. Esas frases horrorosas (y reales, todo hay que decirlo) de madre, en las que Marujismo es toda una experta (“si te duele, es que se está curando”, “es la primera vez que me siento en todo el día”…)
6. Probar cosas que nunca te habrías dignado a llevarte a la boca, como los purés de verduras, carne o pescado y legumbre todo junto que saben a rayos pero que esperamos que el bebé se coma. En mi caso, jamás habría comido potro, y ahí terminé, triturándoselo en el puré para darle todo el hierro del mundo.
7. Volverte una ama de casa excepcional que friega a mano (nunca lo habría pensado) los bodies con caca de lactante. Esa caquita líquida y amarilla que se desparrama por toda la ropa y que cuesta dios y ayuda quitar. Se me pelaban los nudillos de frotar para, total, acabar tirándolos a la basura. Y suerte que me salió callo, teniendo en cuenta lo que venía a partir de los seis meses… En este punto podría hablar de esos momentos que todos nuestros bebés nos han dado en los cambios de pañal, -historias de cacas-, y que no se lo permitiríamos a nadie más, ¿verdad?
8. Dormir poco, o más bien poquísimo, durante meses y sacar fuerzas de donde no las hay para mantener la compostura y no ir por la vida como un zombie. Allá quedaron las ocho horas de rigor que recomiendan los médicos; los padres de un bebé recién nacido se pueden dar con un canto en los dientes si duermen seis (y sólo algunos privilegiados lo hacen del tirón). Este punto, que no admite discusión, es una de las cinco peores cosas de ser madre.
9. Ir vestida como se puede. No pasa nada por llevar un poco de puré en el pantalón, babas en la camisa o una mancha que huele sospechosamente mal en la americana… son cosas que a una madre se le perdonan (espero). De verdad que lo intento y que me miro en el espejo al salir de casa, pero siempre se cuela una misteriosa mancha de galleta en mis pantalones. Gajes del oficio.
10. Acabar escribiendo un blog para airear a los cuatro vientos asuntos tan íntimos como cómo ha quedado tu suelo pélvico tras el parto o de qué manera se engancha el bebé a tu pezón. Es dar el salto y llevar a Internet esas conversaciones que tienes con cualquiera que también esté paseando un carrito por la calle. Solo que, con suerte, lo lee todo el mundo.
¿Por qué no nos avisaron de todo esto?