Editorial Alfabia. 274 páginas.
1ª edición de 2013.
Traducción de Ben Clark.
La primera vez que tuve noticia
de George Saunders (Amarillo, Texas,
1958) fue a través de un mensaje de facebook. Me escribía Ben Clark, poeta con el que he coincidido en persona en un par de
ocasiones y cuyo libro Basura comenté en el blog. Clark me
decía que había traducido el libro Diez de diciembre de George Saunders
para la editorial Alfabia y que si
me parecía bien me enviaba un ejemplar para que lo leyera y lo comentara en el
blog. Busqué información en internet sobre Saunders y me pareció un autor lo
suficientemente interesante (este libro ha quedado en 2013 finalista del National Book Award en Estados Unidos)
como para aceptar el envío del libro. Ya he comentado aquí que cada vez selecciono
más los libros que quiero leer y que procuro no aceptar envíos de las
editoriales o de los autores. Sin embargo, en este caso recibir Diez de diciembre ha sido todo un
acierto, porque el libro merece verdaderamente la pena. Lo había dejado en mi montaña
de inleídos, hasta que hace unas semanas leí en el suplemento cultural del ABC la crítica que de él hacía Rodrigo Fresán (apuntaba algo así como
que el primer y el último relato de esta colección son excepcionales, y que los
ocho restantes son simplemente magníficos, cito de memoria).
Diez de diciembre está formado por una decena de relatos de muy
diversa extensión, desde las dos páginas de Palos hasta las más de
sesenta de Los diarios de las Chicas Sémplica, al que podríamos calificar
de nouvelle.
El propio Ben Clark nos advierte
en una nota introductoria que las voces narrativas de Saunders comenten errores
lingüísticos al expresarse y que ha tenido que reconstruir ese efecto al
traducirlo. Incluso cuando el relato está escrito en tercera persona, el
narrador cede en muchos casos el discurso al personaje; y este discurso suele
reflejar el flujo interior de su conciencia: los personajes interpretan la
realidad sin usar artículos, dejan frases sin terminar, o celebran sus propios
chistes con un “jajaja”. Lo cierto es que la traducción de este libro no parece
fácil, y, aunque en algunos casos las expresiones elegidas en español son muy
coloquiales (por ejemplo esa que se ha puesto tan de moda entre los adolescentes:
“Eso no, lo siguiente…”), me parece que el trabajo de Ben Clark ha sido
destacable.
Lo cierto es que, para descubrir
que la narración de los cuentos reflejaba el flujo de conciencia de los
personajes, tuve que releer las primeras páginas del primer relato, Vuelta
de honor, porque no lo entendía bien. Pronto descubrí lo que ocurría:
el narrador está hablando de las fantasías de una chica de quince de años; lo
descrito no está pasando en la realidad, sino en la mente del personaje. Una
vez que el lector se percata de esto el relato avanza con fluidez. En Vuelta de honor ya queda establecida una
de las premisas bajo las que Saunders construye sus cuentos: enfrentar el punto
de vista de unos personajes sobre una escena con el de otros. En Vuelta de honor se encuentran (o chocan,
más bien) la visión de la quinceañera comentada, la de su vecino adolescente
–enamorado en secreto de ella– y la de un violador treintañero; cada uno con
sus motivos. También es notable en la construcción de los personajes el peso
que tiene la mirada de los demás sobre ellos; por ejemplo, la de sus padres.
Vuelta de honor es un buen relato, pero, y aquí discrepo con
Fresán, no es éste, ni tampoco el último (titulado Diez de diciembre, en el que vuelve a aparecer una adolescente
fantasioso –casi un niño, en realidad– enfrentado a un adulto, que ha decidido
dejarse morir en el bosque) los mejores relatos del libro. Los personajes del
libro se encuentran, y sus visiones de lo que ocurre difieren, influidos por
sus circunstancias, por sus familiares o por la realidad. Eso ocurre en el
tercer cuento del conjunto, Cachorro; en él se enfrenta la
visión del mundo de una mujer de clase media con la de otra de clase baja. Cada
una, a su manera, cree estar haciendo el bien. Este contraste me ha parecido
más sutil que el que se plantea entre la visión del mundo de un violador y una
quinceañera (Vuelta de honor), o
entre la de un niño que quiere ser un héroe y la de un enfermo de cáncer que
quiere morir (Diez de diciembre).
Mientras leía los primeros
cuentos de este libro, pensaba en la historia del relato norteamericano, y más
concretamente en la magnífica antología de Richard
Ford. Y me estaba pareciendo que, si tuviera que seleccionar a algún
escritor de ese libro que pudiera ser una influencia para Saunders,
posiblemente tendríamos que buscarlo en los experimentalistas de los 60 o 70. Los
primeros relatos me recordaban la manera de construir una narración de William H. Gass: pero si en el relato
de Gass El chico de Pedersen, tras acercarse a la conciencia de sus
personajes, se dispersaba la trama del relato, ésta suele estar bien atada en
el libro de Saunders; y en este sentido Saunders acaba acercándose más a Raymond Carver.
El cuarto cuento, titulado Escapar de La Cabeza de Araña, introduce
un nuevo elemento: el coqueteo con la ciencia ficción. En Escapar de La Cabeza de Araña
unos convictos son sometidos a experimentos para determinar los efectos de
nuevos fármacos sobre el organismo, fármacos que pueden controlar el deseo
sexual o cortar con la dependencia amorosa. De nuevo pensé en la antología de
Richard Ford, y en un autor de la misma época que Gass: Kurt Vonnegut y su cuento Bienvenido a la jaula de los monos. Escapar de La Cabeza de Araña es un
cuento sobre el control estatal del individuo realmente potente.
He de constatar también que Diez de diciembre no escapa a uno de los
problemas más habituales de los libros de relatos: algunas de sus narraciones
parecen esbozos de otras en las que el autor va a desarrollar sus ideas con más
fortuna. Así, por ejemplo, después de leer el estupendo Escapar de La Cabeza de Araña, el siguiente cuento –Exhortación–, que muestra el discurso que da un
jefe a sus empleados, me ha parecido un relato menor. O también he pensado que
la idea principal que sostenía el relato Al Roosten –la envidia que provoca
el éxito ajeno y la frustración por la propia vida– estaba mucho mejor
desarrollada en el siguiente cuento, Los diarios de las Chicas Sémplica.
En él un oficinista comienza a escribir un diario, con poco respeto por la
puntuación convencional (por ejemplo, leemos en la página 163: “Olor de carne
asada + sonido metálico de cacerolas, platos en la mesa = atractivo”). Creo que
esta nouvelle, Los diarios de las Chicas Sémplica, con su patético personaje, que
continuamente trata de justificar ante sí mismo su deseo de vivir por encima de
sus posibilidades, y con su toque de ciencia ficción, que sirve para hacer una
crítica del trato que en Occidente se da a los inmigrantes, es el relato que
más me ha gustado de Diez de diciembre.
Diez de diciembre es un libro original y valioso, con relatos muy
conseguidos, que muestran una gran madurez narrativa por parte de George
Saunders. Esto me lleva a preguntarme por qué no ha llegado antes a España. Leo
en la solapa del libro que Saunders ha escrito al menos tres libros más de
relatos y uno de ensayos, y que Alfabia tiene planeado traducirlos y editarlos.
Lo cual me parece una magnífica noticia literaria.