En pocas ocasiones el cine brinda experiencias tan intensas y completas como la que ofrece El árbol de la vida, una película compleja que muestra desde un punto de vista técnico la capacidad del lenguaje cinematográfico, que es mucho más que una simple secuencia lineal de fotografías en movimiento como la mayoría de obras actuales parecen entender.
Ante un reduccionismo del lenguaje cinematográfico que impera en estos tiempos marcados por la televisión, El árbol de la vida es sin duda una obra maestra. Pero lo es además por otras razones mucho más profundas. Una ligada a la experiencia religiosa, porque la película ofrece una reflexión de esta naturaleza. Sobre la Gracia, el arrepentimiento, el perdón, y, en un ensamblaje no siempre fácil, sobre la Creación y el hombre. Hacia la mitad de la película hay una serie de secuencias magníficas, superiores a las que Kubrick nos mostró en su sensacional prólogo de 2001: una odisea del espacio.
Pero, además, el filme ofrece una reflexión cultural. A quienes desconozcan elementos básicos del cristianismo les será mucho más difícil entender lo que se está narrando, las emociones que viven los personajes y los motivos que les llevan a actuar de una determinada manera. Es decir, les será mucho más difícil entender la experiencia humana. Y esto es así porque el cristianismo conecta directa y estrechamente con esta experiencia. Su comprensión puede realizarse desde dos aproximaciones: una, desde la fe; pero si ésta no existe también es perfectamente viable hacerlo desde el conocimiento, desde el razonamiento a partir de un fundamento cultural cristiano.
Este hecho nos lleva a un dato preocupante: demasiados jóvenes, entendiendo como tales los menores de 35 años, y sobre todo los menores de 25, carecen de la más elemental cultura religiosa. Esto, que es celebrado estúpidamente por algunos, significa, además de otras muchas cuestiones, lisa y llanamente, la incapacidad para entender a los demás y entenderse a sí mismos. Subrayo que no estoy diciendo que sea necesaria la fe para esta comprensión, que quizá pudiera ser cierto, sino que al menos exista el conocimiento y la reflexión sobre la misma.
De idéntica forma que resulta imperdonable que una persona no haya leído algunas de las obras básicas, evidentemente no todas, que pueden configurar el canon de nuestra cultura, que empieza con la Ilíada y la Odisea, también resulta incomprensible que desconozca a los salmistas, al Génesis, o los Evangelios. Precisamente, El árbol de la vida hace referencia a un pasaje del Apocalipsis, empezando ya por el título. El desconocimiento implica la incomprensión del hecho humano.
Josep Miró i Ardèvol, presidente de E-Cristians y miembro del Consejo Pontificio para los Laicos