Los zapatos y los pies dicen mucho de la economía y la salud moral de este planeta. En este mundo sólo hay dos tipos de países: aquellos en los que hay más pies que zapatos y aquellos en los que hay más zapatos que pies.
Revista Cultura y Ocio
Hacer reír es un arte loable. Buscar la risa y la sonrisa de la gente, saber encontrar la gracia, o saber sacarla incluso de donde a nadie más se le hubiera ocurrido, es un don que solo los grandes humoristas poseen. Y sacar a la luz un chiste incluso de las cosas más pequeñas, es un arte, un don y una capacidad en la que Piedrahita destaca con creces.Esa mezcla de imaginación, ingenio, humor inteligente y pelo-casco forman un todo que han hecho de este mi paisano una figura digna de respeto, y a la vez de risa, mucha risa. Combinar esas dos cosas al mismo sería contradictorio en otros casos, pero no en el Piedrahita. Porque lo primero se debe a su asombrosa habilidad para el monólogo, que lo ha convertido, en mi opinión, en uno de los mejores humoristas españoles de la última década. Lo segundo se explica, obviamente, por las consecuencias que tienen esos soliloquios en quienes los escuchan y los leen.Por esta razón, ser espectador de Piedrahita es diversión asegurada. Y ahora, leyendo Dios hizo el mundo en siete días... y se nota, me doy cuenta de que ser su lectora también garantiza el arranque de sonrisas y el regalo de un par de carcajadas. Tal vez se deba a eso que dice de Dios, que descansó al séptimo día, pero que no fue a misa, claro, "porque eso sería pasearse a ver qué tal va el negocio".O puede que sea por el testimonio que solo él ha recogido de los cadáveres de las pinzas de ropa, esas "funambulistas del patio de luces" que se agencian los porteros, en cuyas casas no se compran jamás, por razones obvias, claro.O a que llame al hielo "la caspa de los congeladores". O a que afirme que el azúcar no puede ser malo, que aunque lo digan los dentistas, no puede ser verdad (¿para qué iban entonces a tirar piedras a su propio tejado? Se les iría el negocio al garete). O a que los caballitos de mar se parezcan a todo menos a un caballo y que, además, sean los únicos animales con los que no se puedan hacer películas de bichos invadiendo el mundo, porque de aterrorizar, más bien poco. En fin, tal vez se deba a que sabe hacer algo grande de lo pequeño y lo cotidiano. Con gracia, con elegancia, con un estilo único. Y entre risa y risa, Piedrahita incluso logra hacernos pensar, cuando menos lo esperamos y porque creemos erróneamente que una cosa no puede pasar al mismo tiempo que la otra: