Revista África

“Dios te da una dosis de miedo en la vida y yo la gasté en quince días”

Por Africaenportada

El 6 de julio de 2013, el misionero José Luis Garayoa recibió a un grupo de voluntarios españoles en su casa de Kamabai, en Sierra Leona. La fecha obligaba a este navarro a cumplir el ritual de ponerse un pañuelo rojo al cuello en honor al chupinazo de los Sanfermines. Aquello lo contamos en las páginas de Diario de Navarra. Pero como las grandes historias no entienden de límites ni caracteres, reproducimos la entrevista íntegra en la que Garayoa repasa cómo vivió su secuestro y su liberación y cómo el cautiverio cambió los esquemas de su existencia.

Con 24 años, Garayoa se ordenó sacerdote e inició su vocación misionera. Ha pasado por Chihuahua (México), Costa Rica, El Paso (Texas) o Sierra Leona. / Foto cedida.

Con 24 años, Garayoa se ordenó sacerdote e inició su vocación misionera. Ha pasado por Chihuahua (México), Costa Rica, El Paso (Texas) o Sierra Leona. / Foto cedida.

¿Cómo se vive un San Fermín en Kamabai?

Es un recuerdo cariñoso, pero son de los días que para un navarrico que vive en el extranjero resultan duros. En fechas concretas, como cumpleaños, Navidades o Sanfermines, la cabeza vuela directamente a los amigos, al calor familiar y a la calle Estafeta. Es difícil no sentirse un poco fuera de todo eso. Pero la vida también te demuestra que no sólo se pueden correr encierros en Pamplona. Aquí, en Sierra Leona, también hay muchos encierros que correr y seguramente con toros más bravos, especialmente el de la miseria y el de tratar de vivir el día a día con ilusión. Ese es el encierro que me toca vivir a mí aquí desde hace nueve años.

Pero ya estuvo aquí antes…

Sí, lo que pasa es que antes fue un paréntesis muy corto porque al mes de llegar, en el año 98, me secuestraron los rebeldes en el hospital después de coger fiebre tifoidea. 14 de febrero de 1998, nunca olvidaré esa fecha. En vez de flores, me echaron a patadas.

¿Qué le trajo aquí en plena guerra?

Quizá un espíritu aventurero mezclado con una promesa que les hice a mis alumnos en España, a los que les daba clases de Geografía e Historia: “Si puedo, vuelvo a primera línea”, les decía. Del Vaticano  pidieron a las congregaciones religiosas que dieran un paso adelante para venir a este pueblo que estaba desangrado por una guerra cruel.  La película Diamantes de sangre refleja bien lo que ocurría aquí. Las ONG se iban y esto se quedaba solo. Mi jefe de mi orden religiosa, de los Agustinos Recoletos, me comentó la oportunidad. Yo venía de clase y leí la carta: “Si estas iluminado por el espíritu de Jesús, si estás decidido, escribe una carta de puño y letra al Provincianato ofreciéndote voluntario para irte a Sierra Leona, que está sufriendo una guerra…”, y bla, bla. “¿Y por qué no?”, me dije. Entonces dejé los libros de Geografía e Historia, mis scouts, mi guitarra, y me vine a Sierra Leona.

¿Cuál fue su primera impresión al entrar en Sierra Leona?

Aterrizamos en Guinea Conakry. La entrada a Sierra Leona estaba prohibida, así que tuve que atravesar la frontera por el bosque, de forma ilegal. Había muchísimo trabajo que hacer: era una nación decapitada y no había ningún apoyo internacional. Éramos bomberos que apagábamos los pequeños incendios que nos tocaba ver. Hacíamos lo que podíamos.

Pero su camino se truncó a los pocos días.

Llegué a Kamabai y a las tres semanas cogí fiebre tifoidea. Me llevaron al hospital de Mabesseneh, que muy pronto fue tomado por los rebeldes. Me vieron y me llevaron con ellos. Y como me veis, así, en pantaloneta, camiseta y chancletas, me llevaron con ellos. ¡Fijaos qué ridículo! Caminamos por el bosque desde Massakah hasta Mile 91.

“Les decía a mis alumnos siempre: ‘En cuanto tenga una oportunidad, vuelvo a primera línea”

¿Era del todo consciente del riesgo que suponía venir a un país como este en estas circunstancias?

Sí, siempre lo supe. Desde las órdenes religiosas y desde la Iglesia nos habían señalado la dificultad que tenía venir. Pero fui yo quien tomé la decisión, y lo hice por una sencilla razón: acompañarte a ti en una boda es fácil, pero acompañarte cuando estás jodido, sin trabajo o ante cualquier otra dificultad, es cuando vas a demostrar la dimensión humana de tu cariño. Era una forma de querer. Y además hacer verdad, dar autoridad moral a lo que yo les decía a mis alumnos siempre: “En cuanto tenga una oportunidad, yo vuelvo a primera línea”. Antes estuve trabajando con los indígenas tres años, con los niños de la calle tras la guerra de Nicaragua, otros diez. Siempre soñaba y presumía de que, en cuanto pudiese, iba. Dios me puso la muleta y yo entré.

Tiene un buen currículum de lugares en los que ha ejercido el sacerdocio.

Prácticamente poquitos. En Chihuahua, en la sierra madre occidental. También con los niños de Costa Rica. A partir de ahí me pidieron estar en España dos años trabajando en promoción vocacional. Y luego estuve dando clase de Geografía e Historia y Educación Física. Luego surgió esta oportunidad de venir y me lancé, pero enseguida me echaron [los rebeldes]. Todo el mundo creía que mi estancia en Sierra Leona había terminado para siempre. El psiquiatra me llegó a recomendar que tuviera un año sabático, pero yo me iba a volver loco. Me decía que estaba deprimido, que una depresión tiene picos de euforia y picos bajos. Pero también me reconoció que a mí siempre me veía en el pico de euforia. “Diga lo que usted quiera, pero me siento bien”, le dije. A mí me han dado de comer mierda, a mí no me dejaban salir a caminar, pero yo me he escalado el Aneto tres veces, porque me sé el camino. No puedo estar 24 horas al día pensando porque me pego un tiro. Me creé mis mecanismos de defensa: me levantaba, leía, me iba a pasear por la Taconeara. “Tu trabajo es decirme a mí que estoy hundido, cansado, frustrado, por ese encuentro y por el pasado”, le decía al psiquiatra. Él me daba consejos para olvidar lo que había vivido, pero yo no quería olvidar. Todo eso formaba parte de mi realidad, de lo que soy. Los palos que me den no me los van a quitar nada.

“He visto cortar manos y pies, cosas que es increíble que un ser humano tenga que ver. Pero también he visto la vida alrededor, la esperanza… Sierra Leona no me dejó dolor, me dejó nostalgia”

Lo pasaría mal aquellos días…

Hombre, ¿por qué te crees que volví? Dios te da una dosis de miedo en la vida y yo la gasté en quince días. Yo me quede sin miedo. No sin responsabilidad, sino sin miedo. Sí que es verdad que al principio, cuando veía una película de terror en la que había algún tipo de maltrato físico, me venía una especie de sudor frío, pero llegué a entender que eso formaba parte de mi vida. He visto cortar manos y pies, cosas que es increíble que un ser humano tenga que ver. Pero también he visto la vida alrededor, la esperanza… Sierra Leona no me dejó dolor, me dejó nostalgia. Mi experiencia aquí no fue sólo el secuestro. “Entonces haz lo que quieras”, me dijo el psiquiatra. Y enseguida mi jefe me contó que necesitaba a alguien que le ayudara en el paso de Texas con los inmigrantes. Y allí me fui, ocho años. Después, en 2005, vuelta a Sierra Leona. La guerra había terminado dos años atrás y ya podía construir algo sin que me lo quemaran al día siguiente.

José Luis Garayoa en la misión de los Agustinos Recoletos en Kamabai, junto a su amigo Medo Mansaray. En primer plano, la vaca Iruña, regalo de un voluntario navarro. / Gonzalo Araluce.

José Luis Garayoa en la misión de los Agustinos Recoletos en Kamabai, junto a su amigo Medo Mansaray. En primer plano, la vaca Iruña, regalo de un voluntario navarro. / Gonzalo Araluce.

En Kamabai ya cuenta con un gran espacio e instalaciones. ¿Cómo lo ha construido?

Todo con ayuda de España. Alguna escuelita de Estados Unidos, pero todo es solidaridad de España.

¿Cómo ve su futuro en Sierra Leona?

Va a depender un poco de mi orden religiosa. Lo que siempre he visto es que vas construyendo algo pero también te vas haciendo mayor. Entonces llega alguien más joven e impulsa la realidad. Lo que a mi me gustaría es que, si dejo diez vacas, cuando venga de visita en diez años haya 35.

¿Y el futuro de la gente de aquí?

Crudo. Mi hermana no lo entendía hasta que vino. “Es mejor enseñar a pescar que dar un pez”, se suele decir. Pues aquí estamos en el estadio anterior y tienes que convencer a la gente de que es bueno pescar, que es bueno aprender a pescar.

¿Ha visto cambios en el tiempo que lleva usted aquí?

[Respira profundamente] Muy poquitos. Me gustaría decir lo contrario, pero va a hacer falta el trabajo de generaciones. Por corrupción, educación, valores… Hace falta mucha formación humana. Mi hermana se peleaba con ellos. España la cambió la generación de mis padres. Trabajaron como burros, porque mi hermana y mi madre se iban a la fuente del pueblo a por agua y a lavar. Pero nosotros nunca hemos estado sucios, ni descalzos, ni llenos de mocos. Mi hermana hablaba con las mujeres y ellas les decían que no había agua. “¿Que no hay agua? ¿Y el pozo que ha hecho mi hermano?”. Lo que pasa es que tienes que trabajar y, aquí, hasta que una generación no aprenda a partirse el alma, nada de esto cambiará. Además, en Europa eso no interesa, porque cuanto menos sepas tú, más fácil es robarte.

“De los líderes de las aldeas de Kamabai, ninguno sabe leer ni escribir. Si el futuro de una nación pasa por gente analfabeta, es muy fácil mentirles”

¿Qué le frena a la gente de aquí a dar ese paso?

Antiguas tradiciones y falta de cultura… Sobre todo falta de cultura. De los líderes de las aldeas de Kamabai, ninguno sabe leer ni escribir. Si el futuro de una nación pasa por gente analfabeta, es muy fácil mentirles, aunque haya un documento de por medio. Y así les va. Las grandes explotadoras de la tierra, las grandes multinacionales de los minerales… ponen algo de dinero y ya está.

A diario se puede ver un tren que recorre Sierra Leona cargado de arena que después se llevan grandes barcos de Freetown.

¿Pero tú te imaginas lo rica que tiene que ser esa arena para que se tomen todas esas molestias? Seamos honestos. Me encantó una entrevista que le hicieron en España a un inmigrante que se veía que era culto. “¿Cómo te juegas la vida en el Estrecho?”, le preguntaban. “¿Yo? A devolveros la visita. Vosotros vinisteis a llevaros todo, y ahora vengo yo”.

¿Qué países explotan Sierra Leona?

¡Facilísimo! ¿Qué compañías aéreas vuelan aquí? British Airways, Air France, rusos y los americanos que están siempre…

¿Y los chinos?

Hombre, por supuesto, esos no pueden faltar en la decoración africana. Nos dan mierda por diamantes de primera. Los Nokia que nadie quiere los mandan acá; hay Samsung hechos para África… Los portones de esta casa están pintados con pintura china, que viene la lluvia y se la lleva. Te bebes litros de esa pintura y no te pasa nada, porque es todo aceite. Toda la mierda viene aquí y la cobran bien. Y mientras, se llevan. Van a hacer un puente, un aeropuerto…y viene alguno de China a firmar con el presidente. Hay una corrupción tan endiablada aquí…

“Nos dan mierda por diamantes de primera”

Charlando con gente de aquí, siempre sale a relucir el tema de la corrupción.

Te pongo un ejemplo con esta carretera, la que pasa por Kamabai y que fue financiada por la Unión Europea. ¿Sabes quién la iba a hacer? Un amigo mío de Estella. Se la tenían concedida. El ministro de Trabajo fue a Pamplona y vio los trabajos que habían hecho. La clínica San Miguel, hoteles… La oferta de mi amigo era seis millones más barata. Mandó una grabación con imágenes de los trabajos de los senegaleses y de los chinos. Todo mierda y se jode en dos años. Pero se lo dieron a los senegaleses.

Eso sería frustrante para gente como usted, que trabaja para que Sierra Leona sea un poco más justo.

Y luego a los senegaleses les roba todo el mundo. Arena, granito, grava… Tengo un amigo que me dice: “Grandpa, tú no robes, deja que lo haga yo con tu camión y te lo traigo, que tú lo usas para el bien de Sierra Leona”. Y ahora estoy robando a los que roban a los senegaleses. Para que algo de lo que roban vaya a los pobres. Un buen teólogo te diría que no tengo razón, pero yo oí que el ladrón que roba a un ladrón tiene cien años de perdón.

También, una cosa es la teoría, quizá vista desde fuera, y otra la práctica a ras del suelo.

No sé, a mi ni me preocupa, pero si tú vas allá, tienes camiones de arena que yo le estoy robando al ladrón que lo tira por ahí. Y me quedo tan pancho, porque voy a criar vacas que van a dar leche para alimentar a los niños.

Garayoa lleva ocho años desarrollando su labor en Kamabai, en pleno corazón de Sierra Leona. / Foto cedida.

Garayoa lleva ocho años desarrollando su labor en Kamabai, en pleno corazón de Sierra Leona. / Foto cedida.

¿Cuánto tiempo tiene previsto quedarse aquí?

A mí el próximo año se me cumple mi contrato. Sería mi noveno año. Yo soy como un jugador cedido, como uno que el Madrid cede a Osasuna. Para eso tiene que haber acuerdo entre los dos presidentes de los equipos y el jugador. Yo soy parte de una provincia religiosa, que es la española, San Nicolás, y que depende de otra provincia, Filipinas, también de Agustinos Recoletos, que es San Ezequiel. Necesitan un perfil, y como yo había estado en tiempos de la guerra, y hablaba inglés, Filipinas le dijo a España que me necesitaba, que si no les importaba dejarme. Me dejaron tres años, me renovaron otros tres y luego, otros tres, y no creo que me cedan más.

¿Regresaría a España?

No, al Paso, a Texas. Yo no me veo en España.

“La Iglesia tiene un trabajo inmenso en España, primero de credibilidad, y eso no lo ganas en los púlpitos”

¿Por qué no? 

¿Haciendo qué? ¿Qué puede hacer un cura de pueblo en España, aparte de decir misa? ¿Qué hago yo en España? La Iglesia tiene un trabajo tan inmenso en España, primero de credibilidad, y la credibilidad no te la ganas en los púlpitos. Es lo que viene a decir [el Papa] Francisco. El pintor huele a pintura, el pastor, a oveja… Qué curioso cuando yo voy a Viana, y veo a mis amigos y digo, ¿por qué he hecho yo todo esto? Por credibilidad.

El 6 de julio, Garayoa celebró el chupinazo con sus amigos Hassan y Medo Mansaray. / Foto Gonzalo Araluce.

El 6 de julio, Garayoa celebró el chupinazo con sus amigos Hassan y Medo Mansaray. / Foto Gonzalo Araluce.

Algo echará de menos de allí.

Los amigos, la familia. Pero como todo: la vida te va enseñando que el amor no es cuestión de cercanía, de kilómetros, que la amistad no es tener tres mil amigos en Facebook, es otra cosa. Y eso lo vives, lo experimentas. Mi madre estará en el Cielo, supongo, y yo me siento cercano a ella. Vives la amistad en otra dimensión y cuando Dios te da la oportunidad de reencontrarte, te reencuentras. Para mí fue la gran lección del secuestro. A mí, la pregunta más común que me hacían era qué se siente en el último momento. Y yo, no quiero ser fantasma, pero no sientes miedo. Cuando a mí me iban a fusilar, y estaba contra un árbol, lo que sentía era que no tenía tiempo. Si yo te tenía que decirte “te quiero”, ya no podía; si me había peleado con mi hermano pequeño por la tierra de una viña, ya no podía; se acabó Viana, se acabó la Estafeta… Con 45 años, se acabó. Cuando revives, porque yo reviví, y te dan otra oportunidad, llegas a ser una persona privilegiada, porque retomas todo: el amigo es más amigo; el vino, más vino; el pan, más pan; el café, más café. Yo me tomaba un café en Viana y estaba absolutamente seguro de que el que más estaba disfrutando del café era yo, porque nadie más lo iba a disfrutar tanto. La vida a veces nos hace perder esa dimensión del disfrute de las cosas, del disfrute de los amigos. No tenemos tiempo. Y parece increíble que en el tiempo de la comunicación tengamos tan poco tiempo para los demás. Claro, también necesitas el abrazo cálido, pero yo nunca me he sentido más cercano a mi familia que ahora. Si a mí me dolía algo cuando estaba secuestrado era el dolor que yo sabía que sentían mis hermanas. Cuando estaba jodido, porque tenía fiebre tifoidea y podía tener coma hepático, y bebiendo mierda, y caminando, me entraban ganas de decir: “¡Ya está, me dan un tiro y aquí me quedo!”. Y luego me decía: “¡No seas cabrón, José Luis! Si tu familia cree que estás vivo, tú tienes que estar vivo, y ellos creen que tú vas a estar bien”. A mi hermana Isa le preguntaban: “¿No tienes miedo de que maten a tu hermano, de que lo torturen?”, y ella decía: “Mira, si lo matan, ya no tiene remedio. Pero mi hermano, le hagan lo que le hagan, estará bien”. Y para mí fue un honor ver aquellas cintas grabadas en la que mi familia y mis amigos decían lo que pensaban de mí.

“Cuando me iban a fusilar y estaba contra un árbol, lo que sentía era que no tenía tiempo. Si yo te tenía que decir ‘te quiero’, ya no podía”

No debe ser fácil dejar todo eso atrás y volver aquí. 

Es que yo no he dejado nada. Qué te crees, ¿que tú quieres más a tu familia o la sientes más cercana que yo a la mía? ¿Cuántos matrimonios hay, que vas por Estados Unidos y uno con el walkman, otro con el móvil, y te das cuenta de cuánto tiempo lleva esa pareja junta? Si van de la mano, cuchu-cuchu-cuchu, es que se acaban de conocer, y si no, se sientan a tomar una pizza y no se miran a los ojos. Yo, cuando voy a cenar con mis amigos en Pamplona, no veo a ningún amigo tocarle el culo con cariño a la novia o a la mujer con disimulo, como cuando éramos jóvenes, o mirarla con ternura o sonreír. ¡Están más aburridos! Sólo te hablan del piso, de las vacaciones de la playa, del coche… ¡Y yo adoro a mis amigos! Pero cuando me dicen, “Joe, cura, tú todo el día rezando, aburrido…”. ¡Bueno…! Yo no cambio mi vida por la de ninguno de mis amigos. Que me quiten lo bailao. A lo que voy es a la pasión de la vida, a que cuando te enamoras, se te nota. En las parejas se ve.

Volviendo al secuestro, ¿cómo fue el momento en el que deciden no matarlo y lo liberan? 

Yo no sabía que me liberaban. El 25 me iban a fusilar y el 27, me liberaron.

¿Cómo sabía que lo iban a matar el 25?

Porque a las dos de la mañana me despiertan, me atan a un poste y están todos apuntándome. Y llega un rebelde y dice: “Stop, stop, stop!”. Y empezaron a discutir si me mataban o no.

“Para ellos yo era un escudo humano y sabían que, si me mataban, los iban a machacar”

¿Por qué no sabían que hacer?

Porque para ellos yo era un escudo humano y sabían que, si me mataban, los iban a machacar. Y los otros decían que me tenían que matar para demostrar autoridad moral, porque habían dicho que si el ECOMOG [Economic Community of West African States Monitoring Group, fuerza militar desplegada por la Comunidad Económica de Estados de África Occidental] no paraba la invasión a Freetown, me iban a matar, no les iban a creer si no lo hacían. Y yo estaba tumbado oyendo la conversación. Si el rebelde que vino por detrás se hubiera tropezado y hubiera llegado veinte segundos más tarde, no estaría aquí con vosotros.

¿Dónde lo liberaron?

Me llevaron a Masiaka y yo dije: “Vuelta a empezar”. Pero a lo lejos vi boinas azules, tanques… Y dije: “Estos no son rebeldes”. Y me entregaron al ECOMOG.

Y usted conoció en ese momento a Miguel Gil Moreno, ¿verdad? [Periodista español que fue asesinado en una emboscada en Sierra Leona en el año 2000]

Con Miguel yo hice la primera llamada a mi casa, fue la primera entrevista. Las primeras imágenes que salieron en los informativos me las hicieron los dos que murieron, él y Kurt Schork. Ellos iban corriendo con un coche por Port Loko y de repente dieron un frenazo. Yo andaba con un pantalón blanco, una camiseta por encima atada con una cuerda. Me había duchado e iba andando con una sensación de “de repente no te puedes levantar, de repente estás vivo”… desubicado. Y se baja Miguel Gil y dice:

—¡Hostia! ¡El misionero! ¿Qué haces?

—Pues aquí….

—¡Buah! ¿Has llamado a casa?

—No.

—No te preocupes, que eso lo arreglo yo.

Tenía un teléfono satélite en el coche, lo montó y llamé a Pamplona.

—No me contestan.

—¡¿No tienes más teléfonos?! ¡No me digas! ¡Tienen que estar juntos en algún lado esperando por ti!

—Pues a lo mejor en Viana…

—¡Llama! No te preocupes, ¡tú llama!

Entonces llamé, y me dijo: “Mira, te voy a decir una cosa: Yo vivo de esto, pero no es el precio de la llamada. Me gustaría grabarte. Creo que, para tu familia, no sólo oírte sino verte va a ser un alivio, te lo digo por esto. Pero te juro que a mí la exclusiva en estos casos no me importa”. Un caballero. Le dije:

—No, no me importa que me grabes.

—¿De verdad, José Luis?

—Que no.

Me contestó mi cuñado, se me cortó la voz y a ellos también… (Se emociona). Miguel inmediatamente hizo así (hace el gesto de dejar la cámara en el suelo). Cuando vio que yo me serené y que ya podía hablar sin llorar, volvió a grabar. Al final dijo: “Oye, sabes lo que mi madre reza por vosotros… Siempre le digo que yo no estoy tan loco como los misioneros, que voy siempre con el ejército, y que ellos [los misioneros] son los que están por ahí perdidos”. Fíjate qué frase. Cuando me fui a España, me enteré de que habían emboscado a Gil con el Ejército y que lo habían matado.

“Yo todavía no me explico muchas veces por qué estoy vivo”

¿Cómo fue ese momento para usted?

Pues… Es que te ves en él. Yo todavía no me explico muchas veces por qué estoy vivo. A mí me han hecho la ruleta rusa en la cabeza. ¿Por qué estoy vivo? La bala sale cuando Dios quiere. Depende un poco de ti, de mantenerte… ¿Porque hayan jugado a la ruleta rusa en tu cabeza tienes que estar loco para siempre? Si no ha salido la bala, es porque a lo mejor Dios quería que siguieses viviendo. ¿Por qué no vas a seguir? ¿Vas a seguir siempre pensando en la ruleta rusa? ¿O en los pies que viste cortar? A lo mejor tu trabajo es intentar que eso no vuelva a suceder.

“Yo digo que Dios me debe una explicación, y sé que me la dará”

Entonces, ¿Dios no quería que Miguel siguiera viviendo?

No, yo no… Desde mi fe considero que estamos de paso. Sé que puede sonar un poco egoísta pero, a mí, todo lo que me ha jodido la vida –que también la he disfrutado- viendo que se me mueren los niños cagando sangre y gusanos… Si la vida es eso, nada más, qué triste. Por justicia, por Dios, por el destino o por el universo tiene que haber un lugar donde esté mi niño, el que ha muerto cagando gusanos, por el hecho de que, por la lotería de la vida, le ha tocado nacer aquí. No hay derecho. Y mi sobrinito… ¿por qué? ¿Por qué tú sí y él no? ¿Por qué Viviane, mi cocinera, no sabe leer ni escribir y tú estás entrevistándome? ¿Por qué? ¿Y esto se acaba porque uno haya nacido en Sierra Leona y otro en España? A mí, cuando me dicen: “¿Lo que has visto no te quita la fe?”. Yo digo que a mí Dios me debe una explicación, y sé que me la dará. La gente buena no se acaba. Nosotros, cuando rezamos, decimos que la vida de los buenos no se acaba, se transforma. A veces confundimos y decimos que los cristianos creemos en la vida futura. Mentira. Creemos en la vida eterna. Si tú vas a la filosofía pura, futuro y eterno son dos términos totalmente distintos: el futuro es algo que no ha comenzado y vendrá, y eterno es algo que ha comenzado y no tiene fin. Y es lo que dice Jesús siempre: la vida y el reino están entre vosotros. Va a haber una transformación, y todos los momentos de ternura, de simpatía, de cariño y cuando tú te sientes rico, eso es la vida eterna. ¡Pero ya la vives! Ya la estás viviendo aquí. Entonces, yo sé que lo que disfruto y lo que vivo: quitando el dolor y la tristeza, eso es la vida eterna. Y la ventaja para mí frente al que no ha creído o al que sufre más de amarguras o de increencias es que yo he vivido más vida eterna que él, primero aquí y luego allá, y él tiene que esperar algo, porque no lo entiende… Si tú estás enamorado y le pegas un beso a tu pareja, eso es la vida eterna. Y lo dice un cura. Dios es amor. Es la mejor definición que se ha dado de Dios y ninguna corriente filosófica se ha atrevido a darla, sólo San Juan. ¿Por qué? Porque según la filosofía románica, o la griega, se creía que sólo daba el que necesitaba algo, hasta que llega Juan y dice: “Amar es amor desinteresado”.

“No he cambiado las estadísticas, pero te puedo enseñar sonrisas de niños”

¿Es fácil explicar todo esto a gente que ha sufrido tanto, como la gente de aquí?

Nuestra misión es, primero, darles un valor como personas, un mínimo de cultura, y después, que sean autónomos. Y no dejarles engañar. Nosotros, los misioneros, somos testigos válidos. Si tú quieres liberar a un pueblo, edúcalo. Si lo educas, no lo engañas. Tú no puedes explicar Teología a esta gente, pero puedes oler a oveja: puedes jugar con los niños, correr… Si lees las estadísticas de Unicef, el peor país para nacer es Sierra Leona. Yo no he cambiado las estadísticas, pero te puedo enseñar sonrisas de niños, puedes ver a una muchachita que se estaba muriendo por sepsis y le estoy curando la teta desde hace un mes y puedes verla sonreír ahora. Y se moría. Yo no cambio África, pero esa mujer va a poder amamantar a su hijo. Son pedazos que fíjate lo que pueden hacer. Yo no soy el Mesías, sólo hago lo que puedo.

 

Los niños de Kamabai conocen a José Luis Garayoa como ‘grandpa’ [‘abuelo’, en inglés]. / Foto cedida.

Los niños de Kamabai conocen a José Luis Garayoa como ‘grandpa’ [‘abuelo’, en inglés]. / Foto cedida.

*José Luis Garayoa es autor del blog África en el corazón.

 


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