Cualquiera que pasee por París por vez primera, puede sentirlo: se encuentra ante una ciudad única, que se muestra ante el visitante como un enorme escenario teatral de infinita hermosura. Todo parece dispuesto a una escala monumental, para impresionar. Pues bien, toda esa belleza estuvo a punto de venirse abajo a finales de agosto de 1944, cuando los Aliados estaban a punto de liberar la capital francesa. Para esa época, estaba claro que Alemania había perdido la guerra y la Wehrmacht solo podía pelear para retrasar lo inevitable. En el frente Occidental, americanos y británicos ya habían liberado media Francia y estaban a punto de llegar a París, mientras Roma ya había sido conquistada y se avanzaba también, lentamente, hacia el norte de Italia. En el este, el rodillo soviético había penetrado en Polonia y comenzaba a amenazar suelo alemán. Mientras tanto, hacía ya muchos meses que se había desatado sobre Alemania una ofensiva aérea devastadora y sin precedentes. Quizá esta destrucción sistemática de las ciudades germanas estaba en la raíz de la decisión de Hitler de destruir París antes de que llegaran los Aliados.
Diplomacia, está basada en una obra de teatro de Cyril Gely, y esto condiciona el desarrollo de la trama, que transcurre casi en su totalidad en las habitaciones privadas de Von Choltitz, el comandante de las tropas alemanas en París, en una sola noche. Choltitz recibe la visita inesperada de Raoul Nordling, un diplomático sueco que ha intentado mediar en la rendición de la guarnición germana. A la vista del escaso éxito de sus iniciativas, se va a jugar el todo por el todo, visitando al general y tratando de convencerlo de que existe un límite a la obediencia debida de un soldado. En este sentido, la película de Schlöndorff tiene mucho de dilema ético: ¿puede Choltitz desobedecer cuando su propia familia puede ser objeto de represalias si lo hace? El propio director lo expresa muy bien en una entrevista concedida a la revista Dirigido y publicada este mismo mes:
"Lo que despertó mi interés antes de hacer el film fue una frase del cónsul sueco: antes que las órdenes, hay que escuchar nuestra conciencia. Me fascinó poder contar cómo se comporta el ser humano en situaciones extremas."
Porque lo que es cierto, es que hay ocasiones en las que la historia pende de un hilo. Una guerra como la que se desencadenó en 1939, una guerra total, no respeta nada. A las alturas de 1944 importantes ciudades como Coventry, Hamburgo, Varsovia, Rotterdam, Berlin, Londres, habían sido destruidas o sometidas a graves daños, por no hablar de las ciudades soviéticas, sometidas a batallas cruentísimas, como Stalingrado o Leningrado. Que ese hubiera sido el destino de París, nada hubiera tenido de extraño en este contexto. De hecho, todavían estaban por escribirse capítulos del apocalípsis extraordinariamente perversos, como la destrucción de Dresde (la llamada Florencia del Elba) o la primera bomba atómica en Hiroshima. París se salvó en el último momento, pero podría haber ardido, como quería Hitler. El dictador alemán era un admirador de la capital francesa y apreciaba enormemente la arquitectura de edificios como la Ópera. De hecho, visitó la ciudad recién conquistada en 1940, más como amante del arte (si puede ser compatible desencadenar la guerra más destructiva de la historia de la humanidad con el amor al arte) que como caudillo victorioso. De hecho, había estudiado junto a sus arquitectos el urbanismo de París para que fuera el modelo de la nueva Berlín. Cuando la capital alemana comenzó a ser destruida sistemáticamente por las bombas aliadas, ya no le importó que París siguiera el mismo destino, sobre todo cuando aún se hallaba conmocionado por el reciente atentado que estuvo a punto de acabar con su vida.
Es muy posible que las cosas no se desarrollaran tal y como se narran en Diplomacia, no en vano estamos hablando de una obra de ficción histórica. Pero al espectador que se sumerja en Diplomacia, no le importará demasiado, ante la tensión dramática que Schlöndroff imprime a la larga conversación entre estos dos hombres, sostenida por dos actores magníficos, como André Dussollier y Niels Arestrup. Al principio intuimos que Von Choltitz no es más que un canalla, uno de esos hombres que se amparan en el uniforme, en la obediencia debida, para cometer las peores tropelías. Seguramente las cometió en su periodo en el frente ruso y estuvo a punto de convertirse en el hombre que mandó destruir París. Esto hubiera supuesto, además de la pérdida de una de las ciudades más hermosas del mundo, la muerte de cientos de miles de personas y, seguramente, una cadena de represalias contra los alemanes que quizá hubiera impedido la constitución de la Comunidad Económica Europea.
Así pues, Von Choltitz no debe ser considerado un héroe. Más bien fue un hombre sobrepasado por las circunstancias, que al final ponderó que, actuando como Hitler le había ordenado, habría desencadenado una tremenda venganza contra sus tropas, algo que no estaba dispuesto a asumir. Por supuesto, debemos celebrar la decisión que tomó, pero siempre dentro de un contexto determinado. También Stauffenberg, el hombre que atentó contra Hitler, se había entusiasmado en su momento con la invasión de Polonia. Ojalá todos los conflictos pudieran arreglarse a través de una serena conversación nocturna. Los soldados a veces sacan a relucir su componente humano, aunque éste se encuentre prisionero de una durísima coraza.
Revista Cine
Diplomacia (2014), de volker schlöndorff. ¿arderá parís?
Publicado el 28 noviembre 2014 por MiguelmalagaSus últimos artículos
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