Revista Arte
Salas de arte moderno del MET, enero 2010.
¿Works of art? Lo siento, no me lo creo.
Junto a uno de los tiburones de Hirst, las salas de arte moderno del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York exhiben las telas enormes e indescifrables de varios pintores abstractos norteamericanos, consagrados como grandes artistas a mediados del siglo pasado. Muy cerca del tiburón y de un gran rollo de soga pintado de blanco nos espera la involuntaria ironía del cartelito que advierte: “Do Not Touch Works of Art”. El conjunto de grandes manchas irregulares, apresurados grafismos, prolijas formas geométricas o simples capas de color uniforme exponen con grosera petulancia su absoluta falta de sentido. No es posible desconocer que si se las descolgara y se dejaran las paredes desnudas, la sensación de insignificancia y vacío no sería mayor. Semejante evidencia me inspira una reflexión melancólica: los visionarios y profetas de la vanguardia nos hicieron creer que bastaba con prohibir la realidad para alcanzar el codiciado nivel Absoluto del arte, pero cada vez resulta más inocultable que allá donde debería comenzar el ansiado Absoluto sólo comienza el viaje hacia ninguna parte. Lo que queda frente a nosotros, en las patéticas salas de arte moderno del Museo Metropolitano, es más desalentador que las ruinas de una civilización desconocida, con su historia, su lengua y sus creencias definitivamente perdidas, porque en aquellas nobles ruinas adivinamos el testimonio de un remoto florecimiento de la racionalidad, en tanto que estas ruinas pictóricas son el resultado de un colapso de la razón, el crudo testimonio de un error que todos percibimos pero todavía no nos atrevemos a enmendar.
Lo que hace más intensa la sensación de vacío es la fiesta del sentido, la racionalidad y el virtuosismo que nos aguarda a pocos metros de allí, desplegada con todo el esplendor y la magnificencia de Van Eyck, Rembrandt, Vermeer, David, Fragonard, Fantin Latour, Sargent, Degas, Renoir y otros centenares de maestros que instalaron su arte en un eterno presente. En ese sector no hace falta el cartelito aclaratorio: todos sabemos que sus deslumbrantes pinturas son works of art.
¿Works of art? Permítanme que insista: no me lo creo.