Hace unos años entré en la Universidad y viendo en perspectiva puedo reflexionar sobre algunos de los asuntos que atañen a ésta. Dejemos de lado la falsa imagen ideal con que, durante años y años, la sociedad iba dibujando este destino como el mejor de los posibles para el empleo. Sí es cierto que la vida universitaria, con todo lo que conlleva, es positiva, pero hay importantes problemas y uno de ellos es el que lleva atormentándome durante todos estos años. Es algo recurrente y que, a primera vista, no parece tener ninguna solución.
Me refiero a la figura del profesorado universitario. A los profesores y profesoras que imparten sus clases, unas repletas de alumnos, otras escasamente pobladas. El motivo de esto no es que los alumnos sean unos vividores hedonistas que no aprecien la gran inversión que se hace para cursar unos estudios. El verdadero motivo es que la mayoría de los docentes que imparten clases no son docentes, o lo soy en muy bajo grado. Y también forma parte de este hecho la escasa seriedad de algunos de estos docentes y el poco control que existe en la Universidad respecto a su tarea.
¿Qué es ser docente?
Los profesores universitarios, por regla general, son investigadores en su disciplina y su trabajo conlleva, además de la docencia, la investigación. El problema ocurre cuando la parte docente del profesorado queda desdeñada y olvidada. Este es el hecho al que estamos acostumbrados los alumnos, a un ambiente universitario de impersonalidad y de irrealidad. La tónica general son los profesores que, a veces ni siquiera se presentan, y llevan a cabo sus pertinaces clases magistrales como si la sala estuviera vacía. Y esto no es todo. Aún es peor el hecho, que ocurre muy a menudo, de que los profesores ignoren deliberadamente las guías docentes y los temarios oficiales. Esta situación provoca gran indignación entre el alumnado que toma de forma seria su formación y asiste a auténticas aberraciones. Cuando los alumnos pagamos una asignatura por la cantidad de créditos que tiene estamos pagando, al fin y al cabo, un producto que consumimos. El problema es que este producto puede resultar deforme, incompleto, o simplemente, diferente del que parecías haber comprado. En la gran mayoría de los casos los temarios no se acaban, y en mis estudios de Historia, es lo habitual. ¿Qué pasaría si un médico no diera una asignatura de anatomía porque el profesor no tiene ni idea de la misma o prefiere contar a sus alumnos otros asuntos, tan elevados para él? Seguramente se armaría un revuelo, pero en Historia esto no ocurre. Lo que ocurre es que esta situación se puede dar perfectamente pero nadie mueve un alfiler para cambiarla. Como nosotros no podemos matar a nadie si no se nos da todo el temario me recuerda siempre una compañera…
Ser docente no es nada de esto. Y tampoco es ejemplo de gran docencia la poca coordinación que tiene el título universitario en cuestión. La Universidad parece algo tan escasamente humano en algunos aspectos que el diálogo y la coordinación entre los profesores de un mismo título, o al menos, de un mismo departamento, es inexistente o infructuoso. Se puede obtener este título de Licenciatura sin saber absolutamente nada de Lutero o de la romanización de la Península Ibérica, pero no pasará nada. Si de verdad la Universidad se tomara un poco en serio la docencia hacia sus alumnos estas cosas no ocurrirían. Si esto ocurriera no habría profesores funcionarios que aplican su libertad de cátedra de una forma dictatorial, habría un equilibrio en los temarios entre los temas que gustan al profesor y los que no, habría verdaderos debates en clase, sería todo algo más humano.
Son muchos los aspectos a mejorar, y es necesario que esto se haga. El conocimiento parece que va a ser en las próximas décadas determinante para configurar nuestro maltrecho país y es urgente situarlo como una prioridad. Ha de acabar el absoluto descontrol del funcionariado docente, tienen que acabarse las reformas universitarias sin debate y cada tantos años, tiene que mejorarse en la investigación, pero también en la docencia, y hay que profundizar en la innovación, diezmada y burlada.
A veces es necesario descargar un poco de ira contenida, o mejor dicho, de decepción, aunque mi humilde contribución no sirva para nada. Quizás algún día retome los avatares de esta histórica institución; mientras seguiremos estudiando.