Sam Raimi es un realizador versado en el arte de contar historias que traspasan la línea de la realidad. Dejando a un lado esa pequeña joya de “Un plan sencillo” y la nada desdeñable “Entre el amor y el juego”, el resto de su filmografía está plagada de proyectos enmarcados en la ciencia ficción, el terror y la explosión visual extravagante. Parece evidente que se siente cómodo llevando las cosas hasta extremos a menudo incomprensibles. A raíz de rodar títulos como “Posesión infernal”, “Terroríficamente muertos” o “El ejército de las tinieblas”, se labró una fama de director alocado y desvergonzado. Habitual ganador de premios en el Festival de Sitges, inició en el año 2002 una trayectoria por el mundo de los superhéroes de la factoría Marvel. Filmó las tres películas de “Spiderman” protagonizadas por Tobey Maguire y el enorme éxito de su trilogía impulsó definitivamente una modalidad de cintas que, con el paso del tiempo, han monopolizado las salas de proyección.
Ahora vuelve a ponerse detrás de la cámara para dirigir otro trabajo para “Marvel Studios”, en concreto “Doctor Strange en el multiverso de la locura”. Junto a sus múltiples apariciones en otros filmes de esta factoría (“Vengadores”, “Spider-Man: No Way Home”, “Thor: Ragnarok”), el personaje del Doctor Strange había gozado de un proyecto propio y exclusivo en 2016, con varias aportaciones destacadas y alguna que otra deficiencia. En cualquier caso, lo visioné en un momento en el que acusaba ya la saturación de este tipo de propuestas, máxime tras la discutible estrategia de invadir las carteleras con infinidad de personajes de cómic, si bien reconozco que en visionados posteriores me ha ido convenciendo más.
Lo cierto es que en esta segunda entrega la trama evoluciona e, incluso, mejora visualmente. Evidentemente, se trata de una propuesta apta tan solo para aficionados al cine de superhéroes y que cuenten asimismo con una mente abierta para encajar las excentricidades de estas creaciones que rechazan los límites de lo posible. De ser así, aquí encontrarán una explosión óptica atrayente y una ajustada combinación de sarcasmo y acción. Además, no sigue por fortuna esa actual tendencia de alargar de forma desproporcionada el metraje, ya que apenas supera las dos horas de duración.
El Doctor Strange debe poner a prueba las fronteras de sus poderes y, para ello, explorará todo el potencial de sus capacidades. Después de haber malogrado un hechizo, recurre a una vieja amiga, Wanda Maximoff, para enmendar su error y sondear como nunca los oscuros rincones del multiverso, donde tendrá que contar con nuevos y viejos aliados si quiere sobrevivir a las peligrosas situaciones alternativas del universo y enfrentarse a un diferente y misterioso enemigo.
No cabe pararse a pensar en qué se está viendo. Basta con dejarse arrastrar para adentrarse en esta sinfonía inclasificable, pero divertida e incluso puntalmente emotiva. Y, pese a algún tramo intermedio donde el nivel se ralentiza, el tramo final apabulla. Sin duda, reconozco plenamente a Sam Raimi y le imagino disfrutando a lo grande. También me gusta mucho la partitura de Danny Elfman, compositor que ha acompañado al cineasta en bastantes proyectos.
Dentro del apartado interpretativo, Benedict Cumberbatch repite protagonismo. Magnífico actor que ha deslumbrado en “The Imitation Game (Descifrando Enigma)”, “Agosto” o “El poder del perro”, su talento no admite discusión. Siempre saca adelante sus personajes con soltura, sin desentonar en ningún género, y constituye una garantía para cualquier rodaje. Le acompaña Elizabeth Olsen en la séptima vez que representa el papel de Wanda (si sumamos la serie de televisión y las apariciones en la gran pantalla). Completan el reparto Chiwetel Ejiofor (“12 años de esclavitud”, “Love Actually”) y Rachel McAdams (“Spotlight”, “El diario de Noa”).