Revista Cultura y Ocio

Doctor Zhivago, Borís Pasternak

Publicado el 05 septiembre 2010 por Unlibroabierto

Doctor Zhivago, Borís Pasternak

Entre el reconocimiento y el ostracismo. Así transcurrió la vida y la carrera literaria de Borís Leonídovich Pasternak (1890 – 1960), pues, este autor, tuvo que sobrellevar el hecho de que su obra fuese tan reconocida por el establishment cultural de occidente como que fuese primero ignorada y, posteriormente, censurada en su propio país.
La culminación de esta dicotómica situación se produjo cuando, en 1958, tras la publicación en Italia de Doctor Zhivago -su primera y única novela-, se le concedió el nobel de literatura. Tal fue la polémica suscitada en la Unión Soviética por dicho premio, que la presión ejercida por las instituciones obligó a Pasternak a escribir una carta en la cual rechazaba tal honor. Pero la presión y la persecución política no terminaron ahí, ya que, durante el transcurso de ese mismo año, Pasternak fue expulsado de la Unión de escritores soviéticos –puesto que no se le restituyó hasta muchos años después de su muerte- y no dejó de ser asediado por las instituciones soviéticas hasta que, en 1960, falleciera.
Una vez más, y como ya sucediera en una infinidad de casos, un libro, en este caso una simple novela, es el origen de una tragedia personal y de una historia de asedio y persecución. Pero ¿es Doctor Zhivago una novela con un carácter tan anti-soviético? ¿Fue Pasternak un autor tan crítico? Lo cierto es que Doctor Zhivago no es Archipiélago Gulag y Pasternak, sin llegar a ser un Gorki, no es Solzhenitsyn o Shalámov.
Mas, algo debe haber, algo debe tener esta novela que no llegó a gustar a las altas esferas soviéticas y que, a ojos de los grandes dirigentes, hiciera merecedores, a obra y autor, de todo el desprecio que el amplio órgano burocrático soviético pudiera ejercer.
 

 

Doctor Zhivago es una novela clásica, casi una Bildungsroman, que narra la vida de Yuri Andréievich Zhivago. Una vida que transcurre entre los primeros años del siglo veinte y que, por tanto, se ve sacudida por la Primera Guerra Mundial, la Revolución de octubre y el posterior gobierno bolchevique.
Pasternak se sirve de dichos acontecimientos históricos para llegar, partiendo de lo particular de la existencia individual, a lo más puro y universal de su esencia. Doctor Zhivago es, por tanto, el tránsito de la vivencia individual a la narración histórica, de lo ínfimo a lo sublime. Y el punto de partida de esta representación es el bosquejo que el autor realiza de una Rusia que se encuentra siempre situada en un cruce de caminos. Una Rusia en la que lo más destacado de su ser es su naturaleza dialéctica y violenta. La Rusia de Pasternak es insegura y eventual, es una Rusia en la que los campos y la estepa dan paso a las aldeas y las ciudades, es la Rusia en la que el tren vuela y el carro desemboca. Es la Rusia veloz y revolucionaria, pero también la Rusia inmóvil y zarista.
Y en esta Rusia ambivalente aparecen dos personajes –dentro de la novela aparecen más, muchísimos más, pero los realmente importantes, a mi parecer, son estos dos-, dos caracteres que sufren, sobre sus espaldas individuales, el peso de la historia. Dos caracteres que ejemplifican todo el abismo de la naturaleza humana. Estos dos caracteres, estos dos personajes, son Yuri Andréievich Zhivago y Larisa Antípova.

 

¿Quién es Yuri Andréievich Zhivago? El protagonista de Doctor Zhivago, es un hombre con tres nombres. Tres nombres que designan a tres hombres diferentes:
Yuri es el nombre del hombre, del individuo que, vapuleado por los acontecimientos, siente que el mundo tenía que encontrar un orden nuevo, y que los dolores íntimos eran ridículos.
Andréievich es el patronímico, el nombre del padre -de su herencia-, el de su pasado y el de su destino. Es el nombre de aquel que siente que la época no tiene en cuenta lo que es y le impone lo que ella quiere.
Zhivago es el nombre del médico: Doctor Zhivago. Pero también el del poeta.
Yuri Andréievich Zhivago. Tres nombres. Una persona. Un personaje. Un hombre que, como lo define Komarovksi –uno de los personajes de la novela-, es un siervo con dos amos. Un individuo subyugado bajo la tensión de los opuestos.
Como la Rusia de Pasternak, Yuri se encuentra desgajado, partido por la mitad -entre dos mujeres, dos tiempos y dos mundos-. Yuri no se atreve a dar el paso, no se atreve a decidir ni a luchar. Y no se atreve porque Yuri Zhivago es, también, Yuri Andréievich, el hijo de un banquero y, por tanto, hijo de la clase burguesa –un padre y una clase burguesa que, resignándose a abandonar el nuevo mundo en ciernes, se han suicidado-. Y esta incapacidad de escapar a la indecisión, es el gran pecado, la gran maldición y el origen de todo el sufrimiento de Yuri.
El indeciso Zhivago hace frente a tres tipos de disyuntivas:
Para Yuri: La imposibilidad de escoger entre Tonia –su amiga de toda la vida, su mujer, la madre de sus hijos y aquella que, según palabras de la propia Tonia, vino al mundo para simplificar la vida y buscar el justo camino- y Larisa –la desconocida, el símbolo de la concupiscencia, el amor apasionado y, según Tonia, aquella que vino al mundo para complicarse la vida y apartarse del camino recto-.
Para Andréievich: Ser fruto de un árbol con unas raíces ya caducas. Arrastrar un pasado, que nada significa para el propio Yuri, pero que, a ojos del nuevo tiempo, le hacen merecedor del mayor de los desprecios. Andréievich es un desheredado, casi un huérfano, al cual, todo el mundo le recuerda los crímenes cometidos por sus antepasados, por su clase. Y Andréievich es incapaz de renegar totalmente de este pasado como también es incapaz de aceptarlo y afrontarlo, porque no acepta que, como dice Strélnikov –quizá el personaje más interesante, atrevido y poderoso de toda la obra-: Nada de esto es para usted. No podría comprenderlo. Usted se ha educado en otro mundo.
Para Zhivago: La disyuntiva se le aparece entre la medicina y la poesía; el ser productivo frente al ser ocioso. Y esta es, quizá, la única disyuntiva a la que, el hombre que hay tras estos tres nombres, encuentra solución, pues descubre que nunca en su vida dejó de hacer algo, había estado ocupado constantemente, trabajando en su casa, curando, pensando, estudiando, produciendo y que debía dejarlo todo, dejar de cansarse, de pensar, y abandonar por un rato todo esto a la naturaleza, convertirse uno mismo en una cosa, un designio, una obra entre sus manos clementes.
Y es así como, de todos estos hombres, sólo Zhivago, el doctor y el poeta, encuentra su lugar en este nuevo mundo y, de algún modo, llega a ser ligeramente feliz. Mientras que Yuri y Andréievich siguen siendo esclavos de su indecisión.
Bajo el carácter particular que representa el personaje de Yuri Andréievich Zhivago, Pasternak da muestras de aquello que de más puro y esencial tiene la Rusia de principios de siglo: una país convaleciente y desahuciado que ve correr por sus venas un torrente de sangre blanca y roja que, lejos de reconfortarle, le debilita hasta la extenuación.

 

Pero existe otra Rusia, la Rusia roja de Strélnikov, pero, ante todo, la Rusia decidida que, sin color ni bandera ni historia, lucha osadamente y se crea a sí misma. La Rusia, en fin, representada por el personaje de Larisa Antípova.
Larisa comparte con Yuri Andréievich el hecho de ser una desheredada –en su caso, Larisa forma parte de una familia acomodada que ve como todas sus riquezas y lujos desaparecen al arruinarse- y el enfrentarse ante la situación de tener que elegir entre tres hombres –Yuri Andréievich, Strélnikov y Víktor Komarovski-. Pero, pese a que el punto de partida de ambos personajes sea semejante, la evolución de cada uno –y lo que el autor pretende representar con cada uno- es totalmente diferente. Si, como ya se ha comentado, Yuri es el reflejo de una Rusia timorata y debilitada, Larisa representa aquella Rusia que, desamparada y sin saber qué pensar ni a quién escuchar, aprende a caminar sola y hallar su sitio en el mundo.
Larisa que, como Rusia, tiene un pasado burgués, crece y arraiga en el mundo de la periferia, el mundo del ferrocarril y de las barriadas obreras. Y al crecer, se rebela frente a este mundo de miseria y desprecio – este proceso, del desprecio a la revolución, se muestra en la relación desigual que mantiene la propia Larisa con el abogado Komarovski y que acabará con el intento de asesinato del abogado a manos de la propia Larisa-. Mas, la revolución que se dibuja bajo la sombra del personaje de Larisa, no es, ni mucho menos, un éxito ni, tampoco, llega a ser todo lo que debería haber sido. Es más, el tiempo de la revolución, que debería ser el tiempo de la liberación, es un tiempo que vuelve a exigir sacrificios a todos y cada uno de los individuos. Los sacrificios de Larisa, al ser ella un personaje preponderante y altamente beligerante, serán, por tanto, los mayores de todos: Larisa sacrifica toda una vida –y no solamente la suya- por un fin que no llega, pues todavía no se ha hecho justicia alguna. Entonces, al percatarse de dicha situación exclama: No me ha quedado ninguno. Uno ha muerto y el otro se ha matado. Sólo vive aquel a quien era necesario matar. Es, en ese preciso momento, en el cual se hace evidente la insensatez de este nuevo tiempo, cuando la identificación entre Larisa Antípovich y la Rusia resuelta y sin ninguna atadura ideológica alcanza su punto álgido, pues –como, acertadamente, dice Strélnikov- todo el sentido de la época, sus lágrimas y sus ofensas, sus impulsos, su sed de venganza acumulada por el tiempo y su orgullo estaban escritos en su rostro y en su actitud, en esa mezcla suya de timidez pueril y de gracia temeraria. La acusación del mundo podía hacerse en nombre de ella, con sus labios.
Y esta acusación, hecha desde un presente en contra de un pasado y de un futuro, surge de los propios individuos que todo lo han sacrificado en pos del nuevo tiempo. Es, por tanto, una acusación hecha desde una singularidad liberada, desde un particular, pero que se extiende a todo el espectro de una época, pues bajo el sinsentido del sufrimiento de Larisa yace el sufrimiento de todos, desde el del mayor de los revolucionarios –Strélnikov- hasta el del mayor de los inadaptados –Yuri Andréievich-.
Luego, pese a que el protagonista de la novela sea Yuri Andréievich, no cabe lugar a dudas que el eje de la novela, su epicentro, es el personaje de Larisa Antípovich. Es más, Larisa no es sólo el núcleo de todo Doctor Zhivago, es también el mayor logro del autor y, a su vez, el porqué esta novela fue tan perseguida y vilipendiada.

 

Pero, no sólo el contenido de la novela y sus personajes hacen de ésta una obra “peligrosa”, pues incluso la forma que adopta Doctor Zhivago transgrede y ataca los principios del intocable Realismo social, ya que, pese a representar verídica e históricamente una realidad concreta, la novela, obvia deliberadamente el deber de “educación y transformación ideológica”. Pasternak se niega rotundamente a aceptar la vejación y el maltrato al cual es sometido el arte bajo las exigencias del realismo social. Pues considera que un arte sometido a dichas exigencias deja de ser un fin para ser un medio, deja de ser un elemento sublime y divino para ser un instrumento ideológico transitorio.
Pero no todo es pesimismo y crítica en Doctor Zhivago, pues Pasternak abre la posibilidad de una nueva, y esta vez, realmente nueva, Rusia –representada por la hija de Yuri Andréievich y Larisa Antípova; símbolo de alianza y concordia- que consiga enmendar los errores del pasado y, a su vez, escapar del tiempo de la mentira, y del dominio de la frase, primero monárquica y luego revolucionaria.

 

Más allá de todos los elementos ideológicos de la obra, Doctor Zhivago es un relato con una gran carga emocional, profundamente nostálgico y contenido, que gracias a un desarrollo lento y gradual muestra la belleza de todos y cada uno de los paisajes que conforman su mundo, la exactitud todas las palabras que esculpen esos inmensos paisajes y la solidez de todos los personajes que viven y perviven en la obra y en el recuerdo del lector. Es, finalmente, parafraseando a Pasternak, un insensato –brillante y hermoso, añadiría yo- intento de encerrar el tiempo en las palabras, y como tal debe ser leída: como un canto elegíaco al valor de aquello que tiene de particular una vida y que, por nada del mundo, debe ser sepultado bajo ninguna tiranía ideológica.

 


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