La programación del festival más amplio en el género documental que se celebra en Noruega, incluye casi 50 películas de las cuales la mayor parte están enfocadas en el terreno de los derechos humanos, muchas de ellas centradas en conflictos aún sin resolver como el palestino-israelí o la guerra civil en Siria. Uno de los elementos interesantes del festival, que lleva ya 17 años en funcionamiento, es que incluye numerosas actividades paralelas a las propias proyecciones cinematográficas, como encuentros con los invitados, clases maestras o debates que en la mayor parte son gratuitas, lo que es una manera interesante de conectar al público con los creadores, no solamente a través de las representación en la pantalla o las habituales Q & A que suelen realizarse en casi todos los festivales después de las proyecciones más destacadas. La programación, quizás por estar centrada en la temática de Derechos Humanos, no termina de ser lo suficientemente atractiva desde el punto de vista de la amplitud de temáticas que toca el género documental, pero al menos ofrece un ramillete adecuado de representaciones más o menos acertadas de lo que se produce cada año. El festival se inauguró con un ejemplo claro de lo que su filosofía principal nos presenta. Máxima (Claudia Sparrow, 2019) es un largometraje entrado en la historia de la lucha entre David y Goliath, o lo que es lo mismo, entre una campesina peruana y una multinacional de explotación minera que pretende expandirse echando a la protagonista de sus propias tierras. Ganadora del Premio del Público en el prestigioso Hot Docs Festival que se celebra en Toronto, esta producción norteamericana no termina de encontrar la narrativa adecuada para contarnos esta historia que sin duda resulta impactante pero que acaba sepultada en una cierta laxitud que al final le pasa factura, y lo que pretende mantener cierto grado de suspense acaba resultando en una desganada retahíla de vericuetos legales que no termina de lograr una necesaria identificación con el personaje principal. Por otro lado, la propia personalidad de la protagonista y algunas dudas sobre la credibilidad de sus propuestas, tampoco juegan a favor de un relato que debería haber reflexionado de una manera algo más amplia en torno a las violaciones de derechos humanos que cometen las grandes corporaciones, amparadas en muchas ocasiones por la complicidad o en algunos casos la inactividad de las autoridades. Es una lástima, porque podía haber sido un documental que, bien narrado, podría haber dado lugar a interesantes propuestas visuales. Pero sin duda la gran estrella de la programación es la producción siria For Sama (Waad Al-Kateab, Edward Watts, 2019), documental nominado al Oscar que ha recibido numerosos premios internacionales, entre ellos el BAFTA y el Premio del Público en IDFA, Amsterdam. Esta historia narra con crudeza (algunas imágenes no son aptas para espectadores sensibles) la resistencia de la ciudad de Aleppo durante los ataques indiscriminados de la aviación rusa, aliada del régimen criminal de Bashar Al Assad, que en muchos casos tenían como objetivo hospitales. En uno de ellos trabajan los protagonistas de la historia, ella una periodista que decide grabar con una cámara lo que está ocurriendo para documentar así una tragedia que en su momento se negaba, y él un médico que trata de salvar la vida de los cientos de heridos que llegan cada día a las instalaciones. Hasta ahí, todo correcto. La reflexión surge en torno a la decisión de la cineasta-protagonista de centrarse casi exclusivamente en el horror sangriento de los niños heridos, arma arrojadiza constante en este tipo de conflictos. Una vez decidida a contar el asedio que sufre Aleppo, la directora se convierte en una especie de depredadora que va siguiendo rastros de sangre por todo el hospital para filmar los mayores horrores que pueda encontrar. Pero esta sed de sangre acaba por hacer menos efectivas otros recursos narrativos que, para mí, resultan mucho más impactantes y efectivos como reflejo de la sinrazón de la guerra: esa camaradería que se establece entre los supervivientes, o esa conmovedora y al mismo tiempo dramática secuencia en la que los padres tratan de esconderse de los soldados del régimen mientras cantan una nana a su bebé, que está a punto de llorar. Son estas escenas las que muestran con mayor contundencia la tensión que viven los protagonistas, sin necesidad de utilizar a bebés muertos en pantalla para impactar al espectador. En este sentido, For Sama, con todos sus premios y expectación, es un documental manipulador y en cierto modo pornográfico que entierra sus posibles aciertos con decisiones creativas más que discutibles. En este sentido, otras propuestas como The cave (Feras Fayyad, 2019) o Last men in Aleppo (Feras Ayyad, Steen Johannessen, 2017) nos resultan más honestos y contundentes en su mensaje. Falta, eso sí, un documental que realmente analice en profundidad un conflicto como el de Siria, del que las organizaciones pro Derechos Humanos han denunciado violaciones tanto por uno como por otro bando. Como decíamos, uno de los elementos más interesantes del festival Human es la celebración de encuentros y debates. Entre ellos pudimos asistir al que se celebró tras la proyección del cortometraje All monsters are human (Hugh Davies, Helen Spooner, 2019), en torno a la campaña de persecución contra la comunidad LGBT que tuvo lugar en la capital de Azerbaiyán, la ciudad de Bakú, en septiembre de 2017, cuando centenares de "sospechosos" de ser gays o transgéneros fueron detenidos, llevados a comisaría y en algunos casos torturados e incluso violados, bajo la callada supervisión del gobierno azerbaiyán. Esta realidad, que muchos han denominado como la "crisis invisible" de la comunidad LGBT en Europa, ha situado a Azerbaiyán como el país europeo donde tienen lugar las mayores violaciones de derechos humanos en contra de la comunidad LGBT. Curiosamente, las víctimas de esta persecución que pudieron hacerlo, huyeron a Turquía, que es el segundo país europeo donde se cometen las mayores violaciones de derechos humanos contra la comunidad LGBT.
Un momento del debate con activistas LGBT de Azerbaiyán en el Human International Documentary Film Festival.
Cuatro de estas víctimas son las protagonistas del cortometraje documental, una propuesta periodística que funciona como relato personal de lo sucedido, aunque desde el punto de vista cinematográfico no tenga mayor interés. El debate posterior con representantes de la comunidad LGBT del país retratado, que han convertido su vivencia personal en una especie de bandera de la libertad, valientes en su capacidad de alzar la voz contra un gobierno que aunque oficialmente tolera la homosexualidad (derogó la ley que criminalizaba las conductas homosexuales que estuvieron vigentes durante el tiempo que el país perteneció a la Unión Soviética, antes de su independencia en 1991), no actúa de forma clara contra los ataques violentos. De hecho, Azerbaiyán derogó la ley que prohibía las prácticas homosexuales solo como condición para que pudiera entrar en el Consejo de Europa, del que es miembro desde 2001. Pero incluso tras las denuncias contra la campaña de acoso que sufrió la comunidad LGBT en 2017, aún pendientes de resolución por parte del Consejo de Europa, la decisión será solo "informativa", y no tendrá ningún tipo de influencia en la condena de los posibles responsables de esa campaña. El activismo LGBT en Azerbiyán vivió una época de inflexión tras el suicidio de Isa Shahmarli, fundadora de la asociación AZAD LGBT, que se colgó en 2014 con una bandera del arco iris y culpó a la sociedad de su país de su muerte.
Algo parecido ocurre en otras regiones del entorno ex-soviético. El documental Welcome to Chehnya (David France, 2020), que acaba de ganar el Premio del Público en la Sección Panorama del Festival de Berlín, muestra la dura realidad de la lucha de activistas LGBTI por los derechos de la comunidad homosexual. Las imágenes preexistentes, que muestran grabaciones realizadas con móviles o por cámaras de vigilancia, muestran la realidad cruel de un país en el que la homosexualidad está perseguida por el gobierno (aquí sí literalmente con campañas de persecución que luego son negadas por los responsables). Y en el que, como ocurre en Azerbaiyán, la policía no es sinónimo de protección, sino todo lo contrario.
Presentada en el Festival de Sundance y ahora ganadora del Premio del Público en la Berlinale, Welcome to Chechnya es una producción de HBO que se estrenará el próximo mes de junio. Y sin duda es uno de esos documentales que deberíamos ver todos.
Welcome to Chechnya denuncia la pasividad frente a la persecución anti-LGBTI en países como Chechenia.
Plataformas digitales
Está por ver si el cambio en la mentalidad de esta sociedad será también un bastión para la lucha por los derechos de la comunidad LGBT. De esto precisamente habla la serie documental Visible: Out on television (Apple TV+, 2020), una interesante propuesta de cinco episodios que nos presenta la evolución de la visibilización de la comunidad LGBTI en la televisión norteamericana, desde la "invisibilidad" de los años sesenta hasta la "normalización" de la presencia homosexual en las series televisivas que se producen en la actualidad. Como documental, Visible: Out on television muestra la trayectoria de esta evolución de forma acertada, pero quizás le falta algo de reflexión en torno a la visibilidad real de esta comunidad, y si ésta es realmente representada en toda su complejidad. La presencia de nombres destacados de esta evolución, como Ellen DeGeneres, Oprah Winfrey, Wilson Cruz o Billy Crystal ofrece una amplia muestra de la misma, pero la serie resulta más discursiva que realmente efectiva, y no aporta nuevos planteamientos ni reflexiones que pudieran haber sido más interesantes que la simple concatenación de hechos sucedidos en el pasado reciente. En todo caso, es una muestra a añadirse al interés generalizado por la nueva normalización de la comunidad LGBTI, en momentos en los que parece que sufrimos una cierta involución del respeto y la aceptación.Por su parte, la plataforma online MUBI, dedicada al cine independiente y clásico, dedica estas semanas un ciclo titulado "Directamente desde la Berlinale", aprovechando la celebración del Festival de Cine de Berlín. En esta muestra podemos ver películas de ficción y documentales inéditos en las pantallas que formaron parte de la programación de la Berlinale el año pasado. Algunos son documentales interesantes como Olanda (Bernd Schoch, 2019), una larga mirada de dos horas y media a la temporada de recolección de setas en las montañas de los Cárpatos en Rumanía. Durante su metraje, el director alemán nos introduce en la vida de los recolectores rumanos que se ganan el pan con la recogida de setas en mitad de la noche o en medio de la lluvia. Se trata de un universo particular, nada complaciente, en el que las duras jornadas laborales (algunas de ellas con resultados escasos) se dan la mano con reflexiones más o menos profundas sobre las dificultades económicas y las fluctuaciones del mercado en el sector. Es un micromundo en medio de un macromundo que al final influye en las vidas más miserables para hacerlas aún más miserables.
El director nos introduce el título de la película cuando ya hemos compartido con los personajes una hora y media de metraje, acompañado por la única presencia musical, una composición del artista experimental inglés Peter Kember, sonoridades psicodélicas que nos introducen en la oscuridad que rodea al crecimiento de las setas. Es quizás la parte más interesante del documental, esa condición de reflejo etnográfico de unas vidas sacrificadas para sacrificar el crecimiento de la propia naturaleza.
Otro de los documentales que ha presentado esta semana MUBI en su ciclo "Directamente desde la Berlinale" es la producción italiana Selfie (Agostino Ferrente, 2019), nominado a los European Film Awards y a los David di Donatello como Mejor Documental. Tras la noticia del fallecimiento de un adolescente de un barrio marginal de Nápoles a manos de la policía, el director Agostino Ferrante decidió filmar la vida en ese barrio, pero a través de las vivencias personales de sus protagonistas. Así que dio móviles a dos jóvenes amigos que también conocían al fallecido para que se filmaran ellos mismos en su vida diaria. Esta mezcla de formatos y de grabaciones a manos de los inexpertos "cineastas" otorga al documental una sensación de honestidad y de realidad que posiblemente no se hubiera conseguido de otra forma. El director ya había realizado una interesante incursión en el universo de la adolescencia en Nápoles con su documental anterior, Le cose belle (Agostino Ferrente, Giovanni Piperno, 2013), pero con menos acierto que aquí.
El espléndido montaje, que consigue dar coherencia a estas deslavazadas grabaciones, contribuye a que la historia se nos presenta de una forma cercana y valiente. Pero sobre todo lo que consigue el documental, es una celebración de la amistad inquebrantable entre los dos protagonistas, que al final acaba convirtiendo la historia en una de esas muestras de camaradería emocionantes y conmovedoras. Pero al mismo tiempo, este espléndido documental no se centra exclusivamente en los aspectos negativos de la vida en un barrio marginal, y eso también es mérito de los dos jóvenes. Como en la escena en la que discuten porque uno de ellos ha grabado a un grupo de amigos disparando armas de fuego al aire, y el otro no quiere que se muestren esos aspectos oscuros del barrio. Se torna así el documental en una interesante reflexión sobre ese tipo de decisiones creativas de las que hablábamos antes. Y aunque no hay conclusiones más o menos llamativas, sí es sorprendente que este tipo de discusiones se establezcan ya de partida entre dos adolescentes que hasta el momento nunca habían grabado nada desde el punto de vista cinematográfico.
Los jóvenes protagonistas del documental Selfie.
Welcome to Chechnya se estrena en junio en HBO España.