Cuando cae el crepúsculo, la mitad de mis días, escucho los susurros fríos que me cuestionan el valor en monedas de mi energía, estirando el vello, encogiendo mi hombría; requiriéndome sin vergüenza la sangre de mis venas y ahogar la musa tierna que despierta.
Y no hay una luna, sea creciente, llena, menguante o vacía, que no me esconda, que cierre mis oídos, tarareando un sin sentido, para oscurecer tanto como la noche, la maldita pregunta. Acobardado con mi mirada perdida de evasivas a la existencia.
Como un periodo molesto, me acecha, me estruja la alegría.
El sol tiñe de vida en trazos gruesos, en un óleo azulado, el resto de atardeceres. Soplando en mis espaldas, aliviándolas con una brisa templada, relajando mis huesos con sus friegas, avivando el numen cohibido.
Como un flujo llena de vida, acrecienta mi ansia de frescura.
Cabalgando la depresión, tiemblan mis manos de centauro, agarrotadas, apretando las riendas; chirrían mis dientes sobre el bocado, controlando el desasosiego, hoy.
Texto: +Ignacio Alvarez Ilzarbe