Puesto porJCP on Aug 12, 2012 in Autores
Se me ocurre que somos un país afortunado porque, aunque no tengamos muchas otras cosas como una economía sólida o una industria convincente, contamos con lo que ahora suelen llamarse fríamente recursos humanos. En efecto, hablamos frecuentemente de nuestra hospitalidad, calor humano, simpatía… Nuestras tascas son lugares a menudo infectos, pero en ellas se respira esa humanidad sudorosa que el bueno de Larra definió como castellanía vieja, la de los gritos, los gestos vulgares y las preguntas indiscretas. El día de la lotería somos, a buen seguro, la envidia de los extranjeros por esas refinadas demostraciones colectivas de júbilo llenas de chorros de champaña y gritos inarticulados. Y, por más que estas efusiones no gusten a unos pocos snobs, los españoles debemos felicitarnos por ser el pueblo más felizmente vulgar de esta parte de Europa: Spain is different, anyway.
Carecemos actualmente de escritores conocidos de alguna altura literaria, pero tenemos, en cambio, un buen plantel de novelistas y poetas oficiosos, mostrencos, advenedizos, correveidiles o, como decía Moratín, bulle-bulles. Son como el confetti: están por todas partes, sirven para todo y dan color a una realidad gris. Además, nos salen baratos, pues, con unas cuantas partidas del presupuesto público y unas ediciones costeadas por el sufrido consumidor, hacemos como el primer franquismo: compramos escritores de oficio y nos creamos fácilmente un gremio profesional a partir de la pura nada. Sólo faltaría censarlos y darles un carnet, pero es de suponer que la colaboración en El País, el ABC o El Mundo, últimamente la pertenencia a la RAE o algún premio-tongo más o menos jaleado en la televisión pública sirven como credenciales suficientes. Además, los exportamos, puesto que ahora muchos europeos y latinoamericanos leen a nuestros más afamados autores.
Pero he aquí que un escritor-confetti de éstos ha sido condenado y multado recientemente por injuriar en público a un colega suyo, profesor de la universidad de Granada. Y, aunque la sentencia está bien clara y es probablemente justa –hasta en el monto de la indemnización, bastante modesto y lógico-, nuestro hombre no ceja en su empeño de tener razón. Además, quiere que festejemos su conducta nada correcta, poco caballeresca y, a la postre, dudosamente democrática, por no decir de probada ilegalidad. Pero no vamos a volver a juzgarlo aquí, puesto que los tribunales ya lo han hecho. Basta con decir que nuestra muy desprestigiada justicia ha sabido poner en su sitio a un señor capaz de insultar a un compañero en las páginas de un periódico nacional cuyo gabinete de abogados acostumbra a leerse a diario, antes de que el rotativo salga a la calle, todas las páginas en busca de cualquier texto que vulnere las leyes vigentes. Conociendo a la justicia española, muy mal tienen que ir dadas para que se condene a alguien importante y con numerosos contactos en todas partes a “injurias graves con publicidad”. Muy mal dadas en este país casi feudal, con señoritos y señoritas que hacen y deshacen impunemente a su antojo. Y más en la Andalucía estamental, donde el ubicuo zeñorito tiene siempre razón, naturalmente. A lo mejor algo está cambiando en la podrida Dinamarca de la justicia española. Sólo hace falta recordar que el último reo sentenciado y multado –en Madrid- por ese mismo delito ha sido nada menos que el ayatolá últraderechista Jiménez Losantos, un ente respaldado por la anquilosada y energuménica Iglesia Española.
Porque nuestro hombre es poderoso y hay que temerle. Hijo de un general del Régimen, prometedor atleta y hombre de la buena sociedad de Granada, como nos recuerdan las páginas web escritas a su mayor gloria, logró convertirse, Alberti mediante, en el profesor-poeta de moda en los años ochenta y se ha convertido en EL POETA casi oficial de los socialistas en sus distintas legislaturas. Intelectual orgánico de la desleída izquierda española, ha estampado durante años su firma en todos los boletines, sentadas, firmazos y manifiestos habidos y por haber, siempre que éstos fueran inocuos y no comprometieran su carrera. Se ha prodigado, con su esposa, sedicente novelista, y su escudero, Juan Cruz, en saraos oficiales sin cuento, un ambiente donde evidentemente se mueve como pez en el agua (o en el lodo). Pero nadie vive de la poesía, buena ni mala, subvencionada ni altruista, y nuestro atleta de la izquierda es catedrático en la universidad granadina, donde precisamente tuvo su origen esta necia polémica.
Reconozcámosle a nuestro acusado una habilidad política semejante a la de, al menos, un Benjamin Disraeli, que, por cierto, escribió alguna novela interesante en su larga vida. LGM cumple con lo que suele exigirse a este tipo de figurón en los actos a los que se le invita casi obligatoriamente: se viste de progre de mediana edad, se cala sus gafitas de leer al cuello, sonríe a medias, no dice nada que se salga de lo común y tampoco faltará jamás a una de esas meriendas. De ahí que sus amigos de las altas esferas tampoco se olviden de él cuando se queda vacante una columna en un periódico o un puesto de comisario de cualquier cosa, a ser posible de relumbrón, con tufo a andalucismo y a izquierdismo, pero sin pasarse. De ahí su apego a García Lorca y a Ayala, por ejemplo, justamente los dos escritores a los que Fortes acusaba con harta precisión de ser más burgueses que proletarios. Nuestro hombre sabe estar tan bien en cualquier sarao que sorprende su salida de pata de banco en El País de hace unos meses.
Durante su proceso el acusado ha logrado que los periódicos de mayor tirada le lanzaran flores y la dedicaran homenajes, con todo lujo de entrevistas y fotos con aire lastimero y publicaran sus confidencias y sus lamentos, tan llenos de falsa modestia como de ironías y sarcasmos contra el juez que instruyó su proceso y, en especial, contra el denunciante. En todas esas palestras se esfuerza por demostrar, no su inocencia, que siempre se ha dado por sentada aquí entre los bienpensantes de la progresía española, sino –paradójicamente- la culpabilidad del otro, de Fortes. Pero, a poco que pensemos en la catadura de nuestro poeta y excaballista, y en su curriculum, habrá que poner juntas en su haber su facilidad para insultar en su día al colega de claustro en un diario nacional y la presente disposición de ese mismo diario y de otros para jalear su inocencia y la maldad sin límite del molesto antagonista político. Entre líneas, y a veces directamente, un verdadero enjambre de periodistas y de intelectuales afectos a esa falsa izquierda y a nuestro profesor-poeta no sólo presume la culpabilidad de Fortes, sino que proclama a los cuatro vientos el intolerable martirio de don Luis García Montero.
Éste, contrariado por un fallo judicial que pone de manifiesto su verdadera catadura, ha tirado de agenda y ha marcado números de teléfono olvidados de colegas del gremio. Ha solicitado firmas para un manifiesto a su favor y hasta convoca a sus amigos a sus cursos para que lo aplaudan, como a un Will Smith de película sensiblera. En una de sus clases, relatada en una nota de Público titulada nada menos que con el muy objetivo título de “Un desquite de García Montero” y firmada por el cuasi-pseudónimo de Pura Raya (dejemos al lector que interprete este posible nombre anagramático como quiera), nuestro compungido reo de justicia permitió que un colega catedrático de derecho leyera un manifiesto en el que, con evidente desgarro antijurídico, éste tildaba de disparatado a Fortes y consideraba la sentencia un “incomprensible refrendo judicial”. ¿Nos hemos vuelto locos todos? ¿Hasta los profesionales de la enseñanza de las leyes reinciden ahora en los delitos ajenos? Naturalmente, la farsa terminó con una ovación y apenas cinco minutos de clase de la asignatura, que se titulaba, muy oportunamente, nada menos que “Federico García Lorca y la Generación del 27”, según informaba la crónica. ¡Curioso nombre para un curso, pardiez! ¡Curioso y verdaderamente especializado! Y entonces, ante los “políticos, artistas y amigos del poeta, de conocidas ideas de izquierdas” que –cito- “invaden el aula y eligen asiento para una clase que se convierte en homenaje al profesor”, nuestro hombre, iluminado por “flashes, objetivos y micrófonos” que literalmente “lo acorralan”, se transfigura en mesías, en un nuevo Dreyfus, en Lorca redivivo, en una suerte de Juana de Arco moderna. Su rostro se nubla por la emoción, y asoma una furtiva lágrima, pero no de contrición, sino de triunfo.
Patetismos aparte, la cuestión podría, en definitiva, resumirse así: es como si un conductor, ofendido por una multa por imprudencia grave que él juzga injusta, renunciara a conducir y vendiera su automóvil. Sólo que en este caso el auto es cedido por su dueño en cómodo leasing, por un tiempo indefinido, como para nadar y guardar la ropa. Y, es cierto, concurren aquí todos los agravantes: el conductor del automóvil circulaba temerariamente, y puso en peligro a otra persona, el demandante. Pero lo mejor es la contumacia del reo de justicia: pretende que ni él es el acusado ni ha cometido crimen alguno, y sigue propalando sus tesis contra la seguridad del tránsito. En cambio, Fortes, más contenido, o acaso víctima del ostracismo de unos periódicos sumamente parciales, se limita a hablar por boca de su abogado y no prodiga sus opiniones, con bastante buen criterio; por lo menos en los periódicos, que internet es otra cosa.
Hagamos cuentas, por lo demás: la multa de 4.800 euritos no va a costarle a este acomodado escritor mucho más que un par de cuerpos más de los lujosos estantes de los muchos que tiene en su casa y ante los que posa satisfecho cuando lo entrevistan tres o cuatro veces en semana. O unas docenas de billetes de Ave para dar sus clases o para asistir a actos culturales, comisariados o tribunales. Con un par de paseos a la Casa de América para presentar un premiejo o dos, un par de sentadas en algún organismo oficial y medio sexenio salda la deuda, mientras que el crédito profesional del otro no se va a restablecer con unos miles de euros, razón por la que pedía una mucho más crecida suma y por razón por la que quizás recurra judicialmente el corto castigo impuesto. Pensemos que la multa del paladín de la COPE ha sido mucho más gorda, aunque se trate de un millonario. ¿Pero no es rico nuestro jinete-poeta, que en gananciales debe embolsarse su medio millón largo al año? Y es lo mejor que, como el poeta-reo no se piensa culpable ni se siente arrepentido de su exceso, tampoco parece animado a soltar ni un céntimo para pagar la multa. Público, con desfachatez increíble, remite directamente en la crónica mencionada a una página web que recoge firmas de apoyo y dinero para asumir el modesto pago. Anotemos también que el joven diario ha caído en la trampa del sensacionalismo de izquierdas y ha tomado partido por García con mayor descaro incluso que El País, algo que desde luego llama la atención. Evidentemente, ninguno de esos periodistas ha hecho bien su trabajo: ni los chicos de Cebrián quemaron después de leer la colaboración venenosa de LGM ni los demás medios, exceptuando Internet, han hecho otra cosa que desatar una caza de brujas contra el más débil del caso, justamente el demandante.
Vayamos a otra cosa más grave: el poeta granadino, desesperado por parecer víctima en vez de culpable, ha tirado por la calle de en medio y echado mano del recurso más fácil del profesor de universidad presuntamente ofendido con el mundo: agitar a sus alumnos, en especial cuando se trata de un docente relativamente joven, progre, poeta y más o menos bien parecido, algo así como un nuevo John Keating que convocara al Club de los Poetas Muertos de una granadina Academia Welton. Y es para soliviantar a estos jóvenes weltonianos que anuncia con semblante triste, en esa ocasión tan lorquiana, que deja la universidad el próximo curso. Pero, ¡oh, Manes académicos!, su sonado desquite es mucho más artero de lo que parece: no renuncia a su cómodo y bien retribuido puesto, sino que pide una excedencia para investigar, como si se fuera de viaje de estudios. No lo entienden así sus amigos académicos, como el mismo rector y la decana de Granada, al parecer interesados en sembrar el pánico entre los alumnos de García Montero y la ira entre los lectores bienpensantes de Público y de El País. El rector se lamenta, lloroso: “Es triste que se marche”. ¡Pero, estimados señores, si es que no se marcha, ni lo hará jamás! Y, aunque lo hiciera, nunca se escondería verdaderamente hasta el punto de renunciar a las numerosas gabelas y servidumbres como gestor de nuestra cultura, poeta, comisario de exposiciones, conferenciante, lorquista contumaz, escudero de Ayala, etc. Tampoco veremos a nuestro vate refugiado en una torre remota, como el Castelar viejo, o sembrando su predio como Cincinato. Más bien lo tendremos exhibiendo su honor herido por todas las tribunas imaginables de la cultura del país, rodeado por los Cien Mil Hijos de nuestro centro-izquierda.
Otro catedrático, amigo del poeta, aludía en el ditirambo citado de Público nada menos que a una “guerra de poder cultural de Granada”. Pero, señores, seamos sensatos: estamos hablando de un medio cultural más o menos ilusorio, provinciano y un tanto casposo, donde unos cuantos medran al socaire del fusilamiento de Lorca, de su fosa o de su exhumación, acuden al cumpleaños de un Ayala que lleva fuera de Granada cerca de un siglo, dirigen sedicentes centros de la cultura andaluza o trincan en vagas instituciones culturales, cobrando siempre del erario público. Como mucho, puede producirse, según ha ocurrido seguramente aquí, una suspicacia provocada por un viejo contencioso personal, con los ribetes académicos de costumbre en nuestras mediocres universidades, entre un izquierdista panfletario y otro más pragmático y acomodado, guaperas y con ciertas ínfulas. Quizás los dos pretendían dar ese cursito oportunista sobre Lorca y el dichoso 27 o alguno ha hurtado al otro un alumno de tesis doctoral, en un capítulo, el de las tesis a manta, en el que García Montero es un auténtico potentado, según dicen. En suma, una riña de vecindario en la que no deberían entrar ni los rectores ni los decanos de una institución decorosa, por no decir los periódicos o la radio; una refriega que podría haberse resuelto sin manifiestos, ni firmas, ni ovaciones. Más bien, al armar la batahola, nos arriesgamos a hacer la propaganda al más fuerte, e incluso al débil, y a que nuestro improvisado jinete pálido se convierta en un santo, en un mesías de la izquierda moderada o equívoca y en un semidiós de la moral y el honor progres. (Y, al margen, reflexione el lector sobre si nos conviene airear también la justa indignación marxista de Fortes y de ciertas huestes de internautas enfebrecidos y sectarios). Por el momento, ya ha inventado la mentada Pura Raya un nuevo género literario-académico: la clase-homenaje, sin duda un artilugio de lo más infecto y antiacadémico; y El País y El Público han tenido cierta publicidad gratuita entre nuestros bienpensantes.
Nosotros, como somos personas temerosas de Dios, de los Borbones, del zapaterismo y sobre todo del nuevo y renacido LGM (que suena a nombre de aire acondicionado), hemos decidido promover, en aras del general perdón de los pecados, la beatificación de este poeta en el Vaticano o, en su defecto, en el Kremlin o en el Palacio de Miraflores chavista. Esto no servirá para restaurar la decencia perdida en nuestra izquierda cultural ni tampoco en la derecha cavernícola, pero quizás calme los ánimos de algunos periodistas, artistas, cantaores y otras eminencias grises de nuestra mediocridad nacional. Pedimos, así pues, el retorno de El Deseado a las aulas y su reintegración a la vida civil, sobre todo antes de que se inicie una nueva Década Ominosa cultural o –más prosaicamente- tengamos que pagar todos, de nuestros bolsillos, una millonaria indemnización o una pensión vitalicia a este padre de la poesía patria.
Pepe Botella