Revista Motor

Doscientos kilómetros a tres coma ocho

Por José María José María Sanz @Iron8832016

Eso es lo que me ha gastado la Cabezota. Tres coma ocho litros y yo angustiado en Condemios. En Condemios de Arriba, que es donde estaba la gasolinera o, mejor, dicho, donde no estaba la gasolinera. Al trazar la ruta miré con especial cuidado los abrevaderos cercanos y en ese pueblo había una.

El paseo magnífico de hoy llegaba hasta el castillo de Galve de Sorbe, el castillo de los Zúñiga, del siglo XV, que luego debió comprar un particular. Se trataba de coger la GU-101 y la CM-1001 desde Fuencemillán y, en llegando a Veguillas, torcer por la CM-1006 hasta el castillo. Esta última carretera se adentra muy en serio en un escenario grandioso de paisajes montañosos tan abiertos como los pulmones del caminante, como los ojos del viajero y como el corazón del motero que tranquilea por aquellos pagos. Umbralejo, La Huerce y la legión de coníferas y robles que tapizan el suelo, con el sol sacudiendo el perfil de Valdepinillos, dan paso al país del Macizo del Pico del Lobo Cebollera. Un gigantesco valle inundado por la luz de la primavera.

La magia del momento se rompe cuando pienso que tengo que cambiar la ruta. Si no hay gasolinera -que la había- en Condemios de Arriba, no podré continuar hasta Hiendelaencina por Aldeanueva de Atienza y Bustares, que es un tramo que no conocía, y que recorre el bies de la falta del Altísimo Rey. Y me he conformado en llegar hasta Atienza, repostar y tirar hacia el lugar de encuentro con mi familia: la plaza de Hiendelaencina.

Salgo de Condemios resignado y, entre juro y juro, veo un paisano de los que circulan por su izquierda con un palo. Paro, me descubro, le saludo y le pregunto si hay una gasolinera cerca.

-Acaba Ud. de pasarla, señor.

El Alto Rey tiene la falda hecha girones por su cara sur. Todo un rosario de curvas tiradas a mano que deja a la vista la mitad del mundo. Y he querido volver a subir, como aquel día, el día del rescate de Darix y Proclive, el día de la bajada a tumba abierta, el día que el miedo se me cayó entre los pedruscos de aquel camino. He subido, sí, pero solo hasta el punto de poder para a mirar también la otra mitad del mundo. Un momento mágico, a la una de la tarde, sin más espectadores que dos excursionistas y dos motos que no quería perderse el espectáculo. Un lugar gigante, un sitio realmente hermoso.

Entre Villares de Jadraque y Hiendelaencina hay un pequeño cañón por donde discurre el río Bornova. La GU-147 lo atraviesa y, como un niño travieso, se entretiene por aquí y por allá, proporcionando al motero un rato estupendo para limar las estriberas antes de llegar al argentino destino.

¿Torpeza? ¿Falta de atención? La gasolinera estaba en su sitio. Condemios de Arriba tiene un surtidor con gasolina de 95 y con otro para el gasóleo. Está justo enfrente del cuartel y lo atiende una mujer joven que cuida de su hijo entre boquerel y boquerel. Está al pie de la carretera, justo a la entrada del pueblo... y yo no la había visto.

Por cierto, al repostar había cubierto los cien kilómetros que me había llevado hasta este paraíso, y como la Cabezota no pasa de los ciento ochenta recorridos y mi cerebro no soporta los límites innecesarios de un domingo por la mañana, las cuentas no me salían para llegar con bien a mi casa haciendo la ruta que tenía planeada. Bien, pues al repostar solamente han cabido tres coma ocho litros. Eso significa que con ese consumo habría llegado a casa, habría vuelto a Condemios y hubiera vuelto a casa de nuevo, y aun me hubiera sobrado un litro de combustible, si es que es cierto que en el peanut caben doce coma cinco.

Doscientos kilómetros a tres coma ocho
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