Revista Arte

Durero en la Biblioteca Nacional de Madrid

Por Lparmino @lparmino

Durero en la Biblioteca Nacional

Autorretrato, 1498, Alberto Durero
Museo del Prado - Fuente

En cada uno de sus autorretratos, como recoge Diego Suárez Quevedo (Durero y el Renacimiento clásico, Artehistoria), Alberto Durero transmitía siempre un exceso de autoconfianza, conocedor hasta el detalle de sus capacidades no sólo como artista, sino como hombre y estandarte por excelencia de ese nuevo Humanismo que amanecía en la convulsa Europa del siglo XVI. Por encima de su formación en su Núremberg natal, de sus viajes de formación y consolidación como artista de renombre internacional, se encontraba el ansia de aprendizaje y superación de un hombre sabedor de su enorme valía. El alemán, grabador y pintor a partes iguales, uno de los teóricos del arte fundamentales del XVI, superó las tradicionales trabas impuestas por su contexto natal, excesivamente anclado en formas góticas, ayudando a la difusión en la Europa del norte de las nuevas modas italianas que bebían de un clasicismo revalorizado que apadrinaba el nacimiento de la nueva modernidad europea.
 
Europa, a caballo del siglo XV y el XVI, amanecía a un nuevo mundo. En Italia, se había redescubierto hace tiempo el arte de los antiguos. Un nuevo mundo, debido al empeño de la católica monarquía hispana, se abría ante el viejo continente mostrando por primera vez y de forma explícita al otro. Y la Europa del norte, la comercial, la burguesa, la de los beneficios, la del individuo, preparaba el terreno para la eclosión violenta y salvaje de toda una serie de pensadores y pensamientos que pondrían en tela de juicio el peso de lo religioso y la autoridad de la anquilosada Iglesia Apostólica, Católica y Romana. Europa despertaba a marchas forzadas a la modernidad. En ese contexto, en la ciudad imperial de Nüremberg, en 1471, nacía Alberto Durero (fallecería en la misma ciudad en 1528).

Durero en la Biblioteca Nacional

Rinoceronte, 1515, Alberto Durero
British Museum, Londres - Fuente

En 1515, aparece la estampa que representa a un fantasioso y espeluznante rinoceronte (Ana Sanjurjo, Los viajes del rinoceronte de Durero, blog de la BNE), firmada con el anagrama de Durero, la D mayúscula inscrita en la A también mayúscula. El animal podría representar una Europa anquilosada y monolítica, expectante ante los radicales cambios que se avecinan. La Europa nórdica dará la espalda a la autoridad papal y se iniciará un largo proceso de reforma bañado en sangre por la intolerancia de las partes enfrentadas. Los campos del antiguo Imperio germánico serán mancillados por pesados ejércitos, armados hasta los dientes y deseosos de botines y pillaje, espectrales seres recubiertos de metales brillantes cuyo único sentido era la guerra y la aniquilación del otro (fuese éste quién fuese). Pero ese rinoceronte es también esa vieja Europa curiosa, que contempla un nuevo mundo exótico y distinto y que puebla las cortes europeas de gabinetes de maravillas y curiosidades en los que sabios e intelectuales se afanan por aprender y por descubrir todo un mundo novedoso y asombroso.
Durero, de profundas preocupaciones vitales, fue testigo privilegiado de su época. Sin embargo, y dentro del terreno de lo artístico, Durero fue un protagonista decidido que conocía a la perfección cuál era su papel y el de su arte.

Durero en la Biblioteca Nacional

San Jerónimo en su estudio, 1514, Alberto Durero
Kupferstich - Kabinett, Dresde (Alemania) - Fuente

En dos ocasiones Durero pudo trasladarse a Italia, en concreto a Venecia. El primero es considerado como de formación. Sin embargo, en el último de estos viajes, es recibido en la ciudad ducal con todos los honores de un gran artista. Ya era un creador plenamente formado y reconocido internacionalmente. Sus grabados circulaban por todo el continente y eran muy apreciados. Precisamente, todos los expertos coinciden en señalar este aspecto fundamental en la trayectoria artística de Durero: él es el verdadero introductor y el impulsor de un Renacimiento clásico en la Europa nórdica todavía anclada en lo gótico. Su constante preocupación por cuestiones teóricas como la proporción o las perspectivas encontraron reflejo práctico en su obra. Y en estos aspectos Durero no dudó en experimentar y teorizar a lo largo de toda su carrera. Algunos, incluso, lo equiparan con el equivalente germánico de Leonardo. Como apunta Fernando Checa, Durero consideraba de vital importancia la práctica, pero ésta no podía desligarse de una aproximación esencialmente intelectual a la realidad.
Durero fue pintor y grabador. En esta última faceta, destacó como gran innovador, tanto que puede considerarse su obra como la que habría de sentar las bases de esta técnica. En la actualidad, la Biblioteca Nacional de España atesora gran parte de las principales estampas de Durero que ahora muestra en una exposición que podrá visitarse hasta el próximo 5 de mayo de 2013.
Luis Pérez Armiño


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