Revista Cultura y Ocio

El 23-F, siete lustros después

Publicado el 23 febrero 2016 por Alfredojramos

El 23-F, siete lustros después

La escalera del Palace en la noche del 23-F. Foto© Ricardo Martín.

Siete lustros después, frente a la pantalla gigante del cine Capitol, donde El País nos ha invitado al estreno de un documental que narra cómo se vivió en el periódico «la noche más larga de la democracia», la sensación que se me impone sobre todas las demás es esta: parece mentira que haya pasado tanto tiempo, ¡nada menos que 35 años!
Y es esa misma punzada, acerada por la contraposición física entre el antes y el ahora, la que sobrevuela la sala, casi al final de la proyección, mientras pasan los títulos de crédito y junto a fotogramas fijos de las personas que han reconstruido con sus testimonios la historia, la mayoría de ellas empleadas del periódico, pero también diputados presentes en el hemeciclo (Bono, Landelino, Margallo...), un alto militar, algún guardia civil, camareros del Palace, entre otros; al lado mismo, como digo, de esos planos fijos se proyectan fotos suyas de aquel año. Imágenes que de forma inevitable señalan el paso, peso y poso de toda una vida. Y revelan, con toda su viva crueldad, las heridas del viaje. 
Creo que hacía cinco años que no me había vuelto a acordar, o apenas, del aniversario del que quizás sea el segundo hecho político más determinante del que guardo memoria (el primero, cómo no, fue el Óbito). Será el hechizo de las cifras redondas. Es probable que esta vez, de no mediar la iniciativa de El País, tampoco le hubiera prestado especial atención. En la cola de acceso al cine se voceaban, sin demasiada convicción y mientras Juan Luis Cebrián se apresuraba a subir a un lujoso coche, ejemplares de la edición que El País sacó a la calle aquella noche y que, como el documental citado subraya, también contribuyó a que la aventura de Tejero acabara convertida en una bufonada, aunque bien pudo ser una tragedia. 
En el documental, ese carácter casi sainetesco de la intentona queda de relieve con el ameno testimonio de Miguel Ángel Aguilar, tal vez el más distendido e inteligente de todos, junto con el de Bonifacio de la Cuadra. Con su particular manejo de la ironía, Aguilar narra cómo le propuso a un colega sorprender con una zancadilla a uno de los guardias civiles, para reducirlo, quitarle el arma y gritarle al coronel golpista: «¡Ríndete, Tejero, que han llegado los leales!».  Me hizo también ilusión (no sé si es la palabra exacta) ver y oír las precisas explicaciones del periodista Fernando Orgambides, antiguo colega del Johnny y de la Facultad de Ciencias de la Información.
En esta ocasión, además de volver  a revivir la incertidumbre y el miedo de aquellas horas, en las que en algún momento Sagrario y yo hablamos de marcharnos a Neuss, en Alemania, donde vivía toda su familia, he vuelto a caer de bruces sobre la foto de la escalera del Palace (arriba). Estaba proyectada a toda pantalla cuando entramos en la sala. En ella se ve a un grupo de periodistas y fotógrafos completamente entregados a la lectura del único periódico que salió a la calle en aquella horas (el Diario 16 lo haría bastante después, cuando la cosa estaba más o menos clara). Un periódico cuya portada, con una ambigüedad calculada, incluso desde el punto de vista tipográfico, anunciaba: «Golpe de Estado: El País con la Constitución». 
Desde hace años, en relación con esa foto me persigue una duda que tampoco en esta ocasión he podido despejar: la de si la persona con barba que aparece sentada hacia la mitad de la escalera, a la derecha (según se mira), es o no Ángel Luis Fernández, periodista talaverano, viejo amigo, muy cercano en la época en que ambos éramos estudiantes (incluso compartimos piso). Y fallecido de cruel enfermedad pocos años después. La foto ha sido documentada de forma minuciosa, como puede comprobarse en esta página, pero esa persona, que podría ser mi viejo amigo, continúa sin identificar.
Confío en que no tengan que pasar otros siete lustros para salir de dudas. Aunque, ahora que lo pienso, no sería un mal síntoma el poder seguir recordando, para entonces, aquellos tiempos que ya hoy nos empiezan a parecer remotos. Estaríamos nada menos que en 2051, mañana mismo como quien dice... 

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