Como tantos otros, éste es un oficio en vías de extinción, pero por suerte para los nostálgicos como yo aún quedan unos pocos.
El otro día, mientras trabajaba plácidamente en la cueva (trabajo en un sótano al que llamamos así por sus similitudes), escuché la armónica del afilador y de pronto me ví corriendo tras él para inmortalizar el momento. Lo conseguí, llegué con la lengua fuera pero lo conseguí justo delante del Mercat de Sant Gervasi. En otra época, no me hubiera hecho falta correr para alcanzarlo, porque los dueños de bares, restaurantes, carnicerías... salían a su llamada para afilar sus utensilios de cocina.
Hoy en día, entre las nuevas tecnologías, con las que se obtienen cuchillos que no necesitan afilado, y los utensilios lowcost, que casi promueven la política de usar y tirar, poca gente recurre al afilador para revitalizar sus cuchillos.
Los tiempos cambian, pero quizás en algún momento nos tengamos que replantear que cualquier tiempo pasado fue mejor.
