Revista Opinión
Ha muerto el almirante Massera. A los más jóvenes de mis lectores ese nombre no les dirá nada, a no ser que sean argentinos o personas de una cultura política y general muy por encima de la media de su edad. Para los demás decir Massera es mentar al asesino vesánico por antonomasia, al remedo latinoamericano más próximo a Himmler, un orate bruto carente eso sí de los buenos modales y el autocontrol personal del nazi alemán.
Massera fue el más criminal entre los criminales de una organización, el Ejército argentino, que lleva muchos años pariendo y "formando" asesinos sin parangón en cuanto a su brutalidad, falta de conciencia y cinismo autojustificativo. En los años setenta el almirante Massera formó parte de la Primera Junta militar argentina, al lado de un asesino triste como Videla, especie de cantante de tangos metido a carnicero de seres humanos, y del aviador Agosti, un ser gris y sin relieve ni siquiera como delincuente. Massera por el contrario era una bestia pletórica de energía para el Mal con mayúscula. Suya es la invención del Cronograma, intento de instaurar una especie de Solución Final a la argentina que ordenaba y desarrollaba las diferentes "tareas" autoimpuestas por la Junta en orden al exterminio de toda oposición de izquierdas; suya es la frase famosa "primero mataremos a los subversivos, después a los neutrales y por último acabaremos con los tibios de nuestro bando"; suyo es el diseño de los Vuelos de la Muerte, en los que se arrojaba al mar desde aviones militares Hércules a presos vivos; él fue en fin el creador y responsable del funcionamiento del "chupadero" (lugar de desaparición de detenidos) instalado en la Escuela de Mecánica de la Armada, la siniestra ESMA, en la que fueron asesinados miles de detenidos sin que se sepa qué se hizo luego con sus cuerpos. Además de asesino Massera era un ladrón compulsivo: hizo asesinar a un alto dirigente empresarial argentino para luego quedarse con su mujer y su vivienda. Y en el colmo de la abyección moral, él y sus compinches llegaron a secuestrar a miles de recién nacidos hijos de sus víctimas para repartirlos luego entre prohombres adictos al régimen.
Este es el individuo que falleció ayer, a los ochenta y cuatro años. Dicen que padecía demencia senil, además de otras enfermedades mentales que permiten calificarlo como loco en el sentido popular del término. Carece de importancia saber si ya era un loco en los inicios de su irresistible carrera como represor, o si fue en el transcurso de ésta cuando devino un demente sediento de sangre y de maldad. En todo caso, de existir el Infierno, a estas horas Satanás ya conoce la respuesta.
En cualquier caso, desde ayer Argentina y el mundo en general son lugares un poco más libres y limpios, aunque siga existiendo el Ejército argentino.
En la imagen que ilustra el post, arrestos en la calle durante la última dictadura militar argentina (años 70 del pasado siglo).