Revista Comunicación
Es difícil imaginar qué pasa por la cabeza de los que llevan las riendas de este país. Difícil intentar saber qué opinión real les merece la situación que vivimos y, como no, sus propias actuaciones, qué reflexionarán, si lo hacen, de sus medidas, sus actos, sus mandatos y sus supuestas soluciones. Digo que es difícil imaginarlo porque es más difícil todavía creer que opinan lo que nos dicen; pensar que realmente creen en estas medidas y defienden como la “única y mejor manera” las actuaciones que en general llevan a cabo. No pueden pensar, como constantemente, repiten que esto es lo mejor para nuestro país.
Debe ser la postura del partido que apoya mayoritariamente al gobierno, ese que parece llevar en campaña desde 2004, algo que por otra parte debe ser agotador, también para el intelecto, por supuesto.
Debe ser la postura del partido esa ansia incomprensible por el aplauso. Aplaudir y jalear toda intervención de los miembros del partido que ocupan plaza en el gobierno. No puede ser que todos y cada uno de los parlamentarios del partido tuvieran espontáneamente un ansia irrefrenable por aplaudir y jalear al presidente del gobierno cuando anunciaba las medidas durísimas y que dejaban en una situación muy complicada, más complicada aún, a muchos ciudadanos, muchos que confiaron precisamente en ellos para una salida posible y mejor de esta ya manida crisis. No creo que a nadie al que se le presuma un mínimo de responsabilidad pública no sienta un pellizco de sonrojo o de vergüenza al apoyar aquél paquete de medidas y, sin embargo, se escuchaban aplausos y casi vítores similares a los que se ven en La Aldea del Rocío cuando la virgen sale de la ermita, sólo se echaba de menos el “guapa, guapa” tan típico de los fieles del sur. ¿Cómo fue eso posible? Lo que pasó ayer en Madrid es una muestra del dolor que existe en este país actualmente. Las durísimas cargas policiales no voy a entrar a juzgarlas, no sé si son necesarias o no, si es lo que tocaba para frenar a una “minoría” peligrosa que parece poder llevarnos a una estado policial cada vez que alguien levanta la voz. Sí sé que no son deseables en democracia. Esto me parece de sentido común. Es por esto por lo que escuchar después al Ministro del Interior felicitar alegremente a la policía por lo ocurrido y más aún calificar de “magnífica” o “espléndida” la actuación de los suyos.¿Cómo ha sido esto posible?
No pido que investiguen ni que tomen medidas disciplinarias, ni siquiera que se puedan plantear la posibilidad de que hubiera algún tipo de abuso policial. Lo único que no esperaba era desde luego un nuevo aplauso. Aplicar los adjetivos de magnífica y espléndida actuación a palos y actos violentos me parece cuanto menos inapropiado. El descrédito que nuestros políticos denuncian de su profesión es inalienable a declaraciones como éstas y actuaciones como las primeras, a los aplausos que entre ellos se brindan. Lo de ayer no fue una movilización de grupos antisistema o antiglonalización, esos que se manifiestan en todas y cada una de las cumbres del G8; no son jóvenes ingenuos persiguiendo de forma violenta teorías políticas utópicas e irrealizables. Son personas que viven peor que hace sólo tres años y a los que se les está exigiendo que esperen sentados y callados un malvivir seguro para ellos y sus hijos y nietos. Es imposible aplaudir el camino que nos lleva a esa meta.
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