Resulta que tanto el dibujo como el párrafo ulterior son la nada. Como las profecías de Nostradamus, no se caracterizan por ser concretas o por tener una lógica siquiera histórica o simbólica. Los trazos obvios del dibujo señalan una coherencia vulgar que consiste en que la justicia se ve hostigada por actos viles, como suele ocurrir desde siempre. Además, se agrega información ambigua, fácilmente manipulable. El resto lo hace la pareidolia, la percepción del hombre delineando los trazos definitivos de un universo informe.
Pocos objetos hay más comunes, y más ruidosos, que una campana cuya existencia y uso cuenta en las iglesias, los colegios, el turf, el boxeo, el atletismo, en las puertas de las casas, en los relojes, en los teléfonos, en los coches, en los aviones, y en muchos otros lugares y artefactos, aunque actualmente han sido reemplazadas por descoloridos timbres carentes de belleza mediante los que se determinan duraciones temporales o se hacen notar inoportunos visitantes. Ignorando la vulgaridad de las campanas, e ignorando también las palabras de Parravicini que, si alguna vez fue claro, se encargó de explicar el significado del objeto dibujado, los detectores de profecías han desenfundado las más variopintas elucubraciones acerca del dibujo, atribuyendo a la campana de la justicia la representación de la campana gigante con la que se abrirán y cerrarán los Juegos Olímpicos de Londres 2012.
No faltó quien asegurara que la horquilla que sostiene con la mano izquierda el personaje vil del dibujo es en realidad una antorcha Olímpica, ni quien descubriera encima de la campana un reloj que marca las 12:12 del 2012, ni quien detectara en el párrafo escrito por Parravicini la región de Bruz, dejando ya las pareidolias para sumergirnos en el liso y llano sesgo cognitivo patológico demoledor de la sana reflexión.
Cualquier similitud con la percepción de los sucesos cotidianos no es casualidad, así pensamos o, mejor dicho, así no pensamos, y permitimos que cualquier inducción televisiva nos llene de certezas falsas que sufren, generalmente, los buenos futbolistas, los buenos pensadores, los buenos periodistas, los buenos cantantes, en fin, los buenos.