Revista Arte

El arte, la política y el pasaje a lo desconocido

Por Deperez5

El arte, la política y el pasaje a lo desconocido
Cada vez me convenzo más de que el arte y la política tienen una gran similitud, algo así como un cauce subterráneo que los vincula muy estrechamente, porque ambas actividades ofrecen un estupendo horizonte para la práctica del fraude y la simulación. Empecemos por  un hecho político muy actual. La bloguera Yoani Sánchez señala que Fidel Castro ha hecho mutis total desde el 18 de junio pasado, cuando publicó en Granma la última de sus “reflexiones”,que curiosamente trataba sobre el yoga y sobre un hermético Pasaje a lo Desconocido, mencionado así, con mayúsculas. Lo más llamativo, dice Yoani, es que el alicaído comandante ni siquiera apareció para celebrar el triunfo electoral de Chávez en Venezuela, cuyos envíos de petróleo están postergando el colapso final de la agonizante economía cubana. Como es sabido que todo llega en esta vida y que la extrema vejez anuncia la inminencia de la muerte, la llamativa ausencia ha hecho nacer el rumor de que el octogenario líder cubano estaría embarcado ya en su propio e inevitable pasaje a lo desconocido, un hecho que marcará el inicio de los balances destinados a desentrañar el sentido final de su paradójica trayectoria, la que lo llevó de máximo heraldo de la revolución al triste rol de enterrador del sueño revolucionario. ¿Quién hubiera dicho, a fines de la década del ’50, cuando Fidel Castro y sus barbudos entraron en La Habana con los fusiles en alto, que su transparente y romántico grito de libertad se convertiría en el yugo implacable que encadena a los cubanos desde hace más de cincuenta años? ¿Y cómo volver a confiar en las posibilidades del socialismo como un factor de verdadera felicidad humana después de esa estudiada y alevosa traición, que malversó la última gran ilusión del siglo XX? ¿Adónde fue a parar la misión purificadora de la revolución cubana, llamada a redimir el sueño revolucionario, ese grito de fraternidad, igualdad y libertad nacido en 1789 y desacreditado por dos siglos de andar a los tumbos, de  las cabezas guillotinadas a las guerras del emperador Napoleón, del exterminio de  los kulaks a las purgas estalinistas, de Hungría a Camboya, de Checoslovaquia al muro de Berlín, de catástrofe en catástrofe, siempre atado a un escenario de sangre, mentira y opresión? Pero sería injusto cargar todas las culpas sobre Fidel Castro, porque su error fue un error compartido y muy propio de la época: Moisés o Maquiavelo nunca hubieran cometido el error de concebir ilusiones desmesuradas sobre el futuro del hombre y la sociedad. Seguramente el joven Fidel Castro de los años ’50 creía –o quería creer, como Iván Karamazov- en la nobleza de sus intenciones, tanto como los jóvenes de entonces creímos en él. Pero como ya no somos los mismos, hoy no estamos para nada dispuestos a creer que un hombre puede ir más allá de sus posibilidades humanas. El sabio Moisés, que nos conocía lo suficiente como para escribir: “no matarás, no robarás, no codiciarás la casa de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo”, nunca hubiera caído en la trampa de creer en el supuesto idealismo y desinterés personal de Fidel Castro, ni mucho menos en sus juramentos de amor al pueblo y a la libertad, como tampoco lo hubiera hecho el sagaz Maquiavelo, que definió a los hombres como “ingratos, volubles, simuladores y disimulados, huyen de los peligros, están ansiosos de ganancias… y olvidan más pronto la pérdida del padre que la pérdida del patrimonio”. Sin embargo, la añoranza de lo que no existe es muy poderosa: los jóvenes son -fuimos-, más sensibles a las fantasías que les sugieren cómo debería ser el mundo que a la realidad del mundo tal como es. Es por eso que resultan seducidos por las invocaciones al amor a la patria y las protestas de idealismo y desinterés personal. ¿Cómo no creer en el verbo encendido e incendiario del héroe que asegura estar dispuesto a darlo todo por nuestro bienestar? ¿Cómo dudar, si el hombre luchó por sus ideales y hasta puso en riesgo su vida? ¿Quién puede ser tan perverso como para pensar que el verdadero impulso del supuesto salvador reside en el afán de poder y de gloria, y que no se contenta con una ambición modesta, sino que lo quiere todo?  Sin embargo, hubo que joderse. La moraleja de la historia es que Fidel Castro se quedó con las casas, las mujeres, los bueyes y los asnos de todos los cubanos, que fusiló, encarceló o echó a patadas a todos los que se le opusieron y que mantuvo el yugo bien apretado hasta la hora del pasaje a lo desconocido. Claro que el costo de su triunfo personal sepultó el ideal revolucionario socialista en una tumba que parece definitiva. La máxima ilusión generó así el máximo desengaño. Lo que hoy queda del sueño revolucionario –el serio, el verdadero, el que nos inflamaba el corazón- no son más que caricaturas o simulacros de opereta, como el kirchnerismo o el socialismo del siglo XXI. Pero pasemos a la otra vertiente de la superchería. El equivalente de la promesa socialista en el arte nació con la abstracción pictórica y la posterior acrobacia del readymade, dos avances hacia atrás, que liberaron a la expresión artística de los rigores de la pericia y la racionalidad, y reinstalaron la era de la superstición y el pensamiento mágico. Así como los políticos dicen amar al pueblo y servir al interés general, mientras por debajo de la mesa engrosan sus cuentas secretas, los curadores, escribas, funcionarios y comisarios que controlan el arte oficial organizan celebraciones y homenajes  a la nada y procuran convencernos de que el arte nuevo imaginado por Mondrian y Kandinsky no es algo que se hace, sino algo que se dicearte. Y si alguien se atreve a declarar que lo que ellos califican como arte no parece arte, se ofuscan y lo acusan de ser ignorante, intolerante o reaccionario. O todo eso junto. Mientras tanto, con el dinero público aportado por la clase política, que considera a la inversión en arte como un maquillaje imprescindible para mejorar su imagen, mantienen la vida artificial de las grandes ferias, museos y bienales, siempre atiborradas de basura, videos y productos del supermercado, exhibidos junto a las infaltables condenas al neoliberalismo, que curiosamente son retribuidas con buen dinero. Sinuosos castristas del arte y demasiado humanos, seguramente ávidos de ganancias y codiciando la casa del prójimo, los fogoneros del arte contemporáneo emulan a los políticos prometiendo paraísos inexistentes, y como ellos entierran lo que dicen defender.  ¿No es cierto que hay una gran similitud entre el arte y la política?

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