Durante el período comprendido entre el 11 de septiembre 1973 y los años ochentas, Chile vivía en la oscuridad y el miedo. La muerte deambulaba por todas las calles de Chile y todo arte había sido destruido de raíz.
Elías Adasme en 1979 tenía 24 años y estudiaba en la Facultad de Artes de la Universidad de Chile cuando decidió desarrollar un arte urbano que despertara a una sociedad choqueada por el golpe militar del dictador Pinochet en 1973. En mayo del 79 estuvo preso durante nueve días, una experiencia que marcó definitivamente su derrotero en el arte, intentando crear conciencia y generar arte subversivo.
En la actualidad, tras autoexiliarse en Puerto Rico hace 30 años, ha recibido el reconocimiento exponiendo sus obras en lugares tan importantes como París (Fondation Cartier pour l’art contemporain) y Madrid (Museo Reina Sofía), donde expone su arte tan libertario como subversivo.
Frente al clima de represión que se vivía en Chile , un puñado de artistas considerábamos que el arte tradicional no era cónsono con la realidad del momento. Éste no nos servía como herramienta de denuncia y testimonio, que es lo que pretendíamos hacer con / y desde nuestra práctica artística. De ahí que optáramos por desplazar los espacios de producción y difusión del arte, desde aquellos reconocidos socialmente como académicos e institucionales (entiéndase galerías, museos, escuelas, universidades) hacia espacios literalmente públicos como la calle, las plazas, el paisaje urbano, que considerábamos –al igual que las instancias privadas e íntimas de nuestra vida cotidiana– también como espacios violados y reprimidos.Elías Adasme
Para enfrentar la situación de emergencia del Chile de Pinochet, Elías y sus compañeros creían que el arte debía comparecer allí, con su fuerza metafórica y simbólica, como una especie de salvaguarda de valores cuestionados como la justicia y la libertad. Y para ello, tenían que ir más allá de los límites del formalismo tradicional, más allá del soporte bidimensional de una pintura, de la tridimensionalidad de una escultura, o incluso más allá de la simple serialización de un grabado… en este último caso, viemos en la serigrafía y en la fotografía, los mecanismos idóneos para la propagación de sus mensajes.
Además, sabía que debían trabajar desde la precariedad, pues nadie los apoyaría económicamente en la concreción de sus proyectos. Y ahí, lo que comenzaron a llamar como acciones de arte, encajaba perfectamente con sus intenciones: hacer una especie de guerrilla creativa urbana para dignificar su trabajo, y por ende, sus vidas.
La necropolítica se puede ver por todo el mundo. Podemos hablar de España como podríamos estar hablando de la Argentina, y hablar de la cantidad de personas desaparecidas y sin enterrar desde hace años, y entenderemos que no es una sociedad que pueda funcionar (éstas ni ninguna otra en el mundo) de forma humana. ¿A cuántas personas de nuestra generación afecta éso directamente? ¿E indirectamente?
El antídoto contra esa necropolítica está en la voluntad de compartir. Lo que el poder absoluto quiere dividir, nosotros lo tenemos que juntar. Se requiere sumar fuerzas, porque las violencias nos están ganando el camino. El arte comunitario, como un camino de contención frente a la violencia y como catalizador de reconstrucción social, no es nueva ni mucho menos, pero sí vital en tiempos violentos.
El arte es uno de los mejores medios para enfrentar esa gran batalla: la lucha contra la Necropolítica, implantando otros valores, otros esquemas y sobretodo otro sentir.Y mientras más subversivo, comunitario, vanguardista y solidario, mejor.