Revista Cultura y Ocio
El ascenso a la Liga Endesa del Lucentum. Enseñanzas de vida y basket. Balada de Alicante.
Publicado el 07 junio 2013 por CasoledoAyer el Lucentum Alicante consiguió el derecho deportivo a ascender a la Liga Endesa de baloncesto. Lo hizo gracias a un partido como se recuerdan pocos, de una efectividad inverosímil, como una explosión de coraje tras la derrota del pasado domingo en su cancha, el Centro de Tecnificación, en el cuarto partido de los playoffs. Con no poca frivolidad se habla a veces de estas cosas como “pan y circo”, que supuestamente desviarían nuestra atención de preocupaciones más relevantes. Sin embargo gracias a ellas conseguimos soportar los muchos motivos que nos da la vida diaria para ser infelices, estar angustiados o irritados, temer el futuro. Son pequeños instantes de felicidad colectiva que nos inspiran confianza, y nos transmiten de paso una serie de enseñanzas que no deberían pasar desapercibidas.
La primera tiene que ver con el compromiso, y el valor del esfuerzo. Esta plantilla está compuesta en buena medida por jugadores muy veteranos que acaso están viajando en su último tren. Guillermo Rejón es quizá el caso más simbólico y significativo. Se incorporó al equipo a principios de año simplemente para reforzar los entrenamientos, pero la prolongada lesión de uno de los pívots le permitió ser contratado como temporero. Su entrega y renovada capacidad, a los treinta y siete años, hizo que finalmente se quedase para la campaña completa. Verlo en la cancha ha sido un espectáculo: ilusionado y nervioso como un chiquillo, ejerciendo de entrenador, jefe y padre desde el banquillo, sobreacelerado en muchas ocasiones que nos hacían pensar “siéntate, coño, que te van a señalar técnica”… En los últimos segundos del partido de ayer cogió el balón y se lo guardó debajo de la camiseta. Era suyo, y quién podría negárselo. Quizá dentro de años lo mire y recuerde que con él concluyó una larga carrera profesional de la manera más digna posible. Quizá todos deberíamos tener presente ese balón cuando la vida nos sea hostil y necesitemos apretar los dientes para superar las dificultades. Taylor Coppenrath es otro ejemplo: seguramente el mejor ‘5’ de la categoría, ayer tuvo
que jugar con una infiltración en la rodilla. En realidad llevaba varios partidos lesionado, y dada la incertidumbre sobre la continuidad del club en la Liga Endesa, hubiese sido muy sencillo para él bajarse del autobús y evitar el riesgo de un problema mayor que condicionase su próxima temporada, donde a buen seguro no le van a faltar ofertas importantes. Durante la rueda de calentamiento apenas podía correr, y lo vimos cojear en varias ocasiones. Pero el tipo salió, jugo, se llevó todos los golpes que repartían en la pintura y desquició a los contrarios. En realidad no hay un solo componente de la plantilla que no se haya sobrepuesto de forma admirable a la adversidad: después de perder la ocasión de sentenciar los playoffs en Alicante el pasado domingo, el encuentro de ayer contra Andorra se presentaba tan complicado como fácil de justificar en caso de derrota. De hecho mucha gente la dio por supuesta tras ver la calidad del adversario en los partidos precedentes. Es probable que la mayoría de los jugadores no continúen en el club la temporada que viene, y este último reto no iba a suponer demasiada tacha para su currículum en caso de derrota. A lo que debemos añadir esa sensación generalizada de que el Lucentum, finalmente, no va a poder obtener los recursos económicos para ascender. Era, por tanto, muy fácil para ellos cumplir el trámite e irse de vacaciones. Pero no. Bastaba verlos llorando al final para entender que sigue habiendo tipos para los que el esfuerzo y el deber moral del trabajo bien hecho continúan siendo una regla de vida. Bienvenido sea el “pan y circo” que nos proporciona semejantes ejemplos de dignidad personal.
La segunda enseñanza proviene, a mi entender, del baloncesto en sí. Inevitable resulta compararlo con el gran devorador de mundos que es el fútbol, un deporte envuelto en violencia insoportable, donde se tolera el amaño y el fingimiento como en ningún otro, que crece en un contexto de corrupción económica y política asfixiante y que, amparado por éste, se nos impone de una forma que, si fuésemos un poco rigurosos, convendríamos que vulnera cualquier principio razonable sobre la libre competencia por la que supuestamente deberían velar los poderes públicos. En una cancha de basket se respira tanta pasión como respecto hacia el rival, ejemplificado ayer de manera memorable en el último tiempo muerto solicitado por el Andorra, y donde el entrenador del Lucentum –que en ese momento ganaba por más de treinta puntos- indicó a sus jugadores que no estaban allí para faltar al respeto a nadie, mientras alguno de ellos sugería a sus compañeros que moderasen las sonrisas o las celebraciones. También vimos a los miembros del equipo contrario felicitar a los nuestros al concluir el partido, y a la afición andorrana despedir a los suyos con aplausos. En realidad no es necesario extenderse sobre esto: basta acudir a un campo de fútbol y a una cancha de baloncesto y comparar. Sin embargo continuarán las prácticas monopolísticas en los medios de comunicación, y las informaciones relativas a otros deportes seguirán siendo postergadas en favor, no ya de resultados o noticias estrictamente relacionadas con las competiciones, sino de cotilleos, declaraciones, rumores o suposiciones referidas –por supuesto- al Madrid o el Barcelona. No pasa nada. Uno se siente orgulloso de pertenecer a esta especie de minoría bizarra y dispersa del basket, aunque tengamos que tirar de equipo de grabación o de ordenador para ver los partidos. Y especialmente orgulloso de darles un corte de mangas a los medios de comunicación tradicionales y acudir al patio de recreo de internet, repleto de webs, blogs, foros, etc., donde de manera tan profesional como divertida se comparte la pasión por este deporte. Y agradecido por los momentos de felicidad que, sobre todo en los dos últimos años, nos ha proporcionado el Lucentum: la temporada memorable en ACB, con Txus Vidorreta y aquellos primeros partidos sorprendentes en que disfrutamos de un Kyle Singler que aterrizó en Alicante como procedente de una nave extraña; el famoso “triple de Llompart”, seguido ahora por el de Pedro Rivero; la clasificación para la Copa del Rey; Ivanov mandando callar a todo el pabellón al lanzar un tiro libre; el ascenso de ayer; Rubén Perelló defendiendo y atacando al aire desde el banquillo; numerosos partidos ganados o perdidos pero que nos tuvieron con el aliento contenido hasta el final…
La tercera enseñanza atañe a la propia ciudad y la provincia de Alicante. Para todos los que vivimos aquí, y procedemos de otros lugares, ha sido difícil integrarse. Después de darle muchas vueltas y compartirlo con otras personas uno llega a la conclusión de que el problema procede de la ausencia de identidad, de sentimiento de lo propio, de orgullo de ser alicantinos. La causa no tiene que ver con el hecho de tratarse de una tierra de tradicional inmigración (hay muchas otras en España), sino con decenios de pésimos gobiernos que ha operado de espaldas a los ciudadanos, políticos de uno u otro signo que se han dedicado a despilfarrar el dinero público, establecer férreas redes clientelares y progresar y hacer progresar a los suyos mediante el empleo bastardo de los medios legales a su alcance. La sensación común de muchos de los nuevos alicantinos es la que “todo el pescado está vendido”, y resulta a veces imposible abrirse camino en cualesquiera profesiones o comercios, copados ya por diversas y mediocres castas que, al amparo de lo que es de todos, han ido medrando hasta ocupar el lugar privilegiado en la mesa de canapés, donde abren bien los brazos y sacan los codos para que nadie se acerque. Pues bien, si al menos estas logias tuviesen una mínima capacidad o sentimiento de liderazgo, o al menos amor a su propia tierra, algo bueno se salvaría. Pero no es así, y si de deporte hablamos, inexcusablemente serán aficionados del Real Madrid o el Barcelona de fútbol, y mirarán por encima del hombro a los equipos alicantinos como quien se avergüenza de un pariente pobre y maleducado, o bien se acercarán a ellos con un populismo impostado que esconde lo de siempre, el negocio a costa de lo público. Y así es como Alicante, especialmente la ciudad, discurre entre la indiferencia de buena parte de sus ciudadanos hasta tal punto que esa actitud, denominada “menfotismo”, llega a contagiar a los recién llegados e infiltrarse en su sensibilidad como un veneno. Claro que a veces es bueno tomar distancia y abrir los ojos: entonces nos damos cuenta de que esta es una tierra llena de posibilidades, privilegiada por la naturaleza y engrandecida a golpe de talento individual. Porque a falta de acción pública son un puñado de mujeres y hombres, o pequeños colectivos, los que sostienen el valor de Alicante en cualquiera de los ámbitos sociales, desde la empresa al arte, desde el pensamiento al deporte o desde la gastronomía a la política. El Lucentum es uno de esos ejemplos, y un síntoma perfecto de lo que ocurre: tras la alegría de lo obtenido ayer nos encontraremos con la previsible imposibilidad de ascender a la liga Endesa por motivos económicos. Durante muchos años el equipo estuvo sostenido por las arcas públicas, pero a la manera de entonces, sin control, sentido o gestión alguna, como uno de tantos juguetes que nos hacía sentir importantes, y que si se estropeaba siempre cabía la posibilidad de repararlo adjudicándole la partida presupuestaria correspondiente. Ahora ya no hay dinero –al menos para esto, y muy ladinamente se lo intenta confrontar con los gastos sociales- y tampoco esperanza. No existe implicación de quien puede tenerla, pero por encima de todo no existe un plan. Parece increíble que no podamos transmitir el poder de difusión del baloncesto, la capacidad de poner en el mapa nacional y popularizar palabras como TAU, UNICAJA, ADECCO, DKV… E intolerables resultan las alusiones más o menos discretas a la culpabilidad del propio aficionado: la pésima gestión del equipo ha expulsado a la gente de las canchas, y ahora se reprocha a esa misma gente que no acuda a ellas y se les señala como la causa de todos los males. Nadie ha puesto sobre la mesa un proyecto ilusionante no tanto en lo deportivo cuanto en su proyección social: que el Lucentum ayude a construir la imagen y la entidad alicantina, que pueda estar presente en la calle, que veamos sus bufandas en los bares, que vistamos sus camisetas o bebamos el café mañanero en una de sus tazas. Hacer ruido, en definitiva, para que ese ruido comience a atraer gente deseosa de ver qué pasa. Para ser justos, se ha hecho algún esfuerzo en ese sentido durante la temporada pasada en ACB, y justo cuando parecía que podía iniciarse un proyecto a varios años con un crecimiento progresivo… El descenso “administrativo” por la incapacidad de encontrar un patrocinador. Ahora hemos vuelto a ascender gracias a un grupo humano ejemplar, y quizá la nueva decepción que supondría el que no fuese finalmente posible haga mucho más daño del que nos imaginamos. En un mundo global, donde el impacto publicitario puede ser muy amplio, resulta absurdo que se entienda un posible patrocinio del equipo como algo destinado a cinco mil aficionados. Para empezar, tratemos de que haya cinco mil socios, pero miles de aficionados más en toda la provincia. Y a partir de esa plataforma, una buena marca puede hacerse nacional o europea con una penetración mayor que la que obtendría disgregando sus estrategias. Es llamativa la capacidad que tienen los poderes públicos de movilizar capitales privados cuando les interesa, y decepcionante por tanto su aparente imposibilidad de hacer nada por un club que supone mucho más que un partido semanal: hay decenas de niños que practican deporte vistiendo sus colores en los equipos de cantera, y miles de personas para los que supone una ilusión en estos tiempos difíciles. Por mi parte, hace un tiempo que decidí dejar de pelearme con esta tierra y empezar a quererla. Ser del Lucentum es una de mis formas de ser alicantino, y lo seguiré siendo pase lo que pase. Ayer bajamos a Luceros tocando el claxon y asomando una bufanda por la ventanilla. Éramos cuatro gatos, pero qué felices.
¿Ha sido un espejismo, un instante de esplendor antes de volver a la oscuridad? Puede que sí. Pero si al menos nos sirviese para pensar un poco y sacar algunas conclusiones interesantes, tal vez hagamos que se prolongue en el tiempo. Y el tiempo, al final, siempre acaba trayendo algo bueno. No podemos hacer que salga el sol cuando queremos, pero luchemos al menos porque, si sale, nadie nos lo oculte.