Juan Jacinto Muñoz Rengel (que había hecho anteriormente los libros de relatos De mecánica y alquimia y 88 Mill Lane) se estrena en el terreno novelístico con El asesino hipocondríaco. Un informe del mapa mental de un asesino a sueldo (el Señor Y.) que está apunto de ejecutar su último encargo. Necesidad por el control, la mezcla de la precisión y la locura, la extenuación y el sufrimiento corporal como expiación y liberación, la mala fortuna o nacer matando son algunos de los grandes temas que en esta historia puedes encontrar por una cara. Por la otra un homenaje a la vida doliente de grandes artistas de la historia de la literatura universal.
El señor Y. es, como he dicho, un testimonio vivo de lo peor de la literatura universal más popular que pretende matar a un tal señor Eduardo Blaisten. El señor Y. y su moral kantiana pretenden acometer esta obligación, ya que le han pagado el encargo por adelantado, pero sin embargo inverosímiles calamidades médicas se suceden evitando el acto final, y extenuando psicológicamente cada vez más a nuestro protagonista. Y nosotros recordamos a aquellos escritores que confundían los problemas del clima y del contexto con lo que se gestaba dentro de ellos.
Otro interesante tema de este libro, con la excusa para hablar de ese antihéroe natural que es su protagonista es la persecución del fin del destino de muchos hombres ante el alivio de la escritura, que veían en ese acto de creación la destrucción matando a tus padres, hermanos, hijos y amigos no mediante el asesinato directo, sino con la puesta en papel de las ideas que a ellos les corroían por dentro. Siempre más que hipocondríacos tocados por el sino para estar siempre malditos, siempre incompletos y siempre enfermos hasta el agotamiento último de sus neuras. El señor Blastein puede ser cualquiera de nosotros, en el momento de ser imaginados por algún amigo escritor. Y todo espolvoreado con la mejor galería de enfermedades raras que se exponen con belleza concatenadas por su personalidad dispar.
Dirá en cierto momento el Señor Y.: “Yo soy una suerte de milagro médico, como en un futuro ya no lejano el análisis forense de mi cuerpo revelará ante los asombrados ojos del mundo. Yo necesito que el doctor trate de comprenderme, que trate de entender la excepcionalidad de mi caso, que prescriba todos los análisis tecnológicamente posibles, sin desechar los más insólitos o improbables, porque nunca se sabe qué tipo de extraordinaria afección puede atacar un organismo único como es el mío, que es como un imán para todos los desórdenes e infecciones. Yo lo que demando es un doctor que pueda emplear horas en atenderme, sin importarle que haya acabado su jornada de trabajo, porque lo que tiene delante de sí es lo más trascendental y sorprendente que ningún médico pueda nunca haber observado”. Aquí vemos una parte importante del mensaje (tal vez no intencionado) que con esta novela Juan Jacinto Muñoz Rengel nos presenta: El Señor Y. necesita ser protagonista y el centro de todas las miradas. Se cree especial, lo más especial que ha habido jamás, cuando en realidad él en sí es tan sólo el reflejo del más estrepitoso fracaso, en todas sus vertientes.
Desde mi punto de vista el Señor Y. es la manifestación última que encierra a todos los literatos: el escritor que sólo comparte la mala fortuna, pero cuyo cometido no es crear, ni siquiera crear a base de destruir. Sólo pretende destruir y ni siquiera lo consigue. Hoy en día todo aquel con conexión a Internet pensará que es capaz de crear algo, sólo por disponer de los medios. Todos son jóvenes (o no) talentosos, almas sensibles, atormentadas y malditas. Y sin embargo muy pocos serán los que trasciendan, y la realidad estará tomada por estos frankenstein emergidos de la llamada de la literatura que creyeron escuchar y nunca fue así. Es el síndrome de los sueños rotos del futuro, que más que matar morirán por su torpeza innata. El señor Y. no es un antihéroe, es una persona cualquiera de hoy en día. Obsesivo, compulsivo, desconectado, sociópata y en el fondo, guardando muy bien las formas.
El asesino hipocondríaco, con sus pasajes de las historias de actores modernos y los retazos de biografías y datos curiosos de los escritores de tiempos pasados es un libro que si bien no descubre nada nuevo funciona a la perfección como disfrute liviano de una tarde dominguera y como inicio (no del todo inicio) de carrera de Juan Jacinto Muñoz Rengel en el mundo de la novela para el que esperemos esto sólo sea un comienzo regular, y ahonde en los que se empiezan a perfilar sus temas. Con unos capítulos que se leen de corrido y con cierto aliento dieciochesco que sólo le puede añadir encanto al que ya tiene, se me ocurre que funciona como un regalo inesperado perfecto para las amistades.