Revista Arte

El atajo pedagógico

Por Felipe Santos
El atajo pedagógico

Desde que Tespis se lanzó por los caminos del Ática con su carreta de actores, el teatro anduvo buscando su sitio. Creyó alcanzarlo físicamente en la Grecia clásica con la construcción de un espacio, y así ganó su lugar en la polis. Si los griegos tenían dos dioses del tiempo, el teatro siempre estuvo más lejos de Cronos, el del tiempo cronológico, cuantitativo, el tiempo de los calendarios y de los días que se suceden sin destino, y más cerca de Kairós, que era el dios de lo vivido, de los instantes únicos. Este problema con el tiempo le depararía incomprensiones de su público, confundido por si lo que presenciaba estaba ocurriendo de verdad y asustado por una catarsis que había generado una simple mascarada.

La cuestión de la autenticidad ha rodeado siempre a este arte fugaz, tanto como la música que siempre lo acompañó. ¿Qué es lo que ocurre realmente en el escenario? Al menos la música se toca de verdad, pero ¿y el actor? ¿actúa o vive? Durante el tiempo, a este remedo se unió el de un público que acudía a matar el aburrimiento y evadirse de las cuitas de palacio. Hasta que apareció Shakespeare y recuperó el sentido de la tragedia griega. Más que los problemas de la polis, lo que al Bardo le interesaban eran los propios del ser humano como sujeto: el amor, el poder, la amistad, la muerte.

Al menos hasta el Siglo de Oro se constata la presencia de músicos en el escenario, justo cuando empezará a florecer un nuevo género que crecerá con las nuevas ciudades europeas: la ópera. Para entonces, arquitectura, pintura y escultura libraban su particular batalla por fijar un tiempo esquivo, por representar una belleza siempre inasible. Esa fue la tarea del arte desde el clasicismo, algo que las artes escénicas no podían detener ni capturar para su goce postergado. Tan sólo lo podían mostrar. Y no siempre salía de la misma manera, aunque las obras se repitieran.

Hace cuatro años, el actor Giovanni Mongiano se subió al escenario del Teatro del Popolo en Gallarate, un pequeño pueblo de 54.000 habitantes de la provincia de Varese, en la región de Lombardía. Cuando miró al patio de butacas, comprobó que no había nadie. No le sorprendió, porque la cajera ya se lo había dicho antes de comenzar. "Voy al escenario, el espectáculo esta noche se hace igualmente", le había respondido. Y allí estaba él, plantado en medio de la escena, preparado para decir su monólogo, como si delante hubiera un teatro repleto. Giovanni Mongiano tenía 65 años.

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Publicado por Felipe Santos

El atajo pedagógico

Felipe Santos (Barcelona, 1970) es periodista. Escribe sobre música, teatro y literatura para varias publicaciones culturales. Gran parte de sus colaboraciones pueden encontrarse en el blog "El último remolino". Ver todas las entradas de Felipe Santos


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