Revista Cultura y Ocio

El bar de Lee en la Feria del Libro de Madrid

Publicado el 11 junio 2013 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg
El bar de Lee en la Feria del Libro de Madrid

Canción del optimista Por si alguien se pasa por la Feria del Libro del Madrid, ubicada en el parque de El Retiro, y le interesan mis libros, los puede encontrar en las siguientes casetas:
Caseta 118 Librería La Marabunta El bar de Lee.
Caseta 37 Distribuidora Maidhisa El bar de Lee Siempre nos quedará Casablanca Acantilados de Howth.

Voy a dejar aquí los dos poemas que justifican el título del poemario. El primer pertenece a Móstoles era una fiesta y está escrito en 1998 y el segundo pertenece a El Calvo del Sonora y está escrito en 2008. Creo que es fácil apreciar las diferencias de estilo:
EL BAR DE LEE
      Te ruego que no hagas preguntas      ésta es la Tierra Dorada.    Henry Roth
Imagínate espesos goterones de pintura sin pupilas como los síntomas de la escalera de mano, la puerta de cartón piedra agujereada a patadas para ver si hay alguien meando, la espalda negligente apoyada en la pared, estibando la carga de ginebra barata las manos ejercen movimientos crispados
mientras el alivio y la geometría del arco surge y con vapor lees los eddings de los baldosines:   Mas porros pa mis morros                                                   mas farla pa yo fliparla. los haikus expresionistas te dicen que la poesía es como la vida:    deseos, miedos y ansiedades   detenidos en una pared húmeda
como yo no tengo edding mi haiku en verso libre   (libre como el viento    libre como yo en este váter) se enrosca en el vapor dorado    ésta es la Tierra Dorada:      Si alguien encuentra a mi juventud perdida                                que llame a este baldosín. Se gratificará.  La música se filtra en hebras por los agujeros de la puerta como en un cuadro de Munch. EL BAR DE LEE II
Ahora son gestorías o sucursales bancarias, aunque a veces persisten bajo el gobierno de otros dueños que impusieron las voces y la música de sus estridentes decorados.    Esto lo sabíamos y aún así nos empeñamos en recorrer de nuevo los bares donde trasnochó la inquietud de entonces. En el mejor de los casos reírnos tratando de conquistar, con el regreso físico, el imposible viaje al pasado, el revivir de unos años ni tan siquiera demasiado felices.
Camuflada bajo otro nombre empujé la puerta del Tuburio, el bar de Lee, donde, atraídos por la música y los precios, desgastamos tantas horas de fin de semana. Recordé entonces la noche postrera en que Lee nos contó que había alquilado el Tubu y pretendía venderlo. Tras la insostenible prórroga de sus estudios de Informática una oficina le reclamaba.      Y en esas palabras, insidiosas entre los nuevos inquilinos del bar, adolescentes de huidizas sudaderas con capucha, zombis de música quebrada, sentí que moría una parte de mi juventud.
Empujé el frío metal. Ningún sonido, ninguna luz, vinieron a saludarnos. Pensé confundido que debía enfrentarme a una segunda puerta, y, en ese instante, gracias a la débil iluminación que proyectaban las farolas, me encaré con mi propia sombra. Carcomida silueta sobre el fondo de un local a oscuras, abandonado, fantasmagórico y aún así expuesto a la derrota del tiempo sin la censura amable de ningún candado.
Y me adentré en la penumbra incrédulo, hasta que chocó mi pie contra un obstáculo. Entonces un bulto se agitó en la oscuridad.

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