Revista Ilustración

El beso que dinamitó al felipismo

Por Davidrefoyo @drefoyo
EL BESO QUE DINAMITÓ AL FELIPISMO
Cuando Hristo Stoichkov y Ronald Koeman, las estrellas del F.C. Barcelona de la mítica era Cruyff, después de fumarse un buen puro y beberse algunas copas -y puede que otros excesos que no aparecen en este vídeo- se besaron no eran conscientes de la cadena de reacciones que surgiría a raíz del hecho. Aquello desató las iras de la Deep Spain. Nadie en su sano juicio podía esperar una celebración así, insultante, radical y, lo que es peor, homosexual. Porque entonces la homosexualidad no existía porque no gobernaba J.L. Zapatero. Felipe González era el Presidente de España y puede que hasta él, en pleno consejo de ministros, sintiera cierto pudor al ver las imágenes. España era un país homófobo, más que ahora quiero decir, un país donde nadie se atrevía a desvelar su orientación sexual, como si fuera necesario hacerlo para demostrar normalidad. Lo que quiero decir es que un beso, un simple beso preso del alcohol y la fiesta, hizo temblar los cimientos sociales del tardofranquismo democrático, esa impostura política que nos vendieron -y nos venden- desde el fallecimiento de Franco. Sin lugar a dudas, Hristo y Ronald hicieron mucho más por los movimientos sociales que defienden a gays y lesbianas de lo que hizo el PSOE, el partido que simple y llanamente se colocó la medalla de una reivindicación histórica por parte de esos colectivos. Aquel beso, veinte años después, no significa nada. No tiene ninguna trascendencia histórica, pero me hace pensar: ¿Existe homosexualidad en el mundo del fútbol? ¿Una broma puede dinamitar un sistema político? En un país tan miedoso y cobarde como este, la respuesta es sí. Un simple beso entre dos hombres, extranjeros y bien pagados como eran ellos, demostró que España, pese a negarlo con Olimpiadas y Expos universales, era un país anquilosado y con olor a alcanfor. Socialmente conservador y miedoso al cambio. Todo esto me hace plantear que, en el fondo, tampoco hemos cambiado tanto. Aunque Hristo y Ronald, si quisieran, podrían casarse en casi cualquier Ayuntamiento.

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