Magnus Enckell
La construcción, tanto en lo operativo como en lo especulativo, es un proceso que requiere un orden, una sucesión de pasos, una evolución progresiva.
Es por ello fundamental para el aprendiz masón ser consciente de que su aportación al edificio social es aún una meta a largo plazo, una meta a la cual no podrá aspirar hasta que no haya concluido un profundo periodo de aprendizaje y silencio.
La edificación no puede llevarse a cabo sobre una base inestable, sobre un soporte que ponga en peligro el equilibrio del templo. Los cimientos deben ser fijados con firmeza, empleando para ello materiales capaces de soportar el peso del conjunto, capaces de elevar el plano a una tercera dimensión.
Sólo así se conseguirá que el ideal llegue a ser una realidad tangible.
Los materiales no siempre son válidos; hay piedras demasiado dañadas por la erosión, hay piedras demasiado grandes y demasiado pequeñas, hay piedras punzantes que pueden dañar a los obreros y ralentizar la construcción del templo.
Por ello, para asegurar el desarrollo de los trabajos, todos los materiales han de pasar una serie de aplomaciones, una serie de pruebas que demuestren su validez, su resistencia, su perfectibilidad.
El resultado de las aplomaciones, con su carácter democrático, es decisivo a la hora de seleccionar o descartar una piedra. Sin embargo, el hecho de que un material haya sido aceptado no implica que esté listo para la construcción del templo; al contrario, todo el material que se obtiene de la tierra está lleno de impurezas, su apariencia es geométricamente irregular, tosca, imperfecta.
Esto no debe preocupar al obrero a la hora de trabajar con la materia prima; él es capaz de convertir los metales en oro, de domesticar a las bestias, de volver perfecto todo aquello que en un principio no lo sea por su naturaleza. Solo necesita esfuerzo y perseverancia. Solo necesita sus útiles de trabajo.
El constructor es capaz de transmutar los elementos con sus manos. Es un mago, un alquimista; él conoce los secretos del Arte, domina la técnica, comprende las matemáticas.
El constructor ha sido iluminado por la razón, ha sido instruido para el correcto uso de las herramientas.
La piedra bruta, por tanto, es un elemento de gran importancia para los masones, pues solo a partir de ella y del trabajo constante sobre cada una de sus asperezas podrá llegar a realizarse el ideal consensuado de una comunidad heterogénea.
El perfeccionamiento de la piedra es una tarea diaria independientemente del grado.
Cuando de repente alguien te reconoce como maestro resulta que, paradójicamente, tú sigues empuñando un cincel. Y es entonces cuando vuelves a guardar silencio, cuando comprendes que un título no es representativo si aún hay imperfecciones que combatir.
El desarrollo masónico es un bucle infinito, es un trabajo en apariencia rutinario como el de Sísifo, y sin embargo no hay nada más apasionante que el compromiso con uno mismo, con un trabajo libre y dinámico que va desde el mediodía hasta la medianoche y trae como aliciente, al terminar la jornada, el salario de la paz mental.
Del trabajo al descanso, del descanso al trabajo.