CAPÍTULO 12 : NOCHEBUENA
Nicole abrió los ojos. Sintió el peso del libro sobre el pecho. Se había quedado dormida mientras leía. Su aventura la había dejado agotada. Entornó de nuevo los párpados. Aún notaba el cuerpo pesado, con el sueño pegado a sus miembros. ¿Qué hora sería? En Nochebuena la espera hasta la noche se le hacía siempre eterna. Miró de reojo el reloj colocado encima de la chimenea. Inmediatamente pegó un respingo. ¡Las 10! ¡Imposible! No podía haber dormido tanto tiempo.
Se asomó a la ventana de la biblioteca para cerciorarse. En ese momento el cielo se inundó de luces boreales y su reflejo barrió la oscuridad de la noche polar. A pesar del lo tarde de la hora, Nicole no pudo evitar contemplar hipnotizada el espléndido espectáculo de la aurora. Observó la llamarada fluorescente alzarse en el horizonte y flotar sobre el viento en un río ondulante de aguas doradas. Las luces se esparcieron. Una cascada violeta se derramó sobre el suelo entre irisaciones esmeraldas. La luz se recogió en un remolino y la espiral giró sobre sí misma antes de desplegarse en un estallido vibrante que recorrió el firmamento de un extremo a otro en una danza vertiginosa para finalmente ascender hacia los confines de la atmósfera y desvanecerse en el espacio. Incluso el viento se detuvo en ese instante. Sólo se oía el silencioso sonido del rocío escarchado sobre la nieve cristalizada.
Con la excitación del espectáculo, Nicole dejó atrás todo rastro de cansancio. Se sentía despejada y alerta. Debía darse prisa. ¡Se acercaba el momento en el que el abuelo Claus despegaría en el Gran Trineo a repartir los regalos!
Salió de la habitación. La casa estaba inusualmente silenciosa. ¡Qué raro! Se acercó a la cocina. Le extrañó aún más no encontrar allí a su abuela liada con los últimos preparativos de la cena. ¿Habría ocurrido algo? ¿Y si había surgido algún problema en el taller? Después del retraso provocado por su aventura el ritmo de trabajo había sido frenético. Afortunadamente todo se había terminado en el plazo previsto pero... ¿Y si habían descubierto algún terrible error a última hora? Semejante catástrofe explicaría que la casa estuviese deshabitada y que nadie la hubiese avisado. Aunque tenía el acceso vedado al taller, decidió acercarse por allí por si necesitaban su ayuda.
Según salió tuvo la certeza de que algo andaba mal. El taller apenas se distinguía del resto del paisaje. Su contorno, siempre encendido a esas alturas del año, estaba completamente apagado. ¡No salía ni una chispa de luz de su interior! Nicole no recordaba habérselo encontrado nunca así. Se asomó a las ventanas pero no pudo distinguir nada en la oscuridad. Aún así le pareció oír un sonido muy tenue, como unos murmullos amortiguados. Entreabrió la puerta con cuidado.
- Abuelo ¿estás ahí?- preguntó
Nadie le respondió, ni siquiera el eco habitual de los lugares vacíos. De hecho el taller no transmitía la impresión de estar desierto. Cierto que no había paquetes por los rincones y que las mesas seguían apartadas en los laterales. Sin embargo se respiraba una tensión expectante en el ambiente. La muchacha abrió la puerta de par en par y distinguió la sombra de un objeto en medio de la sala. Se aproximó a él. Al ir a tocarlo, la claraboya del techo se encendió.
- ¡Sorpresa!- gritó un coro de voces.
Nicole levantó la vista sorprendida. Detrás de la puerta y al fondo del taller estaban sus abuelos y el equipo al completo de duendes. Todos se acercaron a ella y formaron un círculo cerrado a su alrededor. La joven se fijó entonces en el objeto que tenía al lado. Se trataba de un pequeño trineo rojo, idéntico al de su abuelo salvo por el tamaño y por una original cubierta de cristal que le recordó a una escafandra. Tan idéntico era que incluso contenía unos cuantos paquetes de regalos. La locuaz muchacha se quedó muda durante un instante.
- ¿Es para mí? - musitó ilusionada, con un hilo de voz prácticamente inaudible.
- ¿Para quién si no? - le contestó Santa con un guiño.
Nicole contempló su regalo con un nudo en la garganta, demasiado impresionada como para expresar su gratitud con palabras. Acarició con reverencia la madera sin atreverse a entrar en el nuevo trineo, su Trineo. Evitó cualquier movimiento brusco no fuese a despertarse de ese maravilloso sueño.
- ¡Feliz Nochebuena querida!- le deseó su abuela.
Nicole se separó de su regalo para abrazarse a sus abuelos.
- ¡Oh! ¡Gracias, muchísimas gracias! Es una Nochebuena muy feliz - declaró.
- ¡Bueno! Creo que ha llegado el momento de celebrarlo y tomar fuerzas antes de partir – sugirió Santa.
- ¡Pero sí en la casa no hay nada!- señaló Nicole.
- En la casa no, pero aquí sí – aclaró su abuela.
Efectivamente, las mesas del taller, en lugar de las pesadas máquinas de los duendes, soportaban cientos de bandejas llenas a rebosar de pasteles dulces y salados, canapés, hojaldres, fiambres y ahumados y un sinnúmero de exquisiteces.
- ¡Qué buena pinta tiene todo! ¡Me acabo de dar cuenta de que estoy hambrienta! - reconoció Nicole.
- Me habría extrañado que no fuese así. Aunque, quién sabe, con la emoción podías haber perdido el apetito.
- Mucho me temo que el efecto ha sido el contrario – observó el abuelo mientras la chiquilla escogía pequeñas raciones de cada bandeja hasta no dejar un hueco su plato. - Creo que voy a imitarla.
- ¡Nicolás, modérate!- le recomendó su mujer. - Ya sabes que esta noche te hincharás de “tentempiés” y mañana, a la vuelta, te espera el desayuno de Navidad. No quiero que luego te pongas malo.
- De acuerdo, lo tendré en cuenta y te haré caso - le prometió su marido. - No me indigestaré, o al menos lo procuraré.
El ambiente era de lo más alegre y distendido, aunque algo silencioso. El motivo no era otro que el que todos tenían la boca ocupada en masticar, y eso les impedía hablar. Pese a ello, los brindis, algunos con un ímpetu excesivo para lo delicado del cristal, y las efusiones de cariño, abrazos, besos y felicitaciones se sucedían por doquier, sin pausa ni respiro.
Se acercaba la hora mágica. A pesar de las prisas, todos recogieron su plato, ninguno deseaba arriesgarse a recibir los reproches de Helga, y tras ello salieron precipitadamente para alcanzar uno de los huecos de primera fila, los que ofrecían una visión completa del reloj. Star avanzó unos pasos hacia Nicole e inclinó su cabeza hacia el pequeño Trineo. La joven leyó su gesto y levantó las cejas, esperanzada y confusa.
- ¿Nosotras también?- consultó.
- No pensarías que este bonito Trineo es simplemente para jugar en la nieve – le respondió su abuelo.
Entusiasmada, la chiquilla ajustó alrededor del cuerpo de la reno los suaves arreos de piel. Lentamente, se deslizaron sobre la nieve. El diminuto aparato era muy ligero y a la reno no le costaría nada volar con él enganchado. Sin embargo no era eso lo que pretendía.
Star se detuvo frente a la orilla del mar. Un delfín saltaba alegremente entre las olas.
- ¡Nemo!- exclamó Nicole al verle - ¡Qué alegría!
El cetáceo se acercó a la playa y realizó una cabriola para saludar a la niña que aplaudió entusiasmada.
- ¿Has visto? Tengo un Trineo para mí y esta noche voy a salir en él, al igual que el abuelo.
Nemo asintió con una voltereta y le hizo un guiño a la reno. Nicole captó aquella señal y la miró extrañada.
- ¿Hay algo que aún no sé? - preguntó.
Los dos animales asintieron con un gesto.
- ¡Cuéntaselo ya!- pidió el delfín.
Nicole juntó sus manos en un gesto de súplica.
- ¡Por favor! - pidió.
- ¡Vale, vale! Yo tampoco puedo aguantar más. No seré yo sino Nemo quien conducirá tu Trineo esta noche. Los Señores Claus pensaron que desearías regresar al océano y repartir regalos a los amigos que te ayudaron - le explicó Star.
- ¡Oh, sí! ¡Me encantaría! ¡Es un plan perfecto!- declaró la joven.
En un tris, liberó a la reno. Se escuchó el retumbar de un trueno. ¡No era una tormenta sino la primera campanada! Le siguió el deslumbrante chasquido de un relámpago, una fusa fugaz y un beso, o puede que más de uno. Sonaron risas, redobles de percusión y un rítmico acorde de vals antes de dar paso a la gaita de Brioso. Al oírse la lejana sirena amortiguada a la que respondía Rudolf, Nemo se enganchó en el arnés de Star. Nicole cogió las riendas, bajó la cubierta de cristal y, al final de la carcajada del abuelo, ¡Jo, jo, jo!, en el duodécimo tañido, el Pequeño Trineo resbaló hasta el mar. Los esquíes giraron hacia los lados, cortantes y afilados como aletas, mientras el vehículo se sumergía hacia las profundidades.
En el eco de la duodécima campanada, el tiempo se detuvo para alargar la noche. Desde su Pequeño Trineo submarino Nicole miró al cielo y, entre las estrellas, vio recortarse la silueta del Gran Trineo. El vehículo se elevó hasta que sólo distinguió la navideña y colorada nariz de Rudolf. El agua se agitó. Volando entre ambos Trineos, Star pintaba crestas de espuma y nieve sobre las olas.
FIN